martes, 23 de agosto de 2011

Capítulo 10: Trato

-Tienen que estar al caer, no debe quedar mucho –contestó Edward a mi impaciente pregunta sobre la llegada de los Volturis. Nos encontrábamos en medio del bosque de la reserva, justo en el claro donde me encontraron inconsciente hacía ya unas semanas. No hacía mucho que la luz naranja del sol del atardecer nos había dejado en penumbras, pero debía de ser yo la única que lo estuviese pasando mal por el hecho de no ver nada porque los demás no hacían más que moverse de un lado para otro, pasando muy juntos y sin llegar a rozarse. Yo me encontraba al lado de Edward que no se separaba de mí en ningún momento, si yo me movía él me seguía, si me agachaba para atarme los cordones de los zapatos el adoptaba la misma forma. Era algo incómodo.
-Ya llegan –dijo Alice minutos después.
El ambiente se cargó de un ánimo tenso y todos permanecieron quietos, dudaba si allí había alguien más aparte de mí. Miré para todos los lados intentando ver a mis compañeros, pero no pude verles con claridad, solo veía las sombras inmóviles de los dos vampiros que me flanqueaban y a los gigantescos lobos que formaban la manada de Jacob algo más atrás. Podía escuchar sus respiraciones suaves, aunque tensas, y vislumbraba el vaho caliente entre la oscuridad en aquella noche fría.
-Que agradable que nos estuvieseis esperando -dijo alguien desconocido-. Pensaba que tendríamos que ir a buscaros.
Su voz sonaba fría y débil, pero se iba notando cada vez más cercana a nuestra posición.
Vi aparecer unas nuevas siluetas -conté siete- que se acercaban sigilosa y lentamente hacia nosotros. Iban muy bien alineados y caminaban todos de forma acompasada, menos los dos que se encontraban en los extremos -supuse que serían los dos nuevos vampiros que habían creado, Enzo, el antiguo amigo de Ben, una persona a la que yo ya había conocido, y Thomas-, pero todos los demás parecían deslizarse sin hacer ningún ruido sobre las hojas que había por el suelo, no se oía absolutamente nada.
-Edward –volvió a decir la voz de un principio, a quien yo ya había reconocido como Aro- ¿no te parece que hay mucho silencio en tú cabeza?, ¿no te preguntas a qué es debido, o ya te has acostumbrado?
No sabía a lo que se estaba refiriendo, pero pude intuir que se trataba de su poder para leer las mentes.
-¿Quién es tú escudo, Aro? –contestó el vampiro que tenía a mi lado, Edward- ¿Renata?
-¡¿Cómo has podido adivinarlo?! –percibí euforia en la contestación de Aro. Se rió sarcásticamente y siguió:- Es maravilloso que los vampiros podamos desarrollar aún más nuestros poderes, ¿no lo crees? Ella se ha convertido en mi nuevo escudo mental, con mucho esfuerzo y tiempo libre para practicar.
Pude escuchar algunas risas desganadas detrás de él, intentando seguirle la gracia que acababa de hacer, pero pronto cesaron y nos vimos sumidos en un silencio asfixiante que pronto rompió el líder de los Volturis.
-¿Es necesario que hagamos presentaciones?, porque creo que Alice os habrá dicho quiénes y qué hacen nuestros dos nuevos amigos –dijo mientras señalaba a las dos personas que estaban a los extremos de su formación perfecta, -tal y como yo había deducido-.
-No, ya os conocemos a todos –dijo Edward secamente a los otros-. Ahora decidnos para que habéis venido y después os marchareis.
-Yo también me alegro de verte, Edward. -dijo Aro con un tono de sarcasmo monocorde-. Y ya sabéis a lo que venimos, una primera impresión de la chica y una posterior transformación que, espero la hayáis informado de todo y después nos marcharemos...con ella.
-Pues déjame que te aclare, Aro, que no irá con vosotros, -dijo Edward saliendo en mi defensa-. Y menos siendo uno de nosotros.
Pero, después de decir eso volvió el silencio, monótono, cargado y frío, más frío incluso que antes. Los alientos calientes de los lobos se oían a nuestras espaldas junto con algunos gruñidos, mi corazón era el que podía sonar con más fiereza –o por lo menos era lo que sentía- en mi pecho.
