miércoles, 15 de agosto de 2012

INTRODUCCIÓN

Me he dedicado a escribir ahora una historia de un inminente Apocalipsis Zombie. Soy cada día más original, ¿a qué sí? Bueno, por ahora dejo la pequeña introducción, que en sí no os dirá mucho. A ver si los capítulos que vaya dejando os dicen más.

Hacía semanas que huía. Esto era nuevo, demasiado nuevo para mí.

La ciudad había sido arrasada y solo quedaba la opción de mantenerse con vida, a salvo, evitando a todo aquel que fuera un peligro para la propia supervivencia. Yendo de un lado para otro, sin estar demasiado tiempo en el mismo lugar para que no te siguieran el rastro, para que no fueran como una marabunta a por ti. Sin poder dormir tranquila ni una maldita noche desde hacía mucho tiempo. Sin poder comer y saborear a gusto la comida, estando en tensión siempre por si acaso se aproximaba algún indeseable. De un lado para otro. Viendo los horrores que había dejado aquella catástrofe. Viendo como la gente perecía en las aceras para después correr antes de que comenzaran a perseguirte.

Sí, esa era la realidad que nos estaba tocando vivir. Una realidad que nunca creí que fuera posible, pero ya había llegado. Los muertos…vivían.

Gracias!

domingo, 5 de agosto de 2012

Misterios latinos


Me encanta tener tiempo para escribir, ahora en verano le dedico la mayor parte del tiempo a ello. Seréis partícipes de mis nuevos relatos. Ahí va uno nuevo sobre una chica que quiere adivinar quién fue el asesino de sus padres cuando ella era pequeña (original verdad). 
Espero que os guste.

Me encontraba dentro del bosque de Tena, al lado del pueblo donde antaño viví junto con mis padres, ahora lamentablemente muertos. Nunca había vuelto a aquella zona, y jamás lo habría hecho de no haber quedado con mi primo Arthur allí, en el cementerio, donde estaban enterrados mis padres. Nunca los visité, tal vez por miedo o porque no quería recordar cómo se fueron, no quería revivir ese dolor, no quería volver.
Ellos murieron cuando yo tenía diez años, recuerdo como mi madre gritaba mi nombre y como mi padre me cogía en brazos, recuerdo las llamas que inundaban el salón, los pasillos y las habitaciones, todavía puedo oír a mi hermana en el exterior de la casa, llorando y gritando, y a mi tío Edward bajo la ventana de mi habitación. Mi padre me besó en la frente y me arrojó por ella justo a tiempo de que mi tío me cogiese en brazos para poco después desmayarme.
Todos esos pensamientos, esos recuerdos llenaban mi memoria mientras avanzaba por el camino helado que conducía al cementerio. Sin darme cuenta, unas lágrimas cayeron por mis mejillas. Me limpié la cara con la bufanda que llevaba atada al cuello sin detenerme. No quería volver a pensar en ello, pero era imposible pues ya había llegado a la verja que cercaba todas las tumbas de antiguos habitantes de mi pueblo natal. Caminé entre las lápidas y los mausoleos que tenían una fina capa de hielo, intentando ver los nombres que estas tenían grabadas: Sanders, Padre Tom Neeson, O’Flaherty, Lisa Jones…cientos de nombres venían a mi cabeza de golpe, a todos aquellos a los que había conocido algún tiempo atrás se encontraban sepultados ahora, pero no había pasado tanto tiempo desde que me marché de Dora Doge, tan solo quince años, pero lo que para mi no fue nada para el pueblo resultó ser como si hubiesen pasado siglos.
Seguí andando, de pronto, una espesa bruma se había posado en el cementerio y era casi imposible ver más allá de dos palmos y fui golpeándome con todas las lápidas que se presentaban ante mí. Tardé demasiado en encontrar a Arthur pero finalmente acabamos el uno frente al otro, solo pude verle la cara: sus grandes ojos castaños y su nariz perfilada y unos labios finos en los que se reflejaba una leve sonrisa. Mirándonos, ambos en completo silencio, ninguno supo que decir hasta que el ulular de un búho sonó en todo el bosque asustándonos a los dos, entonces él abrió la boca para decir:
-Menudo lugar para construir un cementerio ¿no?, en medio de un bosque. –Dijo mientras se frotaba la cabeza con una mano perezosa.
Era una forma algo peculiar de romper el hielo, pero gracias a eso pudimos empezar con el tema de conversación por el que nos hallábamos allí.
-Gracias por venir. –siguió él-. Creí que rechazarías la invitación, pues nunca has querido venir al pueblo desde…-las palabras se le atravesaron en la garganta.
-Hace seis años que no nos vemos –dije yo con un hilo de voz.
-Desde que te marchaste de nuestra casa de Filius Doge. –Dijo con algo más de voz que antes-. ¿Por qué?, ¿por qué te fuiste?, tú hermana se quedó muy disgustada.
-Me fui porque…-ahora fueron mis palabras las que se perdieron en mi garganta-. No sé, no sé por qué me fui ni por qué os dejé allí, tal vez porque me acordaba de todo aquello.
-De acuerdo, no he venido aquí para hablar de ese pasado –dijo cambiando de tema radicalmente-. He venido a decirte que tú tío Edward, mi padre, murió hará unos dos días, y ha sido enterrado aquí, junto a tus padres.
-¿Cómo? –Dije totalmente sorprendida- ¿Por qué no lo he sabido antes?, ¿por qué no he podido ir a su entierro? –estaba conmocionada por la noticia, desconcertada.
-No fuiste al de tus padres, por qué ibas a venir a este. Tenías que saberlo, por eso te he citado aquí, porque tenías que verle, igual que tenías que ver a tus padres.
Me senté en una de las tumbas que había cerca, palpándola primero para saber que estaba allí pues era imposible ver nada. Me apoyé en las rodillas y empecé a llorar como nunca antes lo había hecho, recordando todo lo que había sucedido tiempo atrás y pensando en el por qué de mí huída, o mejor dicho, de mi intento de huída del mundo real, porque nunca había conseguido librarme de los recuerdos y de las pesadillas que invadían mi mente a todas horas. Quise dejar atrás todo aquello que era valioso para mí y ahora sí se había desvanecido, ahora no hacía falta olvidar, todo se había ido.
-Edward dejó algo para ti en su testamento. –Dijo Arthur después de dejar pasar un tiempo-. Toma, lo he traído.
Le miré y vi como sacaba algo del bolsillo de su abrigo. Extendí la mano y depositó en ella un pequeño colgante con una gran “E” algo desgastada, debía de tener muchos años porque tenía un color de bronce mate y la letra estaba difusamente grabada.
-¿Dijo algo…de mí? –dije todavía con lágrimas en los ojos.
-Sí, dijo algo para ti –se sentó a mi lado y me cogió de la mano-. Me confesó que el incendio donde murieron tus padres fue provocado.
Miles de espadas se clavaron en mi espalda y sentí como me desangraba lentamente cuando escuché esa palabra: “provocado”. Es decir, en cuestión de segundos mis padres habían pasado de morir en un accidente a ser asesinados. Era demasiado, las lágrimas brotaron de mis ojos con más fuerza, empecé a sollozar de manera más estruendosa y Arthur me agarró con fuerza intentando consolarme, pero yo gritaba y gritaba, el eco de mi voz retumbaba en el cementerio y se perdía entre los árboles del bosque. Un terrible dolor se había apoderado de mi cuerpo.
El silencio se apoderó de la zona cuando terminé mi lamento mientras Arthur seguía abrazándome.
-A mi padre le llamaban “guardián de tesoros y secretos”,-dijo rompiendo el silencio después de un largo período de tiempo- y días antes de su muerte me lo dijo y también dijo que tú podrías descubrir quién lo hizo tan solo con esto. –Dijo mientras señalaba el colgante.
-Edward, siempre con su misterio –dije esbozando una ligera risa- le encantaban los puzzles y las adivinanzas. Adiós, Arthur.

