miércoles, 6 de julio de 2011

Capítulo 7: Miedo

Me besaba y yo le respondía fervientemente, no separábamos nuestros cuerpos en ningún momento, había contacto continuo. Sus labios eran fríos y duros, no como me los había imaginado, pero mucho más sabrosos que en mis sueños. Su piel estaba totalmente congelada, pero no le daba importancia debido al calentón que llevaba en mi cuerpo. Sus manos pasaban de entre mi pelo a mis caderas, a mis glúteos, a mis muslos, y así innumerables veces. Las mías lo abrazaban, subían y bajaban por su espalda ancha e interminable. Me cogió en volandas sin parar de besarme, y me llevó a tientas hasta la habitación, el trayecto que había del sofá del salón hasta mi cama en la habitación en la otra punta de la casa apenas duró un segundo, aunque estaba tan inmersa en su dulce boca que, a lo mejor, fue imaginación mía. Nos tumbamos en la cama, el uno encima del otro, revolcando de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, solamente besándonos, abrazándonos y acariciándonos. Sus manos se deslizaron por las mías, las agarré fuertemente y las dejé que las llevara donde él quería. Alzó los brazos hacia arriba dejando mis manos allí quietas, bajó las suyas y me quitó la camiseta muy deprisa y la tiró a un lado de la habitación, él se quitó su suéter caqui de forma violenta y lo tiró a una esquina. Apenas podía verle, la luz tenue que había en el cuarto provenía del salón, a varios metros de allí. Vi su pecho musculoso de un color grisáceo, al igual que su cara, pero sus ojos eran totalmente negros, aquello si lo pude ver bien. Me miraba con deseo, con furia, con pena y con gula. Se abalanzó sobre mi y me llevó al cabecero de la cama, ahora era algo más efusivo, incluso había agresividad en sus besos, estaba nervioso y eufórico. Chocaba contra mis labios una y otra vez, parecía no tener control, sus manos estaban fijas en sitio, agarraban mis muñecas, las sujetaban con furia al cabecero liso de mi cama, las sentía adormiladas, hinchadas. Entonces ya no le buscaba para besare, intentaba zafarme de ellas, pero fue en vano. Me sentía agobiada, mi boca quería mantenerse lejos de la suya, pero él seguía insistiendo, mientras tanto, las manos se me estaban empezando a amoratar. El calor que sentía en un principio no era el mismo que ahora recorría mi cuerpo, este se adentraba en mis venas, en mis huesos, en mis músculos, podía sentirme ardiendo. Bloqueé mi cabeza sin pensármelo, sin saber como actuar, parecía tener más fuerza que antes y volví a intentar soltarme, pero él seguía apretándolas, sin dejarme escapatoria.
-Edward, -le llamé en un suspiro-, por favor…para.
No pareció enterarse y siguió por mi cuello ahora, estaba muy nervioso, exultante. De su pecho empezaron a salir rugidos fieros, se percató de ello, paró por unos instantes y respiró hondo. Volvió otra vez a mi boca, se encontraba colérico.
-¡Basta ya, Edward! –grité como pude-. ¡Me haces daño, para!
No paró.
-¡PARA YA, EDWARD CULLEN! –grité dejándome la voz.
El fuego recorrió mi pecho, abrasó mi garganta y salió con un estrepitoso y enérgico grito lleno de furia.
Se alejó de un salto y fue a parar a la otra al suelo, cayendo al lado de la ventana rota. Encendí la luz del cuarto desde mi cama y le miré, estaba tirado en el suelo, con las manos en la cabeza y respiraba de forma irregular. Estuvo allí, inmóvil, durante largos e interminables minutos, y yo tampoco ayudé, bloqueé mis pensamientos de forma que él no pudiese ver absolutamente nada, aunque no parecía interesado en mí, estaba más pendiente de él mismo. Me levanté cuidadosamente y sin hacer ningún ruido, fui hasta donde se encontraba agazapado en el suelo frío y me acuclillé a su lado. Tenía miedo de cómo iba a reaccionar él, pero enseguida supe que no me haría ningún daño, hiciese lo que le hiciese. Le puse mi mano en su cabeza y lo consolé dulcemente mientras le acariciaba y metía mis dedos entre sus cabellos. Le cogí los brazos que cubrían su cabeza y él los arrastró hacia el suelo, alcé su cabeza con las manos y le miré a los ojos, y allí vi una expresión nunca vista antes por nadie, nunca en mi vida.

Miedo.
Vi el miedo clavado en sus profundos ojos negros, un miedo muy diferente, vi el miedo que le producía que yo estuviese cerca de él, no era una experta leyendo rostros, pero el suyo lo decía todo. Él pensaba que no tenía que estar allí, que había sido un completo error el habernos besado porque le había llevado a aquella situación. No me preocupó, pensase lo que pensase, yo no le tenía miedo, porque sabía que nunca me haría daño.
Puse mis manos a ambos lados de su rostro y le obligué a que me mirara a la cara, le sonreí, pero no obtuve repuesta alguna, intentó poner cara de póker, pero sus ojos gritaban su verdadera emoción.
-¿Por qué sigues aquí?, -dijo en un susurro-, ¿por qué estás cerca de mí?
-Porque sé que no me harás nada. Porque confío en ti.
-No lo hagas, Eva. No te das cuenta. –dijo algo alterado.
-No ha ocurrido nada, si es eso lo que te preocupa. –contesté intentando calmarle.
-Me he puesto violento contigo.
-No lo has hecho queriendo, además, has parado.
-Y si no hubiese parado, podría haberte matado. –dijo acariciándome la cara con sus frías y duras manos.
-Edward, sea lo que sea lo que se te haya pasado por la mente en ese momento, no era verdad, no lo sentías. –Dije cogiéndole las manos de mi rostro-. Nunca me harías daño, lo sé.
-No lo entiendes, Eva. No podemos hacer esto.
Le atraje la cabeza hasta mi boca y le bese tiernamente en la frente, le acurruqué entre mis brazos de la forma más cómoda posible, quería que se sintiese a gusto, él no tenía la culpa de nada. Me rodeó el cuerpo con sus brazos, los dejó en mi espalda descubierta y sentí un escalofrío por todo el cuerpo. Su piel era fría y dura, no sabía cómo explicar aquello, pero no le di importancia.
-Lo siento tanto. –Me dijo al oído-. Será mejor que me vaya.
-Si no quieres marcharte no pasa absolutamente nada.
-No puedes tener a alguien que te ha intentado matar en casa.
-Piensa, si te quisieses ir te habrías ido ya y no seguirías aferrado a mi cuerpo.
No contestó, simplemente se oyó un suspiro profundo saliendo de su boca.
-¿Por qué tienes la piel tan fría? –le pregunté realmente intrigada.
Tampoco contestó a aquello, pero esta vez no se escuchó nada, ni siquiera su respiración. Todo se encontraba en silencio, yo estaba abrazando a una persona que casi me deja sin circulación en las manos, pero no me importaba aquello. Sabía que a él esa imagen le estaba quemando por dentro, por qué se había descontrolado tanto era la pregunta que me hubiese gustado hacerle, pero no me atreví, supuse que se volvería a quedar callado.