Mi vista se fue adaptando a la penumbra del claro, pero, pude darme cuenta de que esa noche no había luna, y si la había, allí no se encontraba. Entre tinieblas pude ver los cuerpos mejor formados de los vampiros que teníamos enfrente, sus ojos oscuros relucían y algunas bocas enseñaban dientes blancos perfectos que iluminaban sus rostros increíblemente pálidos, incluso para estar en una noche tan oscura.
Giré la cabeza hacia mi izquierda, allí se encontraba Edward, su figura alta y esbelta protegiéndome de algún posible ataque del aquelarre Volturi. Volví la cabeza hacia el otro lado en el que se encontraba Alice, pequeña y fiera a la vez, con una posición tensa.
-Eso a tenido mucha gracia, Edward –dijo Aro con el mismo tono eufórico-, mucha gracia, y sabes por qué, porque no es verdad y ni tú te lo crees, por tanto, -dijo mientras levantaba su mano derecha- Jane, querida.
Nada más terminar de pronunciar aquella última palabra, Edward se tiró al suelo retorciéndose y gimiendo, saliendo de su boca gritos ahogados y tensos, llenos de angustia y dolor. No me lo pensé dos veces, ni siquiera una, me tiré al suelo con él y me coloqué delante, dándoles la espalda a los otros vampiros. Entonces sentí como un dolor penetrante y agudo me atravesaba la espalda como un puñal ardiendo y se fundía lenta y dolorosamente en mi cuerpo. Ahora Edward estaba totalmente quieto, paralizado, y yo me agitaba con violencia en el suelo. Ya no podía ver nada, el dolor me había cegado, pero ese dolor ya me resultaba vagamente familiar; ya lo había sentido con anterioridad, en aquel mismo lugar hacía ya un tiempo. La misma persona me lo había infligido. De un momento a otro, paró. Había perdido la noción del tiempo. ¿Cuánto tiempo habría pasado retorciéndome?, ¿cuánto tiempo había estado sufriendo? Aquello ahora no importaba, lo que realmente me satisfizo fue que, al girar momentáneamente la cabeza hacia la dirección en la que se debía de encontrar Jane vi, entre las sombras, como el desconcierto y la exasperación cubrían su rostro pálido. Miré a Aro y en su cara había la misma expresión que en la de Jane, pero este seguía encontrándose extrañamente eufórico, ni siquiera había bajado la mano para detener la señal. Eso significaba que Jane todavía estaba ejerciendo sobre mi toda aquella cantidad de energía cruenta y yo no sentía absolutamente nada.
Poco a poco me fui levantando del suelo, volvía a sentirlo todo de nuevo. Me incorporé y escuché algunas expresiones de asombro entre los vampiros. Miré hacia la izquierda y pude ver a Edward de pie junto a mi, mirándome con asombro y ternura.
Respiré hondo y volví la cabeza hacia Aro que ya había bajado la mano y observé una pequeña mueca de agrado en su rostro; Jane seguía con los ojos clavados en mi, con un odio en la mirada imperante, aunque ya había cejado en su intento de hacerme daño.
-No te preocupes, Jane –dijo Aro con jocosidad- no ha sido tu culpa. Por favor, Eva, -era la primera vez que le oía decir mi nombre y aquello me asustó-, podrías venir y prestarme…tu mano, si a Edward no le incomoda.
Le miré y vi como me asentía sutilmente, luego me cogió la mano y los dos anduvimos hacia el centro del pequeño claro.
-“Bloquea tu mente para que no pueda ver tus pensamientos”, -me susurró mientras caminábamos-, “de la misma forma que me haces a mí”.
De acuerdo”, pensé, y después me concentré en el fuego que recorría mi cuerpo normalmente y que formaba un muro en mi cerebro, para que así lo hiciese, ahora mi cabeza era una fortaleza impenetrable.
Aro se acercó los metros suficientes hacia nosotros y me tendió su mano derecha, yo se la cogí con recelo, y, nada más tocar su gélida y suave piel, me arrastró hacia su pecho con un leve tirón. Me sentí muy incómoda, tocaba mi mano intentado sacar algo de ella, entonces me acordé de un comentario que hizo Edward sobre él. Este podía leer las mente de las personas a través del contacto con la piel, pero no solo lo que estaban pensando en ese instante, sino también, lo de días, meses o años atrás.
Hice todo lo que pude para que el fuego siguiese en mi cabeza y bloquease mi mente, pero notaba como si alguien tuviese un enorme martillo y estuviese golpeando el muro formado. Aquello era molesto porque nadie lo había intentado jamás, aparte de Edward, pero él no lo hacía con tanta agresividad.