Pasaron cuatro días después de mi encuentro con Arthur y no volvería a saber de él hasta pasados varios años. Observaba el medallón horas y horas, no veía la televisión, no leía, estudiaba cada minúsculo detalle del colgante en todo momento, incluso dormía con él. Me estuve alojando en una habitación del único hostal que había en Dora Doge, volví a mis raíces porque tenía un fin, una meta. Mi tío me había encomendado la misión de averiguar quién fue el asesino de mis padres y tan solo me había dejado un medallón antiguo al que no encontraba ningún sentido.
-“Guardián de tesoros y secretos”-me repetía una y otra vez, y cuanto más lo repetía más irritada me sentía-. ¿Por qué no me diste una pista más sencilla?
Noches pasaba despierta hasta que un día ya no pude más y cansada, histérica, con los ojos llorosos de impotencia al tener una pista en mis narices y no encontrar la solución, tiré a una esquina el maldito colgante. Con las lágrimas apunto de desbordar de mis ojos me tiré al suelo asqueada, dando golpes al suelo y maldiciendo. Tumbada en el suelo pensando en todas aquellas cosas que habían sucedido en el tiempo de dos semanas desde que fui al cementerio y lamentándome por haber acudido, levanté la cabeza en dirección a la esquina donde estaba el colgante y pude verlo de una forma extraña, apoyado en el suelo abierto de par en par. No podía ser.
Me levanté corriendo y lo cogí del suelo: “no era posible, ya lo había intentado abrir antes y no lo había conseguido”-pensé malhumorada-“un maldito golpe y así se podía abrir”. Me dieron ganas de tirarlo de nuevo, pero no lo hice por miedo a que se cerrase ahora.
Lo coloqué en la mano y lo observé impaciente. En la cara izquierda del medallón había un sucio y desgastado espejo en el que apenas se podían reflejar las cosas, y en la cara derecha una inscripción extraña que rezaba:
“13,5,1 – 3,21,12,16,1”
“CAYÓ DEL
CIELO DE
LLAMAS
EXTENDIDAS POR
MI SOMBRA”
“13,5 – 16,1,5,14,9,20,5,20”
Me levanté muy despacio sin dejar de observar la nota. Retrocedí con los ojos clavados en el medallón hasta llegar a una mesa. Lo solté y busqué un cuaderno y un bolígrafo en la maleta que se encontraba en el suelo tirada. Volví a la mesa y me senté a ella frente al colgante, apunté la inscripción y los números que en ese momento no significaban nada, y me puse a pensar sobre el por qué de ello.
Apunté en la hoja todo aquello con lo que podía relacionarlo: números de teléfono, direcciones…pero después de llevar horas y horas frente a la hoja pensando en un posible significado una idea pasó fugazmente por mi cabeza y empecé a apuntar el abecedario en otra hoja y a colocar números ordenadamente bajo las letras. Después fui buscando las letras que correspondían a los números y una fuerte presión me inundó el pecho cuando descifré el mensaje numérico:
“13,5,1 – 3,21,12,16,1”
“MEA – CULPA”
[…]
“13,5 – 16,1,5,14,9,20,5,20”
“ME – PAENITET”
Era latín, no cabía la menor duda, por suerte lo aprendí en el colegio aunque de eso hacía ya algunos años, pero pude traducir la primera parte: “mea culpa” significaba “por mi culpa” (no hacía falta saber mucho de latín para descubrir su significado), ahora tenía que hallarle un sentido a esa parte del mensaje: Por mi culpa cayó del cielo de llamas, extendidas por mi sombra “me paenitet”. Tenía que traducir también aquello.
       
Decidí esperarme a la mañana siguiente para acudir a una pequeña librería de Dora Doge para preguntar sobre las palabras en latín que no podía traducir pues la que ahora se encargaba de la tienda fue profesora de literatura en la escuela del pueblo.
-Pensé que tal vez usted podría ayudarme con esta pequeña traducción –le dije a la señora cuando llegué a la librería.
Era una señora menuda, con el pelo cano y largo recogido en una coleta, unas gafas redondas y pequeñas le colgaban del cuello por una fina cadena de color castaño,  algunas arrugas en la cara la delataban sobre su edad, debía de estar bien entrada en los setenta e imaginé que se dedicaba a aquello por placer. No hacía más que moverse de un lado a otro en un espacio sumamente reducido y yo la seguía intentando que me prestase atención.
-Veamos…-dijo después de colocar un pesado libro en una de las estanterías que estaban frente al mostrador- ¿Por qué me estás interrumpiendo?
-¿Podría usted ayudarme con la traducción de estas palabras en latín? –repetí con parsimonia.
Pero la señora no me hacía caso, otra vez volvía a moverse y colocaba y cambiaba de lugar libros que ya habían sido ordenados. Entonces, cuando estaba a punto de desistir, la mujer se sentó en la silla del mostrador de cara a mí y me dijo:
-Dime, ¿qué es lo que te aflige?
-¿Me puede ayudar con esta traducción en latín, si es tan amable? –dije algo agobiada mientras le enseñaba un fragmento de papel en el que estaban escritas las palabras “me paenitet”.
-¿“Me paenitet”? –dijo con voz seca. Se levantó y se dirigió a una tras tienda, volvió en segundos con un libro muy pequeño, lo dejó en la mesa mientras se volvía a  sentar, lo abrió y recitó: “Ferte in noctem anima mea, Illustre stelle via mea, Aspectu illo glorior, Dum capit nox diem […] Decite eis quos amabam, Numquam obliviscar”.
Me quedé atónita, apenas entendí una palabra de las que había dicho-mi latín no era tan bueno como yo creía-pero sabía que de entre aquellos versos que había leído no se encontraban las palabras que yo quería, ni rastro de ellas, así que decidí preguntar.
-¿Y…esto que tiene que ver con las palabras que le he dicho?
-Nada, pero es muy bonito lo que te acabo de leer, y nunca adivinarías de dónde lo he sacado –dijo con una voz muy alegre.
Estaba apunto de estallar pero la mujer tuvo que ver la ira en mis ojos porque en seguida dijo:
-Me paenitet significa “lo siento” o “me arrepiento”

Salí de la tienda totalmente ofuscada, pero dentro de mi irritación podía hallarse una gran alegría por haber encontrado el significado a aquellas palabras. Volví a la habitación corriendo sin dejar de pensar en ello.
Llegué y volví a coger el medallón que seguía abierto encima de la mesa y lo leí nuevamente todo traducido: “Por mi culpa. Cayó del cielo de llamas, extendidas por mi sombra. Me arrepiento”.
No me hizo falta volverlo a leer porque estaba claro lo que significaba; mi tío Edward había provocado el incendio en mi casa matando a mis padres, yo fui arrojada por mi padre desde la ventana de una habitación en llamas y se arrepentía por ello.

A la mañana siguiente volví al cementerio por el oscuro bosque, estaba nevando muy suavemente y fue más complicado hallar el sendero que conducía hasta allí pero, finalmente, me encontré frente a la verja metálica que lo cerraba. Las tumbas se encontraban cubiertas por una capa de nieve nueva, tan blanda y tan brillante que parecía que había sido colocada copo por copo encima de cada una de ellas.
Anduve a tientas buscando la lápida que llevaba los nombres de mis padres y de mi tío, quitando la nieve de cada losa queriendo encontrarles hasta que la vi difusamente. Pasé la mano por ella y lo primero que vi fueron los nombres de mis padres tallados en la fría piedra: “Hugo y Emma Nighy” y bajo estos estaba su epitafio, una cita bíblica muy conocida: “El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla […] perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo”. Miré más abajo buscando ahora el de mi tío, arrastrando la nieve que lo tapaba contemplé también su nombre: “Edward Nighy”, también tenía una frase que rezaba: “La verdad, terrible y hermosa, ha de tratarse con gran cuidado. Mis restos mortales ahora buscan el perdón”

Supe que lo decía para mí y algo me impulsó a decir en voz alta:
-¡No pidas perdón, no pidas mi perdón! –Dije con lágrimas en los ojos y con la voz rota-. ¡No tengo que perdonar nada!
Sabía que él había provocado el incendio, sabía que él había sido el culpable de la muerte de mis padres, pero era mi tío y también sabía que me quería y tal vez porque se sentía culpable nos cuidó a mi hermana y a mí, pero nunca nos trató mal.
A lo mejor fue un accidente, a lo mejor fue por una disputa con mis padres, quién sabía los motivos de sus actos. No podía juzgarle, nunca lo haría. La razón de sus acciones era lo que yo no podía saber y lo que nunca llegaría a averiguar. Los fantasmas de mi pasado se habían desvanecido, ya no sentía dolor por ir a Dora Doge y ya no temía nada.

El misterio de la muerte de mis padres no se había resuelto, pero sabía quién había sido y eso ya me dejaba dormir por las noches.
       