De pronto, me soltó la espalda y se levantó, yo me quedé mirándole desde el suelo como recogía su suéter y mi camiseta, se acercó a mí y me la devolvió, luego se puso él la suya y me ayudó a levantarme.
-Tengo que marcharme, no te preocupes, encontraré la forma de volver. –dijo mirándome a los ojos mientras sostenía mis manos.
-No puedes marcharte ahora. –dije suplicante-. Por favor, quédate.
Le dirigí hacia la cama para que se sentase y yo me coloqué al otro lado.
-Puedes quedarte aquí, no haremos absolutamente nada, te lo prometo.
Pintó una sonrisa burlona en su rostro y luego se recostó sobre la cama poniéndose las manos en el pecho. Yo me levanté y fui hacia el armario para coger mi pijama, le señalé que iba a ir al baño a cambiarme y él asintió para darme a entender que me había comprendido.
Tardé dos minutos en volver a la habitación con mi nuevo conjunto, un pantalón de chándal y una camiseta de manga corta de color azul con una publicidad impresa en la parte de atrás. Me metí en la cama y me arropé dejando mis brazos destapados, él se encontraba encima de la colcha, con los brazos cruzados y la mirada perdida en el techo blanco de la habitación.
-¿Por qué tienes la piel tan fría? –dije otra vez.
Se quedó callado y luego, por fin, se dignó a contestarme:
-No te has dado cuenta de que Jacob, Bella y Seth tienen la piel mi caliente, casi ardiendo.
Asentí mientras emitía un sonido de afirmación.
-¿Por qué a ellos no les has hecho esa pregunta? –Dijo mirándome con una sonrisa torcida-. No te parece extraña su piel pero si la mía.
-Es que tú me llamas más la atención. –contesté dulcemente.
Nos quedamos hablando toda la noche hasta que me quedé dormida yo primero, no supe si él había seguido hablando o también había caído rendido.

Soñé que él se encontraba a mi lado en un edificio de nueve plantas, quería que saltase con él al otro edificio que había enfrente, este era de doce plantas, no sabía como quería saltarlo, caeríamos al suelo y moriríamos. Me susurraba al oído que si confiaba en él y yo le decía constantemente que sí, pero que aquello era una locura. No parecía importarle y me arrastraba cada vez más al borde. No podía luchar contra su increíble fuerza, me aferraba con los pies al suelo de la azotea, pero él me cogió y me colgó en su espalda, corrió la poquísima distancia que había desde donde estábamos al final, y saltó al vacío con total seguridad. El otro edificio se encontraba cerca, pero era demasiado alto, se acercaba a la fachada con los brazos extendidos y en el momento en el que se enganchó a una cornisa, desperté.
Volvía a estar a salvo, en mi casa, en mi habitación, en mi cama metida entre las sábanas, y con el mismo hombre que me acompañaba en el sueño, también se encontraba allí, o eso pensaba. Miré hacia el otro lado de la cama y allí no vi a nadie. Me incorporé y encendí la luz del cuarto, giré la cabeza en todos los sentidos buscando su cuerpo o su cara o algo que me indicase que todavía se encontraba allí.
Nada, absolutamente nada.
Se habría ido cuando estaba dormida, sabía que tendría que marcharse, pero no había esperado para que amaneciese, o quizás sí. Cogí el móvil y miré la hora, las once de la mañana. No recordaba a la hora en la que había dejado que el sueño me inundase, la última vez que vi a Edward me estaba hablando de su vida en Forks, de cuando terminó el instituto, y por qué no había ido a ninguna universidad. Eso último no lo llegué a escuchar por completo porque ya había caído.
Me levanté de la cama y fui hacia la ventana para levantar la persiana, el día había comenzado de una manera estupenda, estaba lloviendo, bueno, era una tormenta impresionante, el diluvio universal podría llamarse, y mi coche recién lavado. Bajé de nuevo la persiana para que no entrase agua en la habitación, tenía que llamar a un vidriero pero me daba muchísima pereza. Fui al baño para asearme y peinarme y luego me vestí, elegí de mi armario un jersey blando y unos vaqueros, también me puse unos calcetines gruesos para andar por el suelo y fui a la cocina para hacerme un café, pero cuando llegué allí, no tuve que hacer nada, no pude hacer nada porque estaba todo hecho.
Tenía un café, unas tostadas y un zumo de naranja encima de la mesa, y Edward se encontraba sentado leyendo el periódico. Ya era feliz por todo el día.
-¿Qué haces aquí?, pensé que te habías ido. –dije desde la puerta.
-¿Quieres que me vaya? –contestó él sin levantar los ojos del periódico.
Me acerqué a la mesa y me senté enfrente del desayuno, a su lado.
-No, me alegra que te hayas quedado.
-¿Te gusta lo que he preparado?, sé que te gustan más las cosas dulces por la mañana.
-Me encanta. –Dije cogiendo una tostada-. ¿Has dormido bien?
-Sí, ha sido una noche muy placentera. –Dijo soltando el periódico en la mesa-. ¿Quieres leerlo?
-¿Qué dice?
-Dice que ha habido dos desapariciones cerca de aquí, que los Dodgers han ganado a los Reds y que tú hermana tardará algo más de lo que te dijo en volver.
-¿Cómo?, repite eso último. –dije algo sorprendida.
-Ha llamado y lo tuve que coger, y me dijo que te dijese que se quedaría para conocer a los padres de Ben, que viven en Seattle, que espera que te las arregles bien sin ella.
-Y no he preguntado quién eras tú. –dije más calmada.
-Sí, me presenté como un amigo que se había quedado a dormir en tu casa porque ayer salimos de fiesta y volví algo ebrio.
Me quedé pensando en su escusa y, si se lo había dicho de la misma forma que me lo había dicho a mí, no se lo habría creído.
-No se lo ha creído, ¿verdad?
-Exacto, piensa que tú y yo hemos tenido un lío esta noche. Pero, he podido notar por su voz que, le caigo bien.
-En eso estoy segura, sino no te lo hubiese contado.
Ambos nos reímos y luego nos quedamos callados. Yo seguí comiendo y cuando terminé lavé lo que había manchado y me volví a sentar a su lado.
-Has dicho que ha habido dos desapariciones más, ¿no? –pregunté interesada.
-Sí, es muy probable que hayan sido ellos. Uno de ellos desapareció mientras cazaba, y otro vivía al lado del bosque, además, de este último se han encontrado varias prendas entre los árboles. Llevan tres días desaparecidos.
Me quedé boquiabierta, pensé en que a mí me podría haber pasado lo mismo, estar en el bosque, haber sido raptada por cinco encapuchados con los ojos inyectados en sangre –aquel pensamiento que tuve le hizo gracia, esbozó una sonrisa que le delataba- durante varios días era algo que no me hacía mucha ilusión el imaginarme aquello, así que borré la imagen y me centré en otra cosa.
-Está lloviendo bastante. –Dije cambiando de tema-. ¿Qué vas a hacer?
-No sabría que decirte, mi pensamiento era el de quedarme todo el tiempo que tú me dejases.
-Sabes que puedes quedarte todo el día, si no tienes nada que hacer, claro.
-La verdad es que no. Por cierto, -dijo mientras se acercaba un poco más a mí-, ¿qué has soñado esta noche?