Miré a los ojos a Aro y pude ver el color rojo intenso de su iris, parecía irritado, lleno de ira porque su poder estaba fallando. Mi mano sentía mucha presión debido a que Aro la estaba apretando muy fuerte, pero lo estaba resistiendo aunque sabía que si él no soltaba, los huesos de mi mano quedarían rotos.
-Yo creo que ya está bien- oí decir a Edward en voz alta.
En ese momento, el muro dejó de dar tumbos, ya nadie estaba martilleándome, y la mano estaba libre de presión, pero Aro ahora me estaba agarrando por la cintura y me tenía contra su cuerpo.
-Es muy bella, Edward- dijo Aro con suavidad, aunque podía apreciarse algo de rencor.- ¿Dónde las encuentras?, primero Bella, ahora Eva... Claro que tú no eres ningún tonto ¿verdad?, las buscas interesantes.
Ahora que mi vista se iba adaptando cada vez más a la oscuridad, pude ver a Edward acercarse un poco más hacia donde Aro y yo nos encontrábamos.
-Pues, déjame que te diga, Edward, que no me parece bien -soltó de pronto en un tono de voz gélido y cortante.- Vienes de vampiro leal, agradable. Pero no puedes cambiar lo que eres, Edward.
Hubo un silencio incómodo en el que yo, sutilmente, intenté zafarme de sus opresoras manos, pero él parecía no sentirlo porque ni siquiera se movió por mis leves impulsos.
-Thomas -dijo Aro seco.- Acércate.
El chico que se encontraba a la izquierda de Aro se acercó rápidamente hasta estar frente a mí. No me gustaba el olor que desprendía, era una mezcla extraña, entre humo y sangre putrefacta. Los dientes le brillaban, de su boca salía un hedor repulsivo. Este se acercaba cada vez más a mí. Tocaba su nariz con mi pelo y aspiraba fuertemente. En su pecho se oían rugidos cada vez más fieros. Me cogió de la cintura con las dos manos y se fue acercando lentamente para, finalmente bajar la cabeza del pelo al cuello, pero antes de que pudiese él tocar mi piel, este salió despedido hacia un atrás. Vi que había sido Edward el causante de aquel movimiento, se había abalanzado sobre él y lo había lanzado varios metros hacia un lado para alejarlo de mi.
-¡No la vuelvas a tocar! -dijo Edward mientras él me agarraba y colocaba de nuevo al lado de Alice.
Thomas se levantó súbitamente y con una mirada amenazadora, se colocó acechante y se dispuso a atacarle, pero Aro le lanzó una mirada mucho más fría y soberbia que la de él y volvió a su lado sumiso.
-No te preocupes, Thomas. -dijo Aro intentando consolarlo-. Cuando venga con nosotros será para ti.
Yo me quedé atónita. ¿Cuando fuese con ellos?, era increíble, parecía aquello un mercado y yo una pieza que se vendía y compraba. Tuve que salir en mi defensa.
-¿Ir? ¿Yo? ¿Dónde? Yo no voy a ninguna parte.
-Tú irás donde se te ordene -saltó una voz femenina más atrás, a la izquierda de Aro.- ¿Cómo se te ocurre contestarle?
-Renata, tranquila- dijo Aro dulcemente.- Creo que ella no lo decía enserio ¿verdad?
-No. -dije rotundamente-. No voy a marcharme de aquí, ni siendo humana ni siendo vampiro. Tengo pensado convertirme, pero me quedaré donde estoy.
-Ya la has oído, Aro.- soltó Edward con un tono triunfante.- Ya podéis marcharos, ella se queda.
-Según una de las leyes que tenemos los vampiros -dijo la voz de un chico que también estaba a la izquierda de Aro-. Si un vampiro convierte a un humano, el primer período de neófito lo debe pasar con su creador, hasta que este se encuentre en condiciones óptimas para su andanza en solitario o para crear un nuevo aquelarre.
Tras decir aquello último noté como Edward se acercaba un poco más y Alice se iba colocando lentamente detrás de mi, escuché como las pisadas de los lobos iban aproximándose despacio. Alice colocó su cabeza cerca de mi hombro hasta que noté su aliento frío y seco en mi nuca, pensé que sería ella quien lo haría y solo se me pasaba una cosa por la cabeza: “Hazlo, hazlo ya. Antes de que sea demasiado tarde”. Él podía escucharme y era lo que quería, pero no movía ni un solo músculo, tan solo estaba allí. Notaba los fríos labios de la vampira tocándome la piel del cuello y sus ojos clavados en Aro.