Gracias!

lunes, 14 de mayo de 2012

Un nuevo comienzo

Ejem ejem. Llevo varios meses, bastantes, sin publicar nada. La historia la di por terminada y por el momento no he escrito nada nuevo, no por falta de ganas o por falta de ideas, sino por falta de tiempo. Aquí una servidora está terminando primero de bachillerato y estoy deseando acabar, la verdad. Necesito un respiro. Menos mal que mañana 15 de Mayo, San Isidro Labrador, patrón de la Comunidad de Madrid, es fiesta y voy a poder dormir y descansar.
Anuncio que, en breve, crearé un nuevo blog.
¿Por qué?
Pues porque me lo han mandado como un trabajo para la asignatura de Ciencias para Mundo Contemporáneo. Estoy pendiente del tema de este, aunque el nombre ya lo tengo. Puedo anunciar que se llamará....
"Deja de hablar ya"
Aquí adjunto el enlace de esta nueva maravilla del mundo.
http://dejadehablarya.blogspot.com.es/

Este es el fin de un nuevo comienzo o quizás el comienzo de un fin interminable.
En el nuevo escribiré más a menudo ya que, al ser un trabajo, necesitaré escribir más debido a la nota aunque empiezo dentro de poco la semana de exámenes y no se cuando encontraré tiempo.


Veis como es por falta de este, el tiempo juega en mi contra.
¡Es un hecho!


sábado, 3 de septiembre de 2011

Capítulo 11: Un pequeño error

Noté como mi mano se doblaba lentamente bajo la presión que ejercía Aro sobre ella. De súbito, el vampiro tiró de nuevo de mi hacia él mientras emitía un rugido intenso y fiero. Me colocó la espalda contra su pecho pétreo y frío y con la otra mano me cogió la cabeza y me hizo mirar a Edward.
Todo esto lo hizo en tan solo un segundo.
-¿Algo que decirle, Edward?- dijo Aro como en un suspiro.
-¿Lo vas a hacer tú?- le contestó el vampiro con una voz atronadora. -No podrás resistirlo, y si la matas...
Aro hizo caso omiso a su comentario y dirigió sus labios hacia mi cuello. Allí se quedó, olisqueando mi piel caliente, posiblemente escuchando el latir de las venas en mi cuello. Aquello me dio grima, yo no podía moverme porque ahora me tenía agarrada por la cintura sujetándome ambos brazos junto al tronco.
Veía como Edward iba avanzando lentamente, pero Aro no debía de darse cuenta. Parecía disfrutar con lo que estaba haciendo: iba de un lado a otro del cuello, se perdía en algunos mechones sueltos de mi pelo y volvía otra vez a pegar sus labios a la piel que se me estaba quedando congelada y ya no podía disimular los escalofríos que me hacía sentir.
-Tú no lo harás -dijo Edward en un tono más calmado.
-¿Y lo harás tú? -preguntó con ironía Aro sin levantar la cabeza de donde la tenía. Aquellas palabras salieron de su boca junto con un aliento helado seco que me hizo estremecer-. Será todo lo rápido que pueda.
Entonces, todo pasó muy deprisa.
Aro posó sus dientes sobre mi cuello, justo encima de donde se encontraba mi vena yugular y presionaba fuertemente hasta pegar aquel ansiado bocado que decidiría mi destino.
Noté como sus suaves dientes entraban por mi piel y desgarraban parte de ella. La sangre caliente caía por los bordes de la herida formada y resbalaba por el cuello hasta perderse y la succión que hacía el vampiro en ella para sacar todo el líquido espeso, caliente y apetecible posible. A la vez sentía una presión intensa y ardiente que parecía entrar en el momento en el que Aro sorbía la sangre.
Mis ojos estuvieron clavados en los de Edward que seguía frente a mi y contemplaba horrorizado la escena . El pánico y el terror se reflejaban en ellos quitando su antigua faz que resplandecía y ocultándola tras un grueso velo que lo desenmascaraba como una persona totalmente asustada.
Todo lo que vi después fue gente correr de un lado a otro del bosque, voces difusas y que no comprendía y tampoco quería comprender, ruidos atronadores, el aire iba descendiendo lentamente mientras yo terminaba cayendo al suelo, a la tierra del bosque, fría, húmeda y mullida, era como un colchón enorme, de gran grosor, un lecho confortable donde perecer para siempre; gotas de lluvia caían sobre mi rostro y me dejaban completamente empapada, y mi espalda estaba mojada por un liquido caliente y pegajoso que olía con gran intensidad a hierro.
Cerré los ojos para comprobar si aquella sensación tan extraña desaparecía, la sensación de estar allí, tumbada en el suelo, y a la vez estar como en un limbo en el que era dueña completamente de los pensamientos que se arremolinaban en mi cerebro y parecían desaparecer lentamente; todos los recuerdos acumulados durante mi vida se iban esfumando y solo quedaban algunos muy difusos, como empañados en una dulce neblina: los rostros de la gente a la que más quería, palabras de ánimo de mis padres, el “te quiero” de todos ellos dicho en los momentos más apropiados y más sinceros, las risas de mi hermana y mías de cuando éramos pequeñas. Los momentos más agradables bombardeaban fácilmente mi cerebro y las imágenes importantes pasaban despacio por el, pero de Edward, aquel vampiro del que me había enamorado en tan solo unas semanas, del que me había prendado sin quererlo y del que me había llevado a esa situación involuntariamente, pues era yo la que quería ser como él en vez de el propio vampiro, no había ni rastro. Ni su cara, ni sus ojos o sus labios que formaban la sonrisa más perfecta que yo hubiese visto jamás, ni su cuerpo pétreo y helado que simulaba la textura de una roca antigua, ni su voz dulce y aterciopelada en un tono monocorde y sensual al mismo tiempo, con su entonación inmutable. Nada.
¿Dónde estaba él?
Seguía escuchando ruido cerca de mi y notando la cara húmeda y fría y la espalda caliente y pegajosa. Era perfectamente consciente de lo que sucedía: me estaba desangrando, y lo que era tal vez peor, me estaba muriendo.
En mi cabeza estaba la idea de que moría para renacer de nuevo como una de ellos, un nuevo ser, pero en el fondo algo me decía que aquello no había salido bien, que me estaba quedando sin sangre y nada se podía hacer ya, no podría volver.
Los últimos recuerdos se desvanecieron como el humo y dieron lugar a un fondo oscuro, sin luz y sin esperanzas.
Era el fin. Me dejé caer en la penumbra de mis ojos y lentamente dejé de oír ruidos, dejé de notar el agua caer sobre mi cara y mi cuerpo, y el calor de mi espalda se disipaba suavemente. La tierra sobre la que descansaba yo no me parecía un colchón extremadamente ancho y confortable, ahora no era nada. Pero antes de caer en el olvido súbitamente, una sonrisa fugaz se dibujó en mi subconsciente, apenas duró la imagen, pero sabía que ya podía acabarse todo.
Fue más rápido que quedarse dormida.