-Que me subías a tu espalda e intentabas saltar por la azotea de un edificio de nueve plantas para llegar a otro de doce. –dije con tono despreocupado.
-Vaya, ¿lo conseguía? –preguntó inquieto.
-No lo sé, desperté cuando te conseguías agarrar a una cornisa.
Puso una cara de satisfacción y se quedó pensativo. Yo cogí el periódico y miré la cartelera, no echaban nada bueno en el cine aquella semana, luego miré qué películas ponían en la tele aquel día, y antes de decir yo nada, Edward habló:
-Ya la he mirado yo, ¿te gusta el cine de terror?
-Sí, claro que dependiendo del terror.
-Ponme un ejemplo. –dijo apoyando la cabeza en su mano.
-Las películas que tratan de espíritus y cosas paranormales me asustan mucho, pero las películas de zombies o vampiros las soporto muchísimo mejor.
-Interesante, con que los zombies y los vampiros no te asustan.
-No, cuando era pequeña y veía alguna película de muertos vivientes me gustaba poner en situación a mi madre y a mi hermana, ¿qué harían si los muertos empezasen a caminar sobre la tierra y fueran las únicas supervivientes?
-¿Y con los vampiros? –preguntó acercándose más.
-Lo mismo, ¿qué harían si un vampiro entrase por la ventana y les ofreciese convertirse en uno de ellos? ¿Aceptarían o no?
-Y tú, ¿qué harías?
-En la primera situación, coger muchas armas y munición y esconderme en un centro comercial, tarde o temprano moriría, pero estaría viva algo más de tiempo. Y en la segunda, sí que aceptaría a convertirme en un vampiro, la idea de vivir para siempre es algo que, realmente me fascina. Además, tienes que admitir que la idea del vampiro es muy erótica, por lo menos así es como me lo imagino yo, Drácula tenía varias novias.
-¿Te parece erótico? –dijo sonriendo-. Vaya, es sorprendente.
-Mucho, me imagino que un vampiro será muy atractivo, que atrae con facilidad a sus presas con su inmenso sex appeal, ¿no? –dije mientras cerraba los ojos e imaginaba unos dientes blancos con colmillos sonriendo.
-Volviendo al tema de sobrevivir como monstruo, tendrías que alimentarte de la sangre de otros. –Dijo angustiado-. ¿No te preocupa eso?
-Supongo que buscaría a la gente mala, las cárceles están llenas de ellos.
-Pero, verías morir a la gente que quieres.
-Mis padres son mayores y les iba a ver morir igual, y mi hermana, eso sería duro, pero no la gusta la idea de vivir para siempre, yo se lo ofrecería. Pero dice que no soportaría su existencia sin estar al lado de Ben, y ella quiere tener hijos. Aunque, si yo tuviese a mi lado a alguien a quien no le importase vivir para siempre y que me quisiese, le convertiría.
-¿Perderías tú alma y le quitarías al otro la suya?
-Yo daría mi alma por la persona a la que amo, ¿tú no?
-Yo no condenaría a la persona a la que amo, eso es egoísta.
-No si es elección de uno. Respetar las decisiones, actitudes y pensamientos del otro es en lo que me educaron mis padres, sean cuales sean.
Nos quedamos callados cada uno pensando en como podíamos seguir aquella conversación, mirándonos a lo ojos continuamente, los suyos habían vuelto a cambiar de color, ahora eran amarillos, como los que tenía cuando le conocí.
-¿Crees que existen esas criaturas sin alma? –dijo cruzándose de brazos.
-Una deja de creer en fantasías cuando se hace mayor, antes tenía esa esperanza. Pensaba: “el mundo es muy grande y hay muchas personas en el, hay cosas inexplicables, accidentes y desapariciones misteriosas. Hay gente que piensa que existen los ángeles y los demonios, por qué no iban a existir los unicornios, los hombres lobo o los vampiros”.
-Tenías mucha imaginación cuando eras pequeña, ¿verdad? –dijo riéndose.
Asentí mientras le acompañaba con una carcajada sonora.
-¿Por qué hemos sacado este tema? –dije todavía riéndome.
-Porque te he preguntado si te gustaban las películas de terror. –dijo poniéndose algo más serio-. Van a echar en la televisión “The dead return”, una de zombies.
-¿Te apetece verla? –dije extrañada-. No me acordaba de que eras un tío, todo lo que sea sangriento, violento y digan tacos os encanta. Estoy de broma, a mi padre le gustan esas cosas.
Se levantó de la silla y me cogió la mano, me llevó al salón y se sentó en el sofá, yo le seguí y me puse justo a su lado. Pasó un brazo por encima de mi cabeza hasta tocar con su mano mi hombro y la dejó allí. Yo me acurruqué en el sofá, dudaba si rodearle con mi brazo o no, pero él cogió mi mano y se la posó en el pecho, no me acordaba de que podía leer lo que pensaba. Levanté la cabeza y le vi como pintaba una sonrisa torcida en su rostro y enarcaba una ceja.
-¿Qué ocurrió anoche? –dije cautelosa.
-¿En qué momento de la noche? –contestó él.
-El momento del salón al dormitorio. –le indiqué para que me explicase.
-Bueno, tú y yo mantuvimos una pequeña relación en aquellos minutos, luego paramos porque tú podrías haber salido mal parada por mi culpa y finalmente nos quedamos hablando hasta que te dormiste. –dijo de forma clara y concisa.
-Y eso, ¿en qué nos convierte? –dije mirándole a los ojos mientras me incorporaba.
-Sinceramente, no lo sé. –Dijo devolviéndome la mirada-. ¿Qué sentiste?
-Me gustó, me gustó mucho y e de decirte que me gustaste mucho la primera vez que te vi y que hace muy poco que nos conocemos, pero soñé con lo que pasó anoche y deseé que hubiésemos llegado hasta el final, pero…-dije, indecisa de si continuar o no.
-Cuando te recogimos en el bosque y te vi, pensé que eras preciosa, y cuando anoche pasó aquello, deseé lo mismo, pero conocía las consecuencias de lo que conllevaría nuestro acto y me dio igual, quise hacerlo, pero tuve que parar por tu bien, fue solo por tu bien. –dijo volviendo la cabeza.
Nos quedamos callados, yo mirándole a él y este con los ojos en otra parte, le cogí la cabeza con ambas manos y se la giré hasta estar frente a mi cara y le obligué a mirarme a los ojos. Aquellos ojos claros, reflejaban lo mismo que la noche anterior, miedo. Recordó lo que ocurrió anoche y eso le asustó, supe que no quería que sucediese aquello.
Mis manos fueron por su cabeza, enredándose en su pelo, cayendo por su cara hasta sus frías mejillas y resbalando hasta su duro cuello, entonces le atraje hasta mi cara, dejando nuestras frentes pegadas, con los ojos cerrados, y le besé. Sus labios duros, fríos, suaves, sensuales, se movían incesantemente una y otra vez con los míos. Noté sus manos enrollándose en mi cintura y como iba atrayendo mi cuerpo hacia el suyo, mis manos volvían a recorrer todos los músculos de aquella espalda pétrea y regresaban a su cabeza, forzándole a que no parase de besarme. Se tumbó en el sofá y yo detrás de él, encima de su pecho, coloqué mis piernas a ambos lados de las suyas, adoptando una forma más cómoda. Recorrí ahora con las manos su cara, sus facciones perfectas mientras que las suyas iban de arriba abajo por mi espalda, noté que estas iban bajando poco a poco hasta llegar a mis glúteos. No volvió a recorrer mi espalda, ahora solo moldeaba mis muslos y mis nalgas por encima de aquel vaquero ceñido.