-Amigo mío. -dijo de pronto Aro en un tono más jovial-. Que la muerda ella, que sea uno de nosotros. O mejor, muérdela tú, pero ¿serás capaz de hacerlo? Ya no solo me refiero al autocontrol, de eso estoy totalmente seguro de que podrás lograrlo. Me refiero...-se paró unos instantes mientras cogía un aire que no necesitaba-, al dolor.
Súbitamente, la inútil respiración de Edward se disipó en el claro y solo quedó un silencio sepulcral que dañaba los tímpanos. Y, ahora mi mente se vio invadida por una única frase que se repetía de forma incesante y que solo Edward podía escuchar: “No le hagas caso”
-Sí, querido. -continuó, la voz de Aro se había vuelto más fría si podía-. Tú has sido mordido, tú sabes el dolor que se siente, y tú, supongo que la amas, ¿no? Podrás soportar ver cómo sufre la chica a la que quieres. Lo oirás en tú cabeza...
El calor empezó a trepar por la espalda. Seguía pensando en que Edward no le hiciera caso pero en breve el muro se construiría en mi cabeza y la fuerza me recorrería por completo.
-Retumbar dentro de ti...
Esta se apoderó de mis músculos y mis extremidades, sintiéndolos yo más poderosos.
-Martillear en tus oídos...
No era capaz de concebir que me estaba sucediendo con exactitud pues, como siempre, el fuego estaba otra vez en mi cuerpo pero no era como el de siempre, ahora parecía alimentarse de rabia contenida y sabía que atacaría en breve si Aro no callaba. Él sería el primero en caer, y después todos los demás.
-Gritos de dolor...
Fin.
Y aquello fue el detonante para que las brasas estuviesen por completo en mi cuerpo. Pensé: “No me frenes, lo siento”, pero no confiaba en que Edward lo escuchase, pues ya habría hecho el muro en mi cabeza para tapar mis pensamientos.
Respiré profundamente, intenté contar, pero seguía escuchando la voz de Aro diciendo cosas como: “No serás capaz..., ella no vale tú dolor..., morirá antes de transformarse...” Estaba más que harta y preparada para abalanzarme sobre él, pero entonces escuché como la voz de Alice susurraba a mi espalda, pegada a mi oído.
-No lo hagas, por favor. Tranquilízate.
Lo había visto. Fuera lo que fuera lo que iba a hacer, ella ya lo había visto y, a juzgar por el deje de su voz, tenía bastante miedo.
Volví a respirar, pero no funcionaba. Iba a saltar.
-Lo siento.- dije volviendo la cabeza hacia atrás dirigiéndome a Alice.
Vi como Edward también miraba de soslayo, pero este seguía pendiente del interminable, aburrido y desgraciado monólogo de Aro.
-Morirá gente.- dijo Alice cortante.
¿Quién?... esa era la gran duda.
Me lo pensé dos veces y controlé mi instinto, pero era muy complicado porque Aro seguía con su extenso discurso y aquello ponía las cosas difíciles.
-En definitiva...-dijo Aro pareciendo que iba a terminar-...Edward, no sirves para nada.
La gota que colmó el vaso. Allí iba a morir gente, lo sabía, pero ya estaba cansada. Arremetió contra él sin ningún motivo y lo iba a pagar muy caro.
Dejé que el calor llenase mi cuerpo y en cuestión de segundos ya estaba que echaba humo. Me preparé para saltar por encima de Edward y Alice me agarró del brazo intentando controlarme, pero me desasí de ella y aparté a Edward de mi camino.
Fui corriendo hasta donde estaba Aro con la intención de placarle, pero otra persona se encontraba en su posición. Un hombre extremadamente grande, como un armario empotrado estaba allí plantado, con una sonrisa de satisfacción. No lo pensé, me dirigí hacia él y en el momento justo salté encima suya. Ni yo misma me lo creía, debía de medir por lo menos dos metros y medio, y, aún así, conseguí tumbarlo. Me encontraba encima de él, con las manos agarrándole el cuello para intentar estrangularle, pero caí en la cuenta de que se trataba de un vampiro y no de un humano, así que eso no serviría de mucho. Mis manos se cerraron y se convirtieron en puños que ardían con ferocidad. Comencé a golpearle la cara, pero esta estaba muy dura, aunque mis manos no sentían ningún tipo de dolor, sabía que a él tampoco le estaba causando muchos daños. Paré, y le olvidé allí en el suelo para dirigirme otra vez hacia mi objetivo, Aro.