* * *

Edward vio como Aro estrechaba la mano de Eva con tanto ímpetu que pensó que se la rompería. Aro soltó un rugido intenso y casi inaudible para el oído humano y tiró de la chica hacia él colocando su espalda contra el marmóreo pecho del vampiro. Con la otra mano la cogió de la mandíbula y la obligó a mirar a Edward que se esforzaba por no abalanzarse sobre él como había hecho Eva hacía varios minutos atrás. Esos movimientos que parecían haberse hecho con una violencia increíble fueron descritos en tan solo un segundo y con una gracilidad y suavidad sorprendentes.
-¿Algo que decirle, Edward?- dijo Aro como en un suspiro.
-¿Lo vas a hacer tú?- le contestó el vampiro con una voz atronadora. -No podrás resistirlo, y si la matas...
Aro ignoró por completo el comentario de Edward dejándole así con la palabra en la boca y arrimó sus labios al cuello de la chica. Respiraba con ansiedad y tan solo lo hacía para oler su fina piel. La posición de los brazos del vampiro más antiguo habían cambiado, ahora la sujetaba con un brazo que la aprisionaba por completo dejándola inmovilizada y con los brazos pegados a su cuerpo. Que Aro estuviese con la boca pegada a su cuello no pareció hacerla mucha gracia ya que compuso una cara de horror y desprecio que solo Edward pudo ver y esa imagen le hizo sacar una sonrisa fugaz que nadie pareció percibir tampoco.
Edward se decidió por fin después de mucho esperar y ver como Aro no paraba de olfatear el cuello y la melena de su amada. Caminó ligeramente, sin que se notase demasiado, unos cortos pasos para aproximarse a Aro y estar más alerta si sucedía algo inesperado. Las expresiones de Eva eran cada vez más claras, le daban escalofríos cada vez que Aro pegaba los labios a su piel.
-Tú no lo harás -dijo Edward en un tono más calmado.
-¿Y lo harás tú? -preguntó con ironía Aro sin levantar la cabeza de donde la tenía. Aquellas palabras salieron de su boca junto con un aliento helado seco que hizo estremecer a la chica-. Será todo lo rápido que pueda.
Entonces todo pasó muy deprisa.
Aro clavó sus dientes en el cuello perlado de sudor de Eva, justo encima de donde se encontraba la vena yugular, y mordió con agresividad hasta quedar hundidos en la piel. La sangre brotó del cuello con ferocidad, semejante al agua de un río que baja por la montaña con violencia, y caía por su cuello, llegando a su torso mientras teñía la ropa de un color escarlata. El vampiro sorbía la sangre e introducía su ponzoñoso veneno en Eva que tenía los ojos quietos en un punto fijo, parecía no mirar a nada, pero en realidad contemplaba la expresión asustada de Edward que ardía en deseos de abalanzarse sobre Aro para quitársele de encima. La chica yacía casi desmayada en los brazos del antiguo vampiro.
Pero algo sucedió en aquel momento.
Un repentina tormenta se apoderaba del lugar amenazando con poderosos y aterradores truenos. Todos miraron al cielo y lanzaron expresiones de desconcierto. Entonces Aro dejó caer a Eva que chocó contra el suelo con un ruido suave gracias a la tierra y hierba mullida del bosque. Pero ninguno de los vampiros se dio cuenta, excepto Edward que estaba el más próximo a la pareja, de por qué Aro había dejado caer a la chica, y era porque éste también había caído al suelo y ahora se arrastraba por él como una serpiente, mientras lanzaba gritos al aire. Eso hizo que los demás corriesen alarmados hacia su líder bajo una inmensa tromba de agua que estaba cayendo del cielo acompañada de fuertes truenos que parecían romperlo. Edward se acercó a Eva que yacía con los ojos cerrados en el suelo, rodeada de un charco inmenso de sangre que seguía brotándola del cuello, y barro creado por el agua de lluvia.
Veía todo lo que ella estaba pensando y sabía que su fin se acercaba lentamente y que la muerte la arroparía con su manto de oscuridad en cuestión de segundos. Con los ojos clavados todavía en su rostro, escuchó como los quejidos de dolor de Aro intentaban hacerse notar en aquel escandaloso claro: la voz de los truenos y el susurrante viento, la potente lluvia cayendo sobre la tierra, las hojas y troncos de los árboles, las rocas, los gritos de los desesperados súbditos de Aro y los pensamientos de Eva en la cabeza de Edward hacían que el vampiro no escuchase nada más allí, sin embargo, no se movió del lado de la chica, aunque tampoco la tocaba, simplemente estaba allí, con los ojos clavados en su rostro que iba palideciendo cada vez más y más a medida que iba perdiendo más sangre y el charco de esta se agrandaba a su alrededor.
-¡Es culpa de la humana! -gritó la voz de Jane, enloquecida por ver a su maestro yacer moribundo sobre la tierra- ¡Todo es culpa de ella!
La vampira dejó el grupo que rodeaba a Aro y se aproximó corriendo al cuerpo de Eva, entonces Edward se abalanzó sobre ella y la hizo retroceder de un empujón.
-¡Nadie va a acercarse a ella! -gritó Edward encolerizado-. ¡Aro se muere por su arrogancia y egoísmo!
-¡Si no queréis acabar como él, será mejor que os marchéis! -dijo de pronto una voz a su lado.
Era Alice, que se había acercado a su hermano y ahora intentaba proteger el cuerpo casi muerto de la humana. Edward giró la cabeza y vio acercase los gigantescos cuerpos de los lobos, todos, excepto uno que estaba tirado en el suelo mucho más atrás que ellos, se habían puesto a la altura de estos y ahora se enfrentaban a los otros con más ferocidad e intentaban gruñir más alto para que se escuchasen por encima de los truenos.
Jane no se lo pensó dos veces y dirigió su mirada hacia Alice que ahora se retorcía por el suelo de dolor. Para protegerla, uno de los lobos se lanzó hacia la vampira del clan Volturi y la expulsó hacia un lado. Esta cayó al suelo con un sonoro estruendo, como si de una roca de mármol puro se tratase. Esos movimientos fueron los detonantes para que diese comienzo una batalla campal en toda regla.
Alice se levantó rápidamente y fue hacia Jane que forcejeaba con el gigantesco lobo de cabello rojizo. Los demás lobos se catapultaron hacia los vampiros restantes para obligarlos a marcharse de allí, pero estos no retrocedieron y en su lugar respondieron con un ataque igualmente salvaje.
Todos luchaban ferozmente. Edward miró a un lado y a otro y pudo ver como peleaban. Reconoció a Bella forcejeando con Renata más cerca de él, esta le mordía un brazo a la vampira para acabar arrancándoselo y lanzándolo lejos de su posición. La vampira gritaba de dolor mientras se tocaba el muñón del hombro, pero se levantó con gran esfuerzo y agarró a la loba del cuello con el brazo sano. A su otro lado, más apartados, Alice se caía y levantaba del suelo, Jane la estaba controlando todo lo que podía, pero le era imposible hacerla daño ya que Jacob la empujaba y agarraba para que la dejase en paz.
Todos estaban dispersados por el claro, ya nadie hacia caso a los cuerpos que se cernían sobre el, y Edward vio su oportunidad para acercarse a Aro y ver como moría. Edward estaba encolerizado con él. Se merecía la muerte y el vería como, después de tanto años, la luz de los ojos del vampiro se apagaría; su iris de un escarlata sobrenatural iría palideciendo hasta convertirse en un gris blancuzco.
Edward se fue acercando lentamente mientras a su alrededor veía como lobos y vampiros luchaban hasta la muerte, escuchaba gritos, aullidos, gañidos y rugidos ensordecedores. Al estar junto a Aro se agachó, pero mientras miraba como Quill se lanzaba sobre Alec, Enzo tenía agarrado a Embry por una de las patas traseras y tiraba de ella para desencajársela, Alice sujetaba a Jane mientras Jacob iba a ayudar a Bella que tenía dificultades al enfrentarse a Renata; Seth, entre tanto, estaba manteniendo una fuerte pelea con Félix que finalmente acabó retrocediendo hasta un árbol cercano, subió por él hasta una de las ramas y se lanzó en picado hacia el lobo de color arena, pero este le hizo un quiebro, arremetió contra él y lo agarró con la boca para empujarlo contra el árbol por el que había subido, sin embargo, nunca llegó a chocar por completo contra él porque Seth ejerció tanta presión con sus mandíbulas que el sitio por el que lo había cogido se había quebrado y el cuerpo de Félix había quedado dividido en dos de manera asimétrica.
Edward miró a los ojos a Aro que agonizaba en el suelo y parecía tener una muerte horrorosa, aun así tubo la fuerza necesaria para preguntarle a Edward:
-¿Por qué?
-¿Por qué? -contestó Edward en voz baja y con tono soberbio- Tienes lo que te mereces, Aro. No sé por qué preguntas el motivo de tu muerte.
Aro negó débilmente con la cabeza y añadió:
-No me refiero a eso.
-Sé muy bien a lo que te refieres. No sabíamos qué era Eva, y no podíamos arriesgarnos a nada con ella, pero tú quisiste que fuese de los nuestros...
-Ella también lo quería -interrumpió Aro con un murmullo.
-Cierto, pero tú podrías haberte cerciorado antes de lo que era, y aunque no lo supieses algo intuías.
-Ella...no era normal.
-Claro que no lo era.
-Pero tú sabías más...y...aún así la dejaste aceptar y...que la mordiese.
-Yo no sabía nada hasta el momento en el que tú caíste al suelo -Edward se acercó más a Aro mientras sus ojos se clavaban en los del vampiro-. Ella era una metamorfa, como los lobos que ahora están destruyendo a tú aquelarre.
Vio el desconcierto en la expresión perdida del líder Volturi y una sonrisa se le pronunció en la cara.
-La ponzoña de los vampiros es tóxica para los lobos, pero en el proceso de cambio es al revés. Ella no será una vampira porque la ponzoña tuya no la ha afectado, su poder ha sido como un impermeable y eso ha hecho que tu propio veneno se vuelva contra ti.
-Pero ella está muerta...porque yo la he mordido y...mi veneno actúa sobre ella.
-No escuchas Aro -dijo Edward en tono de decepción profunda; se fue levantando lentamente sin apartar los ojos de él-. Lamentablemente, ella está muriendo desangrada.
La mirada de Aro se desvaneció por un momento mientras recorría el rostro de Edward. Este miraba al otro vampiro con repugnancia y dolor tras saber como había perdido a otra mujer a la que quería, pero aquello era infinitamente peor pues esta había terminado muerta.
Estando allí de pie todavía podía escuchar algunas de las voces que había en la cabeza de Eva, pero sabía que pronto se extinguirían, como su vida. Sabía que su muerte estaba siendo demasiado prolongada, pero por lo menos no sentía ningún tipo de dolor.
-Ha sido...un pequeño...error -dijo la voz de Aro, casi inaudible. Seguidamente, el iris el vampiro, que había ido cambiando del rojo al gris progresivamente desde que cayese al suelo, ahora estaba de un color plateado, casi blanco.
Aro, tras una vida de vampiro poderoso, que había perdurado a pesar de los miles de años de vida transcurridos, ahora estaba muerto tras intentar hacer aquello para lo que fue creado, convertir a la gente en lo mismo que él.
Al mismo tiempo que Aro moría, Edward vislumbró en su cabeza una sonrisa muy fugaz, como si de una estrella que surca el cielo se tratase, un leve resplandor. Eva acababa de morir y su último recuerdo había sido la sonrisa de aquel vampiro de ojos claros y pelo cobrizo.
Todos a su alrededor seguían luchando y apenas se percataron de la muerte de estos hasta que Edward soltó un fiero gruñido que hizo callar a todos, incluso la lluvia aflojó un poco su potencia y los truenos eran inexistentes ya.
-Aro está muerto -les dijo a los que quedaban del aquelarre Volturi.
Jane fue soltada por Alice, que la retenía contra el suelo. Esta fue hacia su amo y se arrodilló junto a él sin decir nada. Renata la siguió, todavía sin brazo, y quedó junto a Aro, tocándole el pecho con la mano que tenía. Alec y Enzo fueron lejos de allí para recoger los trozos del cuerpo de Félix que, lógicamente, ahora estaba muerto. Pero Thomas, el último en integrarse en el mundo de los vampiros había desaparecido, es más, Edward ni siquiera lo recordaba en la pelea. Este había huido al parecer.
-Será mejor que os marchéis -dijo Alice que se había acercado a ellos sigilosamente; estaba al lado de su hermano, contemplando el cuerpo inerte de Aro.
Todos los demás lobos se habían unido a ellos aunque no habían cambiado a su forma humana.
Alec y Enzo regresaron al grupo cada uno con una parte del cuerpo de Félix. Entonces Jane y Renata agarraron a la par el cuerpo de Aro y todos juntos se marcharon por donde habían venido sin decir ninguna palabra. Habían sufrido bajas muy fuertes, volverían a Volterra con los cadáveres de dos vampiros Volturi, uno de ellos el líder del aquelarre, y un vampiro neófito había huido en plena batalla, sin contar que a Renata le faltaba un brazo que dejó tirado en el claro. No se debían de sentir para nada orgullosos de su actuación.
Los lobos y Alice contemplaban en silencio también la marcha de los vampiros, pero Edward ya no estaba cerca de ellos, este se encontraba más alejado, junto al cadáver de Eva, la humana a la que había amado en tan solo unas semanas y a la que había perdido en tan solo unas horas.
Su cuerpo y su tez se habían vuelto blancas y sus facciones más duras. La rodeaba un gran charco de la sangre que había perdido tras su mordedura en el cuello. Esta brillaba con cada gota de lluvia que caía, parecía un tumulto de rubíes amontonados.
Poco a poco se le fueron acercando los otros. Bella y Jacob ya eran humanos, ambos llevaban un pantalón vaquero lleno de barro, totalmente empapado, y Bella un top igualmente sucio. Esa ropa se la habían quitado antes de transformarse en lobos, hacía ya algunas horas, y la habían dejado entre los árboles. Alice se encontraba al lado de su hermano, con la cabeza apoyado en su hombro y un brazo rodeándole la cintura. Esta miraba con dulzura el cuerpo de la chica. Embry y Quill también estaban allí, aun todavía con su forma lobuna.
Todos admiraban el cuerpo de la chica, apenados por su muerte. Compungidos por el dolor que les estaba provocando ver las heridas sangrantes de esta.
Se dieron todos la vuelta al cabo de un rato y vieron al Seth humano agachado al lado de una mole peluda y mojada que yacía inmóvil en el suelo, mucho más atrás.
Edward casi se había olvidado de que habían matado a uno de los lobos, y estaba totalmente seguro de que aquel animal que estaba allí tirado era la forma transformada de Leah, la hermana de Seth.
Edward cogió a la chica y se fue corriendo hacia Seth junto con los demás. Allí estaba la loba plateada. Con la boca entreabierta, totalmente empapada, con una herida en el costado que era igual de grande que un bebé recién nacido, abierta y en carne viva. Imposible de curar, había perdido demasiada sangre y, el poder curativo de los lobos no podía hacer nada en aquella situación. Con esa herida, varias costillas se habían astillado y hacían presión sobre la carne, lo que hizo que sangrase con más violencia y muriese al igual que Eva.
Todos quedaron sumidos en un silencio de dolor y pesadumbre. Aquellos que podían llorar lo hacían, los vampiros solo podían lamentarse por lo ocurrido.
Tras treinta minutos de un intenso silencio que pesaba incluso, los primeros rayos del amanecer se fueron filtrando por entre los árboles. El cielo se había vuelto más claro y la tormenta había dado lugar a una débil llovizna.
Quill y Embry se transformaron y fueron a por su ropa detrás de los matorrales y se disponían a llevar el pesado cuerpo de la loba a la casa de Jacob y Bella. Seth no se movió de donde se encontraba y dejó que los demás se marchasen para que le dejasen a solas. Pero Edward seguía allí, con el cuerpo de Eva en los brazos. Ambos se miraron a los ojos unos segundos y Seth rompió a llorar, pero no ya por su hermana, sino por Eva.
Seth no la había visto, había estado pendiente de Leah y le impresionó ver a Eva en los brazos de Edward, muerta.
Fue hacia él y la cogió ahora el joven lobo. Cayó al suelo con ella mientras lloraba desconsoladamente. La mecía entre sus brazos y la acariciaba su fría piel. No podía creerlo.
Edward entonces se dio cuenta de lo que Seth había sentido por ella. No se había imprimado, pero sí se había enamorado de la humana, al igual que él. Edward también se tiró al suelo y contempló como Seth abrazaba y lloraba el cadáver de Eva.
Ambos habían perdido a la chica de la que se habían prendado y jamás la volverían a ver.