-No pares, no me harás daño. –murmuré cuando sentí que sus labios ya habían dejado de acariciar los míos.
Dejó de acariciarme y de besarme, me agarró las manos y me obligó a erguirme, sentándome encima de su cadera.
-Lo hago por ti, Eva. Todavía no.
Acaricié su pecho con las manos, y me di cuenta de que ya no llevaba la misma ropa de ayer.
-¿Cuándo te has cambiado? –pregunté poniéndome en pie, dejando que se incorporase en el sofá.
-Cuando me desperté, fui corriendo a mi casa y me cambié de ropa. –contestó mientras se sentaba.
-¿Cogiste el coche? –Pregunté apoyándome sobre su costado izquierdo dejando la cabeza en su pecho-. No me importa que lo cojas.
-No lo cogí, como te he dicho, fui corriendo. –dijo poniendo su mano en mi cintura.
-Pero, ¿dónde vives para ir corriendo? –pregunté inquieta.
-Lejos de aquí. No llovía cuando fui, tranquila.
Me calmó antes de que hiciese la siguiente pregunta que era exactamente la que había contestado.
Nos quedamos callados, solo se oía nuestra respiración y el sonido de la lluvia que caía en el exterior de la casa. Todo estaba muy tranquilo, demasiado tranquilo para tener la cabeza apoyada en el lado donde debería latir su corazón. Hundí la cabeza en su pecho todo lo que pude, su pectoral era muy duro, como si estuviese acostada en una roca, y busqué el latido de su corazón, pero allí no había nada. Aguanté la respiración para que no interfiriese con el sonido que buscaba, pero seguía sin escuchar nada.
Entonces, me alarmé.
-Edward, ¿por qué no oigo tú corazón? –dije incorporándome.
Se quedó completamente callado, inmóvil, era como estar hablando con una estatua, no obtuve respuesta alguna.
Un calor sofocante empezó a recubrir cada uno de mis órganos, y luego fue envolviendo el interior de mi cuerpo poco a poco, de modo que mi cerebro volvió a quedar sellado sin que él pudiese ver nada. Me sentí muy fuerte en aquel momento, como si pudiese derribar una pared de ladrillos con las manos, me sentía igual que el día que hice el examen para policía.
Le miré persistentemente, volvió la cara y nuestros ojos se encontraron, los suyos seguían de aquel bonito color dorado y él miró mis ojos marrones con sumo detenimiento, intentaba saber lo que pensaba por medio de ellos ahora que no podía filtrarse en mi mente.
-Edward, ¿por qué no oigo tú corazón? –volví a preguntar, esperando obtener respuesta aquella vez.
-No tendría que contarte esto ahora, pero lo había previsto así. –Dijo volviendo también su cuerpo hacia mí, colocando una pierna encima del sofá-. Tenías que enterarte de esto, pero Jake no quería.
-¿Jake?, -pregunté extrañada-. ¿Qué tiene que ver Jacob en esto?
-No quiero que tengas miedo de nada, aunque será complicado.
-¿De qué no tengo que tener miedo? –dije algo molesta, aquel tema se iba a complicar, lo sabía.
-Prométeme que me dejarás que te lo explique todo, que no reaccionarás hasta que yo haya terminado y que confiarás en mí en todo momento.
Asentí con la cabeza y me preparé para escuchar algo que tenía toda la pinta de ser una sorpresa algo especial. El fuego abrasador de mi espalda fue abrasando cada zona, entrando en combustión, aquella temperatura no era para nada normal, estaba segura de que tendría una fiebre altísima, pero no me sentía mal, me sentía llena de fuerza. Me acomodé en el sofá y le miré a los ojos, esperando su relato.
-Eva, ¿por qué no me has visto comer ni beber nada en todo el tiempo que llevamos juntos?, ¿por qué ayer, el recorrido del salón a la habitación te pareció un segundo?, ¿por qué te pude haber partido las muñecas con mis manos, con solo ejercer algo más de presión?, ¿por qué he podido ir corriendo a mi casa en una noche estando esta muy lejos de aquí?, ¿por qué enloquezco cuando me besas o cuando te huelo profundamente?, ¿por qué me cambian los ojos de color con mis estado de ánimo o mi apetito?, ¿por qué tengo la piel fría, dura y pálida?, ¿por qué mi respiración, a veces, es casi inexistente?, ¿por qué tengo que marcharme cada vez que hay sangre en una habitación o Bella y Jake queman aquello que halla sido manchado con ella?, ¿por qué no me late el corazón? –Dijo todo aquello con un tono de voz sereno y dulce, en ningún momento cambió su expresión, en ningún momento se le oyó una palabra más alta que otra-. Hace muchos años que mi corazón dejó de latir, Eva.
Me quedé perpleja, ¿a qué se refería con aquello?, ¿hablaría literalmente? No dije nada, quería que se explicase, como le había prometido, no reaccionaría hasta que no acabase del todo, y todavía quedaba historia.
-Hemos hablado de ellos hace unos instantes, no les tienes miedo, incluso te parecen eróticos. Les pedirías que te convirtiesen en uno de ellos. Tu hermana no lo sería porque quiere tener hijos y si se convierte se quedaría atrapada en el tiempo, sin envejecer nunca, siendo inmortal.
-Perfecto, realmente asombroso. –dije sin poder contenerme-. Me estás diciendo que me he enrollado con un vampiro.
-Sí, Jake no estaba de acuerdo con que te lo dijese, pero lo ibas a saber en cuanto volviesen a por ti.
-Dime, con qué edad te convirtieron y cuántos años llevas muerto. –dije muy tranquilamente.
-Me convirtieron cuando tenía diecisiete y llevo muerto noventa y dos años.
-Uno, aparentas más, y dos, solo necesito que me demuestres que eres un vampiro. –dije levantándome del sofá.
Se puso de pie a mi lado y se arrimó a mí, yo no me moví, seguía algo sorprendida con aquella noticia y el calor se iba intensificando más.
-No te vale con mi palabra. –dijo susurrándome al oído.
-Yo te creo, pero si lo eres, no te importará demostrármelo, ¿no? –le reté.
-Te has apoyado en mi pecho y no has escuchado ningún corazón, ¿eso no te indica que estoy muerto? –volvió a susurrar, noté una leve risa en su tono.
Negué con la cabeza.
-¿Los vampiros no son seres muy fuertes? –le dije dándole una pista de lo que quería que hiciese.
Se apartó de mí un poco y se arrodilló a mi lado mirando al sofá, entonces lo levantó con una sola mano, no le costó absolutamente nada, no hizo ningún esfuerzo, simplemente lo alzó con una sola mano, como si de una pequeña piedra se tratase.
-¿Te vale? –dijo con toda la naturalidad del mundo.