Corrí otra vez, pero algo me hizo detenerme. Un intenso dolor estaba perforando mi cabeza. Entonces supe que era Jane la que lo hacía porque ya lo había sentido con anterioridad. Luché con todas mis fuerzas, pero aquello era demasiado. Ella debía de sentir un profundo odio hacia mí porque lo estaba volcando todo ahora. Mientras estaba en el suelo tirada, intentando avanzar y oponerme a aquella fuerza, me dio tiempo a pensar dónde se encontraban todos los demás, todos los de mi bando: Edward, Alice, los lobos...¿Dónde?
Giré poco a poco la cabeza, como pude, y vi que Alice estaba tirada en el suelo y Edward se encontraba atrapado por el vampiro que yo antes había derribado. Un vampiro se encontraba frente a Alice, dando la espalda hacia mi posición, pero supuse quién era. Alec, sin duda, el vampiro que adormilaba los sentidos de los demás estaba controlando la situación.
Pero, ¿dónde estaban los otros Volturis?
Aquellos que faltaban: Renata, Enzo y Thomas no estaban allí.
Me ladeé hacia un lado a pesar de seguir con aquel repentino dolor y vi a la manada de lobos retenida por los Volturis restantes para que aquellos no se acercaran.
Volví la cabeza y recuperé el contacto visual con Aro, que ahora se encontraba más cercano a mí.
-Tú ingenuidad me conmueve -soltó de pronto con esa gélida y sombría voz-. Pero, a la vez, me sorprende -decía mientras andaba hacia mí con un contoneo ligero-. Me sorprende porque, te has querido abalanzar sobre mí para, seguramente, matarme. Y has sido tan osada que, incluso cuando Félix se ha puesto delante de tú objetivo, lo has derribado y lo has agredido sin ninguna compasión para después dejarlo tirado y seguir con tu plan. Me sorprende.
Aro estaba frente a mí, ahora se había detenido y agachado para estar los dos cara a cara.
-Serás de gran ayuda -dijo arrimando su rostro al mío-. Tienes un gran potencial y no será desperdiciado.
Mantuve la mirada, escrutaba sus fríos ojos rojos. Me sumergí en ellos, pero solo encontré un oscuro fondo profundo. Jane seguía con los suyos clavado en mí, volcando aún más odio si cabía sobre mí, y yo, inmóvil en el suelo, seguía debatiéndome, luchando por salir del perímetro de su mirada.
De fondo se escuchaban los aullidos de los lobos de la manada de Jacob, no sabía lo que ocurría tras de mí, pero debía de ser algo horrible a juzgar por los quejidos de estos.
Saqué fuerzas de donde pude y levanté la cabeza del suelo para enderezarmen y ponerme en pie. Una vez arriba, sentí cómo Jane agudizaba más la vista y el dolor aumentaba por momentos, pero yo me resignaba a volver al suelo.
-Déjelos...en...paz-dije entrecortadamente.
-Félix, por favor, podrías acercar a Edward-. Dijo Aro mientras se levantaba también.
No podía moverme, así que esperé a que aquel vampiro enorme trajese a Edward. Segundos después, Edward ya estaba a mi lado, pero era flanqueado por Félix.
-Félix, ayuda a los otros a mantener a raya a los perros- dijo Aro mirando ahora a Edward.
Félix se marchó rápidamente, cuando quise darme cuenta ya se oía su voz en la lejanía.
-Edward, vamos a negociar -dijo Aro levantando algo más la voz porque los aullidos y gañidos de los lobos había aumentado.
-No hay nada que negociar Aro -contestó Edward con algo de dificultad.
-No lo has entendido, parece ser- Aro se acercó mucho más a mi hasta quedar mi rostro y el suyo casi pegados, entonces, subió su fría y dura mano por mi cabeza y sus dedos se engancharon fuertemente en mi pelo, tiró levemente hacia atrás para que yo echase también la cabeza-. Ella no sufrirá las consecuencias, pero, a lo mejor, algún amigo o familiar tuyo sí.
Edward estaba muy tenso, su mandíbula estaba apretada y le daba un aspecto mucho más duro a su rostro.
-¿Y bien? -insistió Aro.
Yo estaba irritada, mientras una me taladraba con aquella mirada infernal, otro me tiraba del pelo arrastrando mi cabeza hacia atrás. En aquel momento deseé volver a sentir el calor para zafarme de aquellas agresiones por parte de los Volturis.