* * *

Habían pasado tres días desde la reunión en el bosque con los Volturis, pero muy pocos sabían lo que realmente había sucedido allí.
Toda la familia Cullen al completo y algunos miembros de la tribu Quileute habían asistido al velatorio después del funeral de Eva. Esta había sido incinerada y sus cenizas lanzadas al claro donde se la había encontrado muerta tras haber sufrido el ataque de un animal del bosque pero que fue encontrado muerto a varios metros de aquel lugar, o eso es lo que habían dicho los implicados que estuvieron el día de su muerte.
Todos se sentían compungidos por la pérdida de Eva pues esta había significado mucho para algunos de los presentes.
Su hermana Jessica había vuelto de Seattle con su novio y lo habían preparado todo en tan solo dos días. Muy pocos familiares más estaban allí, ni siquiera sus padres ya que estos vivían en España y no habrían estado allí a tiempo, además, estos eran muy mayores y su padre estaba gravemente enfermo así que ese también fue el motivo de su falta. En la casa donde vivían las dos hermanas estaban abarrotada de gente; había una chica que había asistido para darle un último adiós a pesar de su escasa relación, al parecer estas habían opositado a policía y solo se habían hablado en el último examen al que ella pudo ir. El padre de Bella, el jefe de policía Swan también estaba allí, acompañando a su hija al velatorio de su amiga.
Seth y Edward estaban apartados de los demás, pero ninguno de los dos decía nada. Tampoco había nada que decir, aunque les hubiese gustado decirle a Eva lo que realmente sentían, solo podían rendirla homenaje guardando silencio.
Ambos se miraron a los ojos y esbozaron al mismo tiempo una leve sonrisa al recordarla.

Dos sonrisas únicas que se habían juntado formando la imagen que a Eva le apareció en la cabeza justo antes de sucumbir a los deseos de la parca.

FIN

martes, 23 de agosto de 2011

Capítulo 10: Trato

-Tienen que estar al caer, no debe quedar mucho –contestó Edward a mi impaciente pregunta sobre la llegada de los Volturis. Nos encontrábamos en medio del bosque de la reserva, justo en el claro donde me encontraron inconsciente hacía ya unas semanas. No hacía mucho que la luz naranja del sol del atardecer nos había dejado en penumbras, pero debía de ser yo la única que lo estuviese pasando mal por el hecho de no ver nada porque los demás no hacían más que moverse de un lado para otro, pasando muy juntos y sin llegar a rozarse. Yo me encontraba al lado de Edward que no se separaba de mí en ningún momento, si yo me movía él me seguía, si me agachaba para atarme los cordones de los zapatos el adoptaba la misma forma. Era algo incómodo.
-Ya llegan –dijo Alice minutos después.
El ambiente se cargó de un ánimo tenso y todos permanecieron quietos, dudaba si allí había alguien más aparte de mí. Miré para todos los lados intentando ver a mis compañeros, pero no pude verles con claridad, solo veía las sombras inmóviles de los dos vampiros que me flanqueaban y a los gigantescos lobos que formaban la manada de Jacob algo más atrás. Podía escuchar sus respiraciones suaves, aunque tensas, y vislumbraba el vaho caliente entre la oscuridad en aquella noche fría.
-Que agradable que nos estuvieseis esperando -dijo alguien desconocido-. Pensaba que tendríamos que ir a buscaros.
Su voz sonaba fría y débil, pero se iba notando cada vez más cercana a nuestra posición.
Vi aparecer unas nuevas siluetas -conté siete- que se acercaban sigilosa y lentamente hacia nosotros. Iban muy bien alineados y caminaban todos de forma acompasada, menos los dos que se encontraban en los extremos -supuse que serían los dos nuevos vampiros que habían creado, Enzo, el antiguo amigo de Ben, una persona a la que yo ya había conocido, y Thomas-, pero todos los demás parecían deslizarse sin hacer ningún ruido sobre las hojas que había por el suelo, no se oía absolutamente nada.
-Edward –volvió a decir la voz de un principio, a quien yo ya había reconocido como Aro- ¿no te parece que hay mucho silencio en tú cabeza?, ¿no te preguntas a qué es debido, o ya te has acostumbrado?
No sabía a lo que se estaba refiriendo, pero pude intuir que se trataba de su poder para leer las mentes.
-¿Quién es tú escudo, Aro? –contestó el vampiro que tenía a mi lado, Edward- ¿Renata?
-¡¿Cómo has podido adivinarlo?! –percibí euforia en la contestación de Aro. Se rió sarcásticamente y siguió:- Es maravilloso que los vampiros podamos desarrollar aún más nuestros poderes, ¿no lo crees? Ella se ha convertido en mi nuevo escudo mental, con mucho esfuerzo y tiempo libre para practicar.
Pude escuchar algunas risas desganadas detrás de él, intentando seguirle la gracia que acababa de hacer, pero pronto cesaron y nos vimos sumidos en un silencio asfixiante que pronto rompió el líder de los Volturis.
-¿Es necesario que hagamos presentaciones?, porque creo que Alice os habrá dicho quiénes y qué hacen nuestros dos nuevos amigos –dijo mientras señalaba a las dos personas que estaban a los extremos de su formación perfecta, -tal y como yo había deducido-.
-No, ya os conocemos a todos –dijo Edward secamente a los otros-. Ahora decidnos para que habéis venido y después os marchareis.
-Yo también me alegro de verte, Edward. -dijo Aro con un tono de sarcasmo monocorde-. Y ya sabéis a lo que venimos, una primera impresión de la chica y una posterior transformación que, espero la hayáis informado de todo y después nos marcharemos...con ella.
-Pues déjame que te aclare, Aro, que no irá con vosotros, -dijo Edward saliendo en mi defensa-. Y menos siendo uno de nosotros.
Pero, después de decir eso volvió el silencio, monótono, cargado y frío, más frío incluso que antes. Los alientos calientes de los lobos se oían a nuestras espaldas junto con algunos gruñidos, mi corazón era el que podía sonar con más fiereza –o por lo menos era lo que sentía- en mi pecho.
Mi vista se fue adaptando a la penumbra del claro, pero, pude darme cuenta de que esa noche no había luna, y si la había, allí no se encontraba. Entre tinieblas pude ver los cuerpos mejor formados de los vampiros que teníamos enfrente, sus ojos oscuros relucían y algunas bocas enseñaban dientes blancos perfectos que iluminaban sus rostros increíblemente pálidos, incluso para estar en una noche tan oscura.
Giré la cabeza hacia mi izquierda, allí se encontraba Edward, su figura alta y esbelta protegiéndome de algún posible ataque del aquelarre Volturi. Volví la cabeza hacia el otro lado en el que se encontraba Alice, pequeña y fiera a la vez, con una posición tensa.
-Eso a tenido mucha gracia, Edward –dijo Aro con el mismo tono eufórico-, mucha gracia, y sabes por qué, porque no es verdad y ni tú te lo crees, por tanto, -dijo mientras levantaba su mano derecha- Jane, querida.
Nada más terminar de pronunciar aquella última palabra, Edward se tiró al suelo retorciéndose y gimiendo, saliendo de su boca gritos ahogados y tensos, llenos de angustia y dolor. No me lo pensé dos veces, ni siquiera una, me tiré al suelo con él y me coloqué delante, dándoles la espalda a los otros vampiros. Entonces sentí como un dolor penetrante y agudo me atravesaba la espalda como un puñal ardiendo y se fundía lenta y dolorosamente en mi cuerpo. Ahora Edward estaba totalmente quieto, paralizado, y yo me agitaba con violencia en el suelo. Ya no podía ver nada, el dolor me había cegado, pero ese dolor ya me resultaba vagamente familiar; ya lo había sentido con anterioridad, en aquel mismo lugar hacía ya un tiempo. La misma persona me lo había infligido. De un momento a otro, paró. Había perdido la noción del tiempo. ¿Cuánto tiempo habría pasado retorciéndome?, ¿cuánto tiempo había estado sufriendo? Aquello ahora no importaba, lo que realmente me satisfizo fue que, al girar momentáneamente la cabeza hacia la dirección en la que se debía de encontrar Jane vi, entre las sombras, como el desconcierto y la exasperación cubrían su rostro pálido. Miré a Aro y en su cara había la misma expresión que en la de Jane, pero este seguía encontrándose extrañamente eufórico, ni siquiera había bajado la mano para detener la señal. Eso significaba que Jane todavía estaba ejerciendo sobre mi toda aquella cantidad de energía cruenta y yo no sentía absolutamente nada.
Poco a poco me fui levantando del suelo, volvía a sentirlo todo de nuevo. Me incorporé y escuché algunas expresiones de asombro entre los vampiros. Miré hacia la izquierda y pude ver a Edward de pie junto a mi, mirándome con asombro y ternura.
Respiré hondo y volví la cabeza hacia Aro que ya había bajado la mano y observé una pequeña mueca de agrado en su rostro; Jane seguía con los ojos clavados en mi, con un odio en la mirada imperante, aunque ya había cejado en su intento de hacerme daño.
-No te preocupes, Jane –dijo Aro con jocosidad- no ha sido tu culpa. Por favor, Eva, -era la primera vez que le oía decir mi nombre y aquello me asustó-, podrías venir y prestarme…tu mano, si a Edward no le incomoda.
Le miré y vi como me asentía sutilmente, luego me cogió la mano y los dos anduvimos hacia el centro del pequeño claro.
-“Bloquea tu mente para que no pueda ver tus pensamientos”, -me susurró mientras caminábamos-, “de la misma forma que me haces a mí”.
De acuerdo”, pensé, y después me concentré en el fuego que recorría mi cuerpo normalmente y que formaba un muro en mi cerebro, para que así lo hiciese, ahora mi cabeza era una fortaleza impenetrable.
Aro se acercó los metros suficientes hacia nosotros y me tendió su mano derecha, yo se la cogí con recelo, y, nada más tocar su gélida y suave piel, me arrastró hacia su pecho con un leve tirón. Me sentí muy incómoda, tocaba mi mano intentado sacar algo de ella, entonces me acordé de un comentario que hizo Edward sobre él. Este podía leer las mente de las personas a través del contacto con la piel, pero no solo lo que estaban pensando en ese instante, sino también, lo de días, meses o años atrás.
Hice todo lo que pude para que el fuego siguiese en mi cabeza y bloquease mi mente, pero notaba como si alguien tuviese un enorme martillo y estuviese golpeando el muro formado. Aquello era molesto porque nadie lo había intentado jamás, aparte de Edward, pero él no lo hacía con tanta agresividad.
Miré a los ojos a Aro y pude ver el color rojo intenso de su iris, parecía irritado, lleno de ira porque su poder estaba fallando. Mi mano sentía mucha presión debido a que Aro la estaba apretando muy fuerte, pero lo estaba resistiendo aunque sabía que si él no soltaba, los huesos de mi mano quedarían rotos.
-Yo creo que ya está bien- oí decir a Edward en voz alta.
En ese momento, el muro dejó de dar tumbos, ya nadie estaba martilleándome, y la mano estaba libre de presión, pero Aro ahora me estaba agarrando por la cintura y me tenía contra su cuerpo.
-Es muy bella, Edward- dijo Aro con suavidad, aunque podía apreciarse algo de rencor.- ¿Dónde las encuentras?, primero Bella, ahora Eva... Claro que tú no eres ningún tonto ¿verdad?, las buscas interesantes.
Ahora que mi vista se iba adaptando cada vez más a la oscuridad, pude ver a Edward acercarse un poco más hacia donde Aro y yo nos encontrábamos.
-Pues, déjame que te diga, Edward, que no me parece bien -soltó de pronto en un tono de voz gélido y cortante.- Vienes de vampiro leal, agradable. Pero no puedes cambiar lo que eres, Edward.
Hubo un silencio incómodo en el que yo, sutilmente, intenté zafarme de sus opresoras manos, pero él parecía no sentirlo porque ni siquiera se movió por mis leves impulsos.
-Thomas -dijo Aro seco.- Acércate.
El chico que se encontraba a la izquierda de Aro se acercó rápidamente hasta estar frente a mí. No me gustaba el olor que desprendía, era una mezcla extraña, entre humo y sangre putrefacta. Los dientes le brillaban, de su boca salía un hedor repulsivo. Este se acercaba cada vez más a mí. Tocaba su nariz con mi pelo y aspiraba fuertemente. En su pecho se oían rugidos cada vez más fieros. Me cogió de la cintura con las dos manos y se fue acercando lentamente para, finalmente bajar la cabeza del pelo al cuello, pero antes de que pudiese él tocar mi piel, este salió despedido hacia un atrás. Vi que había sido Edward el causante de aquel movimiento, se había abalanzado sobre él y lo había lanzado varios metros hacia un lado para alejarlo de mi.
-¡No la vuelvas a tocar! -dijo Edward mientras él me agarraba y colocaba de nuevo al lado de Alice.
Thomas se levantó súbitamente y con una mirada amenazadora, se colocó acechante y se dispuso a atacarle, pero Aro le lanzó una mirada mucho más fría y soberbia que la de él y volvió a su lado sumiso.
-No te preocupes, Thomas. -dijo Aro intentando consolarlo-. Cuando venga con nosotros será para ti.
Yo me quedé atónita. ¿Cuando fuese con ellos?, era increíble, parecía aquello un mercado y yo una pieza que se vendía y compraba. Tuve que salir en mi defensa.
-¿Ir? ¿Yo? ¿Dónde? Yo no voy a ninguna parte.
-Tú irás donde se te ordene -saltó una voz femenina más atrás, a la izquierda de Aro.- ¿Cómo se te ocurre contestarle?
-Renata, tranquila- dijo Aro dulcemente.- Creo que ella no lo decía enserio ¿verdad?
-No. -dije rotundamente-. No voy a marcharme de aquí, ni siendo humana ni siendo vampiro. Tengo pensado convertirme, pero me quedaré donde estoy.
-Ya la has oído, Aro.- soltó Edward con un tono triunfante.- Ya podéis marcharos, ella se queda.
-Según una de las leyes que tenemos los vampiros -dijo la voz de un chico que también estaba a la izquierda de Aro-. Si un vampiro convierte a un humano, el primer período de neófito lo debe pasar con su creador, hasta que este se encuentre en condiciones óptimas para su andanza en solitario o para crear un nuevo aquelarre.
Tras decir aquello último noté como Edward se acercaba un poco más y Alice se iba colocando lentamente detrás de mi, escuché como las pisadas de los lobos iban aproximándose despacio. Alice colocó su cabeza cerca de mi hombro hasta que noté su aliento frío y seco en mi nuca, pensé que sería ella quien lo haría y solo se me pasaba una cosa por la cabeza: “Hazlo, hazlo ya. Antes de que sea demasiado tarde”. Él podía escucharme y era lo que quería, pero no movía ni un solo músculo, tan solo estaba allí. Notaba los fríos labios de la vampira tocándome la piel del cuello y sus ojos clavados en Aro.
-Amigo mío. -dijo de pronto Aro en un tono más jovial-. Que la muerda ella, que sea uno de nosotros. O mejor, muérdela tú, pero ¿serás capaz de hacerlo? Ya no solo me refiero al autocontrol, de eso estoy totalmente seguro de que podrás lograrlo. Me refiero...-se paró unos instantes mientras cogía un aire que no necesitaba-, al dolor.
Súbitamente, la inútil respiración de Edward se disipó en el claro y solo quedó un silencio sepulcral que dañaba los tímpanos. Y, ahora mi mente se vio invadida por una única frase que se repetía de forma incesante y que solo Edward podía escuchar: “No le hagas caso”
-Sí, querido. -continuó, la voz de Aro se había vuelto más fría si podía-. Tú has sido mordido, tú sabes el dolor que se siente, y tú, supongo que la amas, ¿no? Podrás soportar ver cómo sufre la chica a la que quieres. Lo oirás en tú cabeza...
El calor empezó a trepar por la espalda. Seguía pensando en que Edward no le hiciera caso pero en breve el muro se construiría en mi cabeza y la fuerza me recorrería por completo.
-Retumbar dentro de ti...
Esta se apoderó de mis músculos y mis extremidades, sintiéndolos yo más poderosos.
-Martillear en tus oídos...
No era capaz de concebir que me estaba sucediendo con exactitud pues, como siempre, el fuego estaba otra vez en mi cuerpo pero no era como el de siempre, ahora parecía alimentarse de rabia contenida y sabía que atacaría en breve si Aro no callaba. Él sería el primero en caer, y después todos los demás.
-Gritos de dolor...
Fin.
Y aquello fue el detonante para que las brasas estuviesen por completo en mi cuerpo. Pensé: “No me frenes, lo siento”, pero no confiaba en que Edward lo escuchase, pues ya habría hecho el muro en mi cabeza para tapar mis pensamientos.
Respiré profundamente, intenté contar, pero seguía escuchando la voz de Aro diciendo cosas como: “No serás capaz..., ella no vale tú dolor..., morirá antes de transformarse...” Estaba más que harta y preparada para abalanzarme sobre él, pero entonces escuché como la voz de Alice susurraba a mi espalda, pegada a mi oído.
-No lo hagas, por favor. Tranquilízate.
Lo había visto. Fuera lo que fuera lo que iba a hacer, ella ya lo había visto y, a juzgar por el deje de su voz, tenía bastante miedo.
Volví a respirar, pero no funcionaba. Iba a saltar.
-Lo siento.- dije volviendo la cabeza hacia atrás dirigiéndome a Alice.
Vi como Edward también miraba de soslayo, pero este seguía pendiente del interminable, aburrido y desgraciado monólogo de Aro.
-Morirá gente.- dijo Alice cortante.
¿Quién?... esa era la gran duda.
Me lo pensé dos veces y controlé mi instinto, pero era muy complicado porque Aro seguía con su extenso discurso y aquello ponía las cosas difíciles.
-En definitiva...-dijo Aro pareciendo que iba a terminar-...Edward, no sirves para nada.
La gota que colmó el vaso. Allí iba a morir gente, lo sabía, pero ya estaba cansada. Arremetió contra él sin ningún motivo y lo iba a pagar muy caro.
Dejé que el calor llenase mi cuerpo y en cuestión de segundos ya estaba que echaba humo. Me preparé para saltar por encima de Edward y Alice me agarró del brazo intentando controlarme, pero me desasí de ella y aparté a Edward de mi camino.
Fui corriendo hasta donde estaba Aro con la intención de placarle, pero otra persona se encontraba en su posición. Un hombre extremadamente grande, como un armario empotrado estaba allí plantado, con una sonrisa de satisfacción. No lo pensé, me dirigí hacia él y en el momento justo salté encima suya. Ni yo misma me lo creía, debía de medir por lo menos dos metros y medio, y, aún así, conseguí tumbarlo. Me encontraba encima de él, con las manos agarrándole el cuello para intentar estrangularle, pero caí en la cuenta de que se trataba de un vampiro y no de un humano, así que eso no serviría de mucho. Mis manos se cerraron y se convirtieron en puños que ardían con ferocidad. Comencé a golpearle la cara, pero esta estaba muy dura, aunque mis manos no sentían ningún tipo de dolor, sabía que a él tampoco le estaba causando muchos daños. Paré, y le olvidé allí en el suelo para dirigirme otra vez hacia mi objetivo, Aro.
Corrí otra vez, pero algo me hizo detenerme. Un intenso dolor estaba perforando mi cabeza. Entonces supe que era Jane la que lo hacía porque ya lo había sentido con anterioridad. Luché con todas mis fuerzas, pero aquello era demasiado. Ella debía de sentir un profundo odio hacia mí porque lo estaba volcando todo ahora. Mientras estaba en el suelo tirada, intentando avanzar y oponerme a aquella fuerza, me dio tiempo a pensar dónde se encontraban todos los demás, todos los de mi bando: Edward, Alice, los lobos...¿Dónde?
Giré poco a poco la cabeza, como pude, y vi que Alice estaba tirada en el suelo y Edward se encontraba atrapado por el vampiro que yo antes había derribado. Un vampiro se encontraba frente a Alice, dando la espalda hacia mi posición, pero supuse quién era. Alec, sin duda, el vampiro que adormilaba los sentidos de los demás estaba controlando la situación.
Pero, ¿dónde estaban los otros Volturis?
Aquellos que faltaban: Renata, Enzo y Thomas no estaban allí.
Me ladeé hacia un lado a pesar de seguir con aquel repentino dolor y vi a la manada de lobos retenida por los Volturis restantes para que aquellos no se acercaran.
Volví la cabeza y recuperé el contacto visual con Aro, que ahora se encontraba más cercano a mí.
-Tú ingenuidad me conmueve -soltó de pronto con esa gélida y sombría voz-. Pero, a la vez, me sorprende -decía mientras andaba hacia mí con un contoneo ligero-. Me sorprende porque, te has querido abalanzar sobre mí para, seguramente, matarme. Y has sido tan osada que, incluso cuando Félix se ha puesto delante de tú objetivo, lo has derribado y lo has agredido sin ninguna compasión para después dejarlo tirado y seguir con tu plan. Me sorprende.
Aro estaba frente a mí, ahora se había detenido y agachado para estar los dos cara a cara.
-Serás de gran ayuda -dijo arrimando su rostro al mío-. Tienes un gran potencial y no será desperdiciado.
Mantuve la mirada, escrutaba sus fríos ojos rojos. Me sumergí en ellos, pero solo encontré un oscuro fondo profundo. Jane seguía con los suyos clavado en mí, volcando aún más odio si cabía sobre mí, y yo, inmóvil en el suelo, seguía debatiéndome, luchando por salir del perímetro de su mirada.
De fondo se escuchaban los aullidos de los lobos de la manada de Jacob, no sabía lo que ocurría tras de mí, pero debía de ser algo horrible a juzgar por los quejidos de estos.
Saqué fuerzas de donde pude y levanté la cabeza del suelo para enderezarmen y ponerme en pie. Una vez arriba, sentí cómo Jane agudizaba más la vista y el dolor aumentaba por momentos, pero yo me resignaba a volver al suelo.
-Déjelos...en...paz-dije entrecortadamente.
-Félix, por favor, podrías acercar a Edward-. Dijo Aro mientras se levantaba también.
No podía moverme, así que esperé a que aquel vampiro enorme trajese a Edward. Segundos después, Edward ya estaba a mi lado, pero era flanqueado por Félix.
-Félix, ayuda a los otros a mantener a raya a los perros- dijo Aro mirando ahora a Edward.
Félix se marchó rápidamente, cuando quise darme cuenta ya se oía su voz en la lejanía.
-Edward, vamos a negociar -dijo Aro levantando algo más la voz porque los aullidos y gañidos de los lobos había aumentado.
-No hay nada que negociar Aro -contestó Edward con algo de dificultad.
-No lo has entendido, parece ser- Aro se acercó mucho más a mi hasta quedar mi rostro y el suyo casi pegados, entonces, subió su fría y dura mano por mi cabeza y sus dedos se engancharon fuertemente en mi pelo, tiró levemente hacia atrás para que yo echase también la cabeza-. Ella no sufrirá las consecuencias, pero, a lo mejor, algún amigo o familiar tuyo sí.
Edward estaba muy tenso, su mandíbula estaba apretada y le daba un aspecto mucho más duro a su rostro.
-¿Y bien? -insistió Aro.
Yo estaba irritada, mientras una me taladraba con aquella mirada infernal, otro me tiraba del pelo arrastrando mi cabeza hacia atrás. En aquel momento deseé volver a sentir el calor para zafarme de aquellas agresiones por parte de los Volturis.
-No hay nada que negociar -.Contestó Edward fríamente.
-Muy bien, -respondió Aro impávido-. Hasta ahora, no hemos querido hacer daño a nadie, pero ya que insistes. ¡Matad a un lobo, me es indiferente! -gritó Aro sin apartar la vista de los ojos de Edward.
Entonces se oyó un gran aullido de dolor que sobresalió por encima de los otros. Después, hubo un silencio sepulcral.
No pude evitar sentirme culpable. ¿Habrían matado en realidad a algún lobo?, si era así, ¿a cuál?
Unas lágrimas empezaron a caer de mis ojos y descendieron por mis mejillas. Pensé en como le afectaría aquello a los demás, pero en el fondo no quería admitir que hubiese muerto nadie.
Ya me lo había avisado Alice, si me lanzaba, alguien moriría. Por qué no la hice caso.
De pronto, noté que algo frío tocaba mi rostro y recogía las lágrimas que iba soltando.
Ladeé la cabeza un poco y vi que Aro había sacado su dura lengua y la paseaba por mi cara secándola.
Aquello me hizo estremecer, y entonces el calor volvió a subir con mucha más fuerza que nunca. El dolor que implantaba Jane en mí se había ido, y ya no notaba la fuerza que ejercía Aro sobre mi cabeza.
Me revolví como pude y noté como Aro soltaba su mano de mi cabeza. Yo estaba libre y ahora él pagaría por lo ocurrido.
El fuego que se escondía en mi pecho, repentinamente se expandió por el cuerpo y notaba que era una bola caliente de fuerza y poder renovados. Levanté el brazo y agarré a Aro por el cuello y le tumbé en el suelo. Él se resistía, pero yo me encontraba con mucha más energía que él. Enseñaba los dientes con voracidad desde el suelo mientras soltaba ruidos feroces por su garganta, me golpeaba los costados con aquellos puños marmóreos, pero apenas sentía dolor. Apreté mi mano mucho más fuerte y el duro y frío cuello del vampiro se estremecía bajo mis dedos. Además de sus gañidos podía oír de fondo como los que se encontraban detrás de mí gritaban y gemían. Alcé la vista y miré hacia atrás para ver que sucedía y vi cómo los vampiros y los lobos se habían enzarzado en una gran batalla en la oscuridad de la noche. Todos estaban luchando entre sí menos Edward que seguía allí quieto, donde había estado antes de mi acción, mirándome con ojos profundos. Su mirada fue la que me hizo soltarle el cuello de Aro, pero seguía sujetándole las manos. Arrimé la cara a la suya y le susurré:
-Di a tus vampiros que dejen de luchar.
-Tienes agallas para enfrentarte al vampiro con más poder de la Tierra -dijo haciendo caso omiso a mi petición-. Cuando vengas con nosotros te mantendremos encerrada y amordazada y te sacaremos en ocasiones especiales.
Agarré sus manos con una sola y la otra la dirigí de nuevo al cuello. Esta vez le cogí del mentón con la palma de la mano y empujé duramente contra el suelo su cabeza y le volví a repetir, ahora algo más fuerte:
-¡Di a tus vampiros que dejen de luchar!
Le solté la cabeza y el abrió la boca de nuevo, esta vez para decir lo que yo le había mandado.
Súbitamente, los gritos y aullidos dejaron de sonar. En su lugar, volvió a haber un silencio tenso.
-Voy a soltarte -le dije despacio-. Voy a confiar en ti, pero como hagas un solo movimiento en falso me lanzaré sobre ti de nuevo y esta vez pagarás la vida que te has cobrado antes.
Así hice, le solté las manos y me incorporé sin dejar de mirarle. Me coloqué al lado de Edward mientras Aro se ponía de nuevo en pie de frente a él.
-Vigílala -.dijo Aro refiriéndose a mí-. Ella sola siendo vampiro dará más problemas que ningún otro aquelarre. Eres la primera en enfrentarte a mí de esa manera -.siguió dirigiéndose ahora a mí.
-Te ha bastado para saber que no se marchará -dijo de pronto Edward.
-Sí...aunque es muy tentadora la idea de llevárnosla. Pero, haremos una cosa -dijo Aro mientras miraba por encima del hombro de Edward para buscar con la mirada a alguien-. Nos marcharemos de aquí cuando la hayas convertido. Trato.
Edward me miró, pero antes de que él pudiese hablar contesté a Aro:
-Trato.
Y le estreché la mano con firmeza.