Era asombroso, me quedé totalmente estupefacta. No pude contestarle, no supe reaccionar, interpretó mi asombro como un sí y bajó de nuevo el sofá muy despacio, colocándolo exactamente donde estaba.
Me miró y entonces caí en la cuenta de que estaba ante un vampiro. Mi deseo desde niña, tantos años creyendo y solo tenía que olvidarme del tema para que este se hiciese realidad, increíble.
-Bien, estupendo. Vale, te creo. Pero lo vampiros se supone que matáis humanos, ¿no?, ¿qué haces conmigo aquí?, ¿no debería estar muerta?
-Yo no bebo sangre humana, me alimento de la de los animales, al igual que la de mi familia. –contestó pausado.
-Alucinante, es alucinante, un vampiro que no bebe sangre humana…espera un momento, -dije asombrada-, al igual que tú familia. ¿El doctor Cullen es un vampiro? ¿Y Alice? ¿Y tus otros hermanos?
-Sí, pero ya te lo contaré más tarde. –dijo alarmado-. Hay que irnos corriendo.
-¿Cómo? ¿Por qué? –dije confusa.
Se le notaba nervioso, me cogió de la mano y tiró, pero la fuerza que me hacía tener el calor de mi cuerpo entró en acción y tiré de él para no moverme de allí. Pareció asombrado por mi fuerza y yo también lo estaba, no me había movido ni un ápice, es más, había atraído a un vampiro hasta mi lado con un pequeño tiró de brazo.
-Eva, tenemos que irnos ya. –Dijo agarrando más fuerte la muñeca-. Vienen a por nosotros.
-¿Quién viene a por…
Pero no pude terminar la frase, fui interrumpida por una gran estruendo y un derrumbamiento de mi casa que me hizo caer al suelo entre una nube de polvo y escombros de madera y cristal de la pared que había detrás de mi. Me di la vuelta y vi una figura enorme de color negro que había atravesado mi ventana y se había llevado en el intento parte de mi pared. Cuando el polvo se posó pude distinguir un gran lobo negro de la altura de un caballo y la anchura de dos osos pardos, era enorme y estaba empapado por el agua de la lluvia del exterior. Parecía muy enfadado, no hacía más que mirarme y gruñir, me enseñaba los dientes de forma colérica e iba a atacar de un momento a otro, no sabía como pero estaba deseando que lo hiciese porque reaccionaría al instante, me saldría instintivo y sabía que iba a funcionar. Esperé a que hiciese algún movimiento, yo seguía en el suelo, con la pierna lista para que saltase como un muelle y atizarle en la cara, entonces me miró a los ojos y abalanzó su enorme cabeza hacia donde me encontraba, con aquella boca inmensa y aquellos dientes afilados El muelle saltó, mi pierna se disparó con tanta fuerza que le di en el hocico y le tumbé para atrás, dejándole tendido en medio de mi salón.
Me levanté y miré a Edward que se encontraba detrás de mí, observándome con detenimiento, en sus ojos había incredulidad, no podía explicar lo que había pasado allí. Volví la cabeza hacia el perrazo negro y vi como se movía lentamente intentando incorporarse. Miré al vampiro y él me miró a mí, salió corriendo en mi dirección, me cogió de la mano e intentó subirme a su espalda, pero yo me negué, me sentía muy capaz de correr, no era necesario que me llevase. Dejó de intentarlo y salió corriendo hacia el exterior por el butrón que había hecho aquel gigantesco lobo al entrar en mi casa, yo le seguí.
Salimos a mi patio trasero y lo atravesamos para entrar en el bosque. El iba corriendo a una velocidad humana, supuse, pero cuando le adelanté sin ningún esfuerzo apretó el paso y corrió a un modo mucho más natural para él, podía seguirle perfectamente de modo inexplicable, nunca había sentido tan fuerte el viento y la lluvia en la cara, nunca había corrido de ese modo.
Veía los árboles como una gran mancha y solo me guiaba de la sombra que era Edward. Miré hacia atrás por encima de mi hombro y vi que no nos seguía el mismo lobo negro que había irrumpido en mi casa, ahora era otro, uno gris, y pude ver detrás de este una mancha marrón que le seguía.
Yo seguí corriendo con todas mis ganas y no me sentí cansada en ningún momento, pero algo me incitó a pararme y esperé allí al gigante lobo gris. Edward paró segundos después y esperó para ver que hacía.
El enorme perro vino corriendo hacia mí y cuando llegó a su destino –delante de mí- paró en seco y detrás vino el otro lobo de color marrón, que también paró. El agua caía de una manera impresionante, no había mucha claridad en el bosque y mis ojos se empañaban con las gruesas gotas de la lluvia. Vi como los dos lobos me sacaban los dientes, estaban esperando para atacar, lo harían ellos primero y yo respondería un fuerte puñetazo en su morro y los tumbaría, como hice con el otro, sabía que a aquellos dos lobos los tiraría con más facilidad porque eran más pequeños que el de color negro. El lobo gris se agazapó un poco y se tiró directo hacia mí, entonces yo le di mi derechazo y lo eché para atrás con tanta fuerza que le hice golpearse con un árbol que había detrás de este, no le vi moverse, estaba KO. El otro lobo lo miró y fue hacia él, le dio con el hocico e intentó levantarlo, pero no respondía, entonces me miró y aulló, no me enseñó los dientes, tampoco me gruñó, se sentó al lado del otro lobo y gimió mientras le daba con la pata. Entonces vi a lo lejos una sombra oscura viniendo hacia donde nos encontrábamos, era el lobo negro que ya había despertado. No lo pensé dos veces y salí corriendo en la dirección en la que nos dirigíamos en un principio, Edward corrió detrás de mí, pero en pocos segundos me adelantó y tuve que volver a seguirle. Miré otra vez hacia atrás y no solo pude ver al enorme lobo negro, esta vez le seguían el de color gris y el de color marrón de antes y otros dos, uno blanco y el otro negro. ¿De dónde salen tantos lobos?, pensé.
Corrí más ímpetu, casi no podía ver, los ojos los tenía totalmente inundados, lo empezaba a ver todo borroso, pero empecé a ver el final del bosque, y en medio de la salida había una sombra, recé para que no fuese otro lobo gigante que nos quisiese matar. Nos íbamos acercando cada vez más y la silueta se fue hacia atrás, cuando ya estábamos a punto de salir, vimos que aquella silueta oscura se acercaba corriendo hacia nosotros junto con otras dos, iban flanqueándole. Saltaron por encima nuestro y vi como se iban transformando en otras criaturas, pude distinguirles primero como humanos, pero al caer al suelo después de pasar por encima de nuestras cabezas vi que eran lobos, tras enormes lobos de colores más claros que los anteriores, el que saltó en primer lugar era el más grande, mucho más grande que el negro pensé. Dejé de mirarlos cuando salimos del bosque y pude ver un claro con forma de elipse con una cabaña de piedras negras en el centro. Pude reconocerla enseguida a pesar de la poca visibilidad que tenía debido al inmenso chaparrón que caía, era la cas de Jacob y de Bella.
Frené en cuanto estuvimos en la puerta, no podíamos refugiarnos en ella porque los podíamos poner en peligro respecto a los lobos, pero ellos no les harían nada, debían protegerlos.
-Edward y si les atacan los lobos. –dije quedándome bajo la lluvia.
-No lo harán Eva, entra y quédate con Bella. –Contestó mientras se acercaba a mí y me metía dentro de la casa-. Ahora vuelvo, voy a ayudar a Jake.
-¿Cómo? –dije perpleja, no le había visto por ningún lado.
-¡Luego te lo explico! –gritó cuando salió al exterior y se esfumó bajo la lluvia.
No entendía absolutamente nada, estaba completamente aturdida y no podía explicar que había ocurrido allí. ¿Por qué nos habían atacado aquellos lobos gigantes? ¿Cómo es que podía correr a la misma velocidad que un vampiro? ¿Qué me hacía tener tanta fuerza como para tumbar a un animal tan grande y agresivo? ¿Quiénes eran los que había visto transformarse en lobos?
No quise darle más vueltas, quería que me lo explicasen de forma clara, estaba totalmente saturada de información que había colapsado mi cabeza de forma tan repentina que me sentí aturdida. El calor seguía expandiéndose por todo mi cuerpo, sentí que de un momento a otro saldría de este abrasándome la piel y para entonces, yo no quería estar consciente.
Vi a Bella de forma borrosa en el salón, anduve hacia ella, pero sentí las piernas flojas, dormidas, no era capaz de andar. Me caí de rodillas y mi vista se fue nublando más y más, lo último que pude ver era el contorno de Bella andando hacia mí, nunca la vi llegar hasta mi sitio. Me dejé caer al suelo, abandonándome por completo, ya no sentía ni las piernas ni los brazos, supuse haberme dado con la cabeza en el suelo fuertemente porque noté una presión en el cráneo haciéndolo crujir, y un olor metálico llenó el ambiente. Luego mis ojos se cerraron y quedé profundamente dormida.

Capítulo 6: Dones

Dirigí mi vista directamente hacia sus ojos color ámbar y a su pelo alocado, bajé la mirada hasta su pecho y observé aquel jersey caqui de cuello alto ajustado combinado con unos pantalones vaqueros y unas botas. Le sentaba muy bien el conjunto, era como si hubiese un alo resplandeciente envolviendo su cuerpo.
Se cruzó de brazos y amplió su sonrisa hasta mostrarme sus dientes blancos que contrastaban con su piel pálida y sus labios rosa palo.
-No te esperabas encontrarme aquí. –dijo echándose a un lado en la puerta.- Pasa.
Me sentí completamente estúpida, me había quedado embobada mirándole de arriba abajo y no reaccioné, así que me quedé allí, esperando otra señal.
-No te voy a morder, te lo prometo. –dijo echando una mano sobre mi hombro e introduciéndome con delicadeza en la casa.
-Lo…lo siento, me he quedado traspuesta. –dije disculpándome.
-Ya, ya. ¿Quieres algo de beber? –preguntó.
Me empujó suavemente hasta el salón y allí él se fue hacia la cocina. Me senté a la mesa en una de las cuatro sillas que había rodeándola.
-Agua, por favor.
Cogió un vaso y una botella del frigorífico y lo puso en la mesa mientras se sentaba frente a mí. Eché el agua en el vaso que me había dado y me lo bebí de un trago, me encontraba tan sedienta que me tuve que tomar otro, nada podía calmarme en aquel momento. Dejé el vaso en la mesa y miré a mi acompañante, tan guapo, tan perfecto. Se me podía haber caído la baba en aquel preciso momento que no lo hubiese notado, estaba hipnotizada por su presencia. Él me miraba a los ojos de un modo algo extraño, era como si intentase leerme la expresión. Profundicé en su rostro para poder leerle yo también, pero nunca se me había dado bien eso de saber que piensa la gente tan solo con mirarle la cara.
Clavé mis ojos en los suyos, aquellos preciosos ojos de color oro, no eran iguales a los de mi sueño, aquellos eran feroces y tenían el borde que rodeaba la pupila de un color rojo brillante, le daban un aspecto agresivo. Prefería el color del topacio al del ónix, aunque aquel tenía su punto debido a lo que conllevó aquel aspecto fiero, un sueño que podía haber sido perfecto si se hubiese llevado a cabo por completo y no hubiese sido interrumpido por el rompimiento del cristal.
Edward carraspeó y yo le señalé la botella de agua ofreciéndosela, él negó con la cabeza, pensé que solo quería romper aquel tenso silencio, decidí que sería mejor entablar una conversación.
-Muchas gracias por desearme suerte, por lo del examen. Me lo dijo Charlie.
-Ah, sí. No se merecen, Eva. Sabía que lo conseguirías.
-¿Tanta fe tenías en mí?, si apenas hablamos el otro día.
-Bueno, la verdad es que tienes razón. Por cierto, siento haber reaccionado como lo hice, yéndome así, tan violentamente.
-No tiene importancia. ¿Puedo hacerte una pregunta? –dije intentando cambiar de tema sutilmente.
-Ya me has hecho una. –dijo con una sonrisa en la cara.
-Tomaré eso como un sí. –Dije respondiéndole con otra sonrisa-. ¿Qué haces aquí?
-Supe que ibas a venir a ver a Jacob y a Bella para contarles lo que habías recordado.
-¿Cómo has sabido eso? –dije muy extrañada.
-Seth me lo dijo.
-No, él no ha podido decírtelo porque yo se lo he dicho a él mientras veníamos hacia aquí. Cuando le llamé le dije solo que si me podía traer, no le dije nada de que había recordado algo. ¿Cómo sabías que venía para contarles eso?
-Vale, Alice me lo dijo.
-Y ella, ¿cómo lo supo? –dije seriamente.
-Verás…ella, haber. Es que no pudo contarte esto. –dijo levantándose.
-Te prometo que no me extrañaré por nada de lo que me cuentes a continuación, pero sí que me preocuparé si no me dices por qué sabías eso. –dije poniéndome en pie y acercándome a él.
-No se lo cuentes a nadie, de acuerdo.
-Se guardar un secreto, te lo prometo.
-Alice tiene, un “don”. –dijo con una voz suave, susurrando.
-¿Un “don”?, ¿qué “don”?
-Tiene visiones.
-Quieres decir que ve el futuro.
-Más o menos, lo que ve no es preciso. El futuro siempre puede cambiar, pero lo que ve solo se cumplirá si se decide.
-¿Me vio aprobando el examen físico?
-Sí, te vio muy decidida. –dijo mientras se sentaba de nuevo en la silla.
-Vaya, es increíble. –Contesté sentándome en una silla que había a su lado-. Por tanto, me vio viniendo hacia aquí y contándoles a Jacob y Bella lo que había recordado, ¿no?
-Lo que habías soñado. –me corrigió.
-Increíble. –dije totalmente sorprendida-. Y, cuéntame, ¿tú tienes algún “don” como Alice?
-La verdad es que sí.
-¿Me lo podrías contar?, te prometo que no se lo diré a nadie.
-Puedo “oír”, -añadió comillas con los dedos al mismo tiempo que decía “oír”-, los…pensamientos de la gente.
Me quedé paralizada, entonces, si eso era verdad, me había estado escuchando todo lo que había pensado de él, mi incontenible deseo de estar a su lado, de soñar con él, lo que había pensado de su atuendo, de su cara, sus ojos, su cuerpo, abría escuchado las partes del sueño que había recordado antes, incluso me estaba escuchando ahora.
-Sí, sé lo que has estado pensando de mí y también sé lo del sueño. –dijo él.
Sentí una arrolladora irritación en mi fuero interno, deseé enfadarme con él todo cuanto pudiese.
El calor que me solía recorrer el cuerpo de vez en cuando empezó a subir por mi espalda, esta vez sin pasar por mis piernas y brazos, fue directamente a mi cabeza nublándola, construyendo una gruesa barrera alrededor de mi cerebro, intentaba impedir que ninguna fuerza pudiese penetrarla y adentrarse dentro de ella.
Le miré con cara de pocos amigos y pude ver ahora en su rostro un desconcierto apreciable incluso para mí que no sabía leer las expresiones.
-¿Qué has hecho? –Preguntó apoyando la cabeza en su mano-. No puedo “oírte” ahora.
-Es mejor así, yo tampoco puedo entrar en la tuya, estamos empatados. –Dije recostándome sobre el respaldo de la silla y cruzando los brazos-. Por cierto, no me arrepiento de haber soñado contigo. Si te ha molestado, es tú problema, no haberte metido en mi cabeza.
Se rió a carcajada limpia y yo le acompañé de una forma menos estruendosa, luego me miró a los ojos con aquella sonrisa de medio lado que me derretía, menos mal que ahora no podía leerme la mente.
-No puedo ver tus sueños, Eva.
-¿Ah, no?, entonces.
Se acercó más a mí arrastrando su silla donde estaba la mía, yo estaba muy nerviosa, pude oír mi corazón latir en mis oídos y estaba segura de que él también lo oía.
-Sé lo del sueño porque lo has pensado hace unos minutos. –dijo tan cerca de mí que lo susurró,
-Y, ¿cómo sabes que no me puedes oír lo que sueño? –contesté también con un suspiro.
-Uno, también puedo ver lo que piensas, era un dato que te quería aportar. Dos, yo fui quien te recogió en el bosque, estabas inconsciente y no pude ver qué soñabas. Y tres, Bella, Jacob y Seth vienen por el camino, no les digas nada de lo que hemos hablado.
Pasé mis dedos por los labios recorriéndolos de un extremo a otro haciendo como que cerraba una cremallera. Él asintió y volvió a arrastrar la silla donde estaba en un principio.
Supuse que supo que venían porque les había leído la mente, quise estar segura de que no me estaba mintiendo y desarmé parte del muro que rodeaba a mi cerebro dejándole que mirase en él. Quise hacerle una pregunta mental, para ver si me estaba escuchando o no:
-Si es verdad que lees la mente, te haré una pregunta muy pobre: ¿en qué número estoy pensando?; cinco”.
-Sí que leo la mente, y estás pensando en el número cinco. –contestó él guiñándome un ojo.
Volví a reconstruir la barrera impidiendo que pudiese ver nada más y esperé paciente, mientras miraba hacia la puerta, la llegada de Bella, Jacob y Seth.
-Es tuyo el Volvo plateado que está ahí fuera, ¿no? –dije disimulando que manteníamos una conversación mientras entraban los tres por la puerta.
-Sí, así es. Me gustan los coches rápidos. –dijo Edward siguiéndome el rollo.
-Y, ¿en tú familia eres el único al que le gustan los coches veloces?
-No, todos tenemos coches que alcanzan velocidades vertiginosas. Nos gusta ir de un sitio a otro muy rápidamente.
-Vaya, os estáis divirtiendo. –Dijo Seth sentándose a mi lado en otra silla-. Eva tiene un Ford Kuga.
-Sí, algo me había dicho. –Dijo Edward levantándose de la silla y yendo a apoyarse en la encimera de la cocina-. Bella, Jake, sentaos.
Ellos ocuparon las otras dos sillas, Bella a mi izquierda y Jacob enfrente de mí. Me di cuenta de que Jake y Seth seguían sin ponerse camiseta y que Bella llevaba una de tirantes a pesar del aire frío que hacía fuera.
Cogí el vaso y la botella y me serví algo más de agua, seguía sedienta. El agua me alivió un poco, pero tenía ganas de más, dejé de beber a regañadientes. Me sentía agotada y acalorada por la barrera que estaba formando en mi mente, no pude más y la tiré abajo mientras le miraba la cara a Edward, esperé una reacción por su parte y obtuve una que me hizo enloquecer, me guiñó un ojo y me sonrió, lo único que pude hacer era pensar lo que quería decirle, pero yo no tendría una respuesta suya al instante:
“-Procura no leerme mucho la mente, por favor-.” dije volviendo la cabeza hacia los otros tres acompañantes.
No quise mirarle y supuse que él haría un esfuerzo por retener aquel “don” que tenía.
-Bueno, Eva-. Dijo Jake apoyándose en la mesa-. ¿Qué querías contarnos?
-Posiblemente Seth ya te lo habrá contado, -dije mirándoles a los dos-, y quizás Bella y Edward no lo sepan.
-Seth intentó estarse callado, pero no pudo. –dijo Jacob disculpándole-. Tampoco me dio muchos detalles.
-Vale, el caso es que he soñado lo que me ocurrió en el bosque.
-¿Todo, Eva?, -dijo Bella interesada.
Asentí con la cabeza y les conté detalladamente mi sueño. Se quedaron impresionados y tenía la sensación de que ellos tenían una idea de quiénes eran las cinco personas de ojos rojos.
Cuando terminé mi relato miré a todos y cada unos de las personas que se encontraban en la habitación, y todos tenían una expresión distinta. Empecé por Seth, este se encontraba igual que cuando se lo conté por primera vez, salvo que esta vez no tenía nada entre las manos para aplastar. Mantenía los labios presionados y firmes, y los ojos fijos en la botella de agua, tenía los puños cerrados y apretados, se le notaban todos los tendones de las manos y parecían estar amoratadas.
Jake estaba con las manos entrelazadas como si estuviese rezando, los labios los tenía apoyados en ellas ocultándolos, y su mirada parecía perdida, parecía estar tramando algo, como si diseñase detenida y detalladamente un plan, posiblemente tendría que avisar a su patrulla para dar la voz de que cinco locos con capas y lentillas rojas estaban raptando personas para luego dejarlas en el bosque, como me había pasado a mí y como le había pasado a Anna.
Giré la cabeza hacia la izquierda y pude ver a Bella, su cara lo decía todo, estaba realmente asustada, vi el horror en cada una de sus facciones. Tenía las manos cerradas y parecía moverlas violentamente pero sin que se notase, estaba como convulsionando. Me preocupé por ella y le agarré una mano, estaba ardiendo, era como tocar un calefactor que se encontraba a la temperatura máxima. Apesar de ello no aparté la mano en ningún momento, Bella apreció el movimiento y se relajó, las manos dejaron de moverse, ella no me miró pero dibujó una pequeña sonrisa para que yo pudiese verla.
Seguí mi trayectoria y mis ojos se volvieron hacia la última persona que se encontraba allí, Edward. Este era inescrutable, sus ojos no eran como el topacio, eran algo más oscuros, aunque sus pupilas seguían en el mismo sitio. No miraba nada en concreto, estaba quieto, como si de una estatua se tratase. El pecho se le movía suavemente mientras entraba y salía el aire por su nariz, era lo único que le hacía parecer que estaba vivo.
Me sentí realmente alarmada después de un largo rato sin que nadie dijese ninguna palabra, ¿necesitaban tanto tiempo para asimilar la información? Estaba intrigada, ya habían pasado demasiados ángeles por aquella zona y decidí que ya era la hora de hablar de mi historia.
-¿Los conocéis? –dije, la pregunta les sobresaltó-. ¿Tenéis idea de quiénes son?
-Sí, -dijo Edward sin moverse del sitio, seguía inmóvil-, Jane y Alec son hermanos. Tenemos que contárselo Jacob.
Me sentí algo confusa, Jake no había dicho nada, entonces caí en la cuenta de que Edward podía haberle leído la mente o simplemente Jacob le había hecho algún movimiento mientras que yo no miraba hacia su lado.
-Edward tiene razón Jake,- dijo Bella posando una mano encima del hombro de su novio-. Ella ya está metida en ello.
¿Cuando se refería a “ella” se refería a mí?, me pregunté.
-Sí, Eva. –dijo Edward contestando a mi pregunta.
-Vale, podemos seguir con esto. –Dije volviendo a la conversación-. Jane y Alec son hermanos, y quién es el que hablaba con voz cansada y dulce.
-Ese es Aro, y posiblemente el hombre grande que les acompañaba era Félix. –contestó Edward.
-¿Aro y Félix?, son nombres algo extraños. –dije confusa-. No son americanos, ¿verdad?
-No, viven en Italia. –dijo Bella-. Pero, ¿quién es el otro?
-No lo recuerdo, parecía una mujer por como andaba. Pero todos estaban tan acompasados. –dije mirando a Edward.
-Podría ser Renata, aunque no estoy seguro. –Dijo Edward moviéndose hacia la ventana-. Alice no les ha visto, hace semanas que les perdió el rastro.
No sabía que pintaba Alice en todo aquello, era tan confuso. Renata era un nombre antiquísimo, al igual que el de Aro. A lo mejor eran nombres que se ponían ellos y no los verdaderos.
-¡Esto ya me parece demasiado! –dijo Jacob levantándose de la silla.
-¿Qué es demasiado, Jake? –preguntó Bella mientras le miraba.
-Piensa que es demasiada información para ella. –contestó Edward.
-Hablas como si se lo hubieses contado. -dijo Jake poniéndose un dedo en la sien-¿Se lo has contado?, ¿le has contado lo que haces?
-Sí, confío en que no dirá nada. –dijo Edward, este no se movió ni un ápice.
-Estáis hablando de mí. –dije metiéndome en la conversación.
Edward asintió con la cabeza y luego prosiguió diciendo:
-Además, ella está ahora metida en esto. –Después negó con la cabeza y miró hacia Bella, -ella había formulado una pregunta mentalmente para que yo no pudiese escucharla, no me molestó en absoluto, había cosas que ellos no querían que supiese-.
Había algo extraño en aquel tema, ellos sabían de que iba la cosa, sabían quienes eran las cinco personas con las que estuve hacía dos noches, sabían lo que podía hacer Edward –y seguramente también supiesen lo de Alice-, pero yo no sabía nada, no me molestaba, pero si algo de aquello tenía ahora que ver conmigo, quería conocer los detalles de aquel asunto, o por lo menos que me explicasen la historia. Entonces hice mis propias deducciones:
-Quiero saber si me he enterado bien, -dije mientras me echaba más agua en el vaso-: cinco encapuchados de ojos rojos, Aro, Jane, Alec, Félix y una mujer llamada, posiblemente, Renata, me llevaron una noche al bosque con el fin de…
-No estamos seguros, tendríamos que contactar con ellos de algún modo. –Dijo Edward moviéndose hacia la ventana-. Pero si dices que sentiste mucho dolor cuando Jane te miraba, es que necesitaban saber si eras capaz de soportar una serie de torturas.
-Pero, ¿qué clase de torturas? No llegaron a tocarme. –dije mientras mi mano izquierda se aferraba al vaso con mucha fuerza.
-No sabemos como te podrían torturar, Eva. –Dijo Jake queriendo zanjar el tema-. Pero si averiguamos algo te lo haremos saber, ¿de acuerdo?
Me encontraba muy nerviosa, el calor subió por la espalda y se alojó en mis manos, llenándolas de fuerza. Sabía que Jake quería ocultarme las cosas mientras que Edward estaba deseando contármelas, él parecía fiarse de mi más que los otros, aunque con él había estado mucho menos tiempo, pero si él podía leerme la mente, debía de saber que mis intenciones eran buenas, que podían confiar en mí y que era una buena persona.
Mis manos empezaron a temblar y nadie pareció darse cuenta de ello hasta que no oyeron los trozos de cristal romperse bajo la mano que sujetaba el vaso debido a la fuerza que estaba ejerciendo sobre este. La sangre empezó a brotar de las pequeñas heridas causadas por el vidrio, algunos trozos se me había clavado de forma superficial, pero otros estaban hundidos profundamente en la piel.
Todos se alarmaron, pero yo solo pude fijarme en la reacción de Edward que fue muy rápida, este salió corriendo hacia la puerta y la atravesó fugazmente. No oí el motor de su Volvo plateado, podía suponer que estaba esperando fuera. Seth salió tras él y a este le vi a través de la ventana entrar en el bosque, a Edward no le vi pasar, ¿había corrido tan deprisa como para que no le hubiese visto?
Dejé de pensar en ello y me centré en la situación que se estaba viviendo dentro de la habitación. Jacob se dirigió a la cocina a por papel para limpiarme la sangre, mientras que Bella había ido al baño para buscar gasas y desinfectante, además de una pinza para sacar los trozos de cristal.
Se sentaron otra vez a la mesa para curarme la herida, Jake me tendió el papel para limpiar la sangre que se escurría por el brazo ya próximo a mi codo. Bella me echaba el desinfectante y me sacaba los fragmentos y los iba colocando en la mesa, encima de una hoja de papel de cocina. Entonces yo me acordé de la noche anterior, de lo que me había ocurrido con la ventana rota, de cómo me había rajado la planta del pie con un trozo de vidrio de esta, de la rápida cicatrización de la herida. Cogí la mano de Bella que sostenía el bote del desinfectante y lo aparté de la mano, ella seguía insistiendo en echarme, pero ya no lo necesitaba. Las pequeñas marcas abiertas en la piel no dolían, cogí las pinzas y quité los trozos restantes y me limpié la mano con una gasa.
Me aparté de la mesa y empecé a desabrocharme los cordones de la zapatilla para quitármela, aparté con cuidado el calcetín y les mostré la planta del pie, señalé con mi dedo índice la cicatriz alargada que se extendía a lo largo de esta. Ambos se sintieron confusos y no supieron como reaccionar.
-¿Qué nos quieres enseñar con esto, Eva? –dijo al fin Jacob algo inquieto.
-Os enseño esto porque ayer se me rompió una ventana de mi habitación, me levanté y pisé sin querer un cristal. Aquí es donde se