-No hay nada que negociar -.Contestó Edward fríamente.
-Muy bien, -respondió Aro impávido-. Hasta ahora, no hemos querido hacer daño a nadie, pero ya que insistes. ¡Matad a un lobo, me es indiferente! -gritó Aro sin apartar la vista de los ojos de Edward.
Entonces se oyó un gran aullido de dolor que sobresalió por encima de los otros. Después, hubo un silencio sepulcral.
No pude evitar sentirme culpable. ¿Habrían matado en realidad a algún lobo?, si era así, ¿a cuál?
Unas lágrimas empezaron a caer de mis ojos y descendieron por mis mejillas. Pensé en como le afectaría aquello a los demás, pero en el fondo no quería admitir que hubiese muerto nadie.
Ya me lo había avisado Alice, si me lanzaba, alguien moriría. Por qué no la hice caso.
De pronto, noté que algo frío tocaba mi rostro y recogía las lágrimas que iba soltando.
Ladeé la cabeza un poco y vi que Aro había sacado su dura lengua y la paseaba por mi cara secándola.
Aquello me hizo estremecer, y entonces el calor volvió a subir con mucha más fuerza que nunca. El dolor que implantaba Jane en mí se había ido, y ya no notaba la fuerza que ejercía Aro sobre mi cabeza.
Me revolví como pude y noté como Aro soltaba su mano de mi cabeza. Yo estaba libre y ahora él pagaría por lo ocurrido.
El fuego que se escondía en mi pecho, repentinamente se expandió por el cuerpo y notaba que era una bola caliente de fuerza y poder renovados. Levanté el brazo y agarré a Aro por el cuello y le tumbé en el suelo. Él se resistía, pero yo me encontraba con mucha más energía que él. Enseñaba los dientes con voracidad desde el suelo mientras soltaba ruidos feroces por su garganta, me golpeaba los costados con aquellos puños marmóreos, pero apenas sentía dolor. Apreté mi mano mucho más fuerte y el duro y frío cuello del vampiro se estremecía bajo mis dedos. Además de sus gañidos podía oír de fondo como los que se encontraban detrás de mí gritaban y gemían. Alcé la vista y miré hacia atrás para ver que sucedía y vi cómo los vampiros y los lobos se habían enzarzado en una gran batalla en la oscuridad de la noche. Todos estaban luchando entre sí menos Edward que seguía allí quieto, donde había estado antes de mi acción, mirándome con ojos profundos. Su mirada fue la que me hizo soltarle el cuello de Aro, pero seguía sujetándole las manos. Arrimé la cara a la suya y le susurré:
-Di a tus vampiros que dejen de luchar.
-Tienes agallas para enfrentarte al vampiro con más poder de la Tierra -dijo haciendo caso omiso a mi petición-. Cuando vengas con nosotros te mantendremos encerrada y amordazada y te sacaremos en ocasiones especiales.
Agarré sus manos con una sola y la otra la dirigí de nuevo al cuello. Esta vez le cogí del mentón con la palma de la mano y empujé duramente contra el suelo su cabeza y le volví a repetir, ahora algo más fuerte:
-¡Di a tus vampiros que dejen de luchar!
Le solté la cabeza y el abrió la boca de nuevo, esta vez para decir lo que yo le había mandado.
Súbitamente, los gritos y aullidos dejaron de sonar. En su lugar, volvió a haber un silencio tenso.
-Voy a soltarte -le dije despacio-. Voy a confiar en ti, pero como hagas un solo movimiento en falso me lanzaré sobre ti de nuevo y esta vez pagarás la vida que te has cobrado antes.
Así hice, le solté las manos y me incorporé sin dejar de mirarle. Me coloqué al lado de Edward mientras Aro se ponía de nuevo en pie de frente a él.
-Vigílala -.dijo Aro refiriéndose a mí-. Ella sola siendo vampiro dará más problemas que ningún otro aquelarre. Eres la primera en enfrentarte a mí de esa manera -.siguió dirigiéndose ahora a mí.
-Te ha bastado para saber que no se marchará -dijo de pronto Edward.
-Sí...aunque es muy tentadora la idea de llevárnosla. Pero, haremos una cosa -dijo Aro mientras miraba por encima del hombro de Edward para buscar con la mirada a alguien-. Nos marcharemos de aquí cuando la hayas convertido. Trato.
Edward me miró, pero antes de que él pudiese hablar contesté a Aro:
-Trato.
Y le estreché la mano con firmeza.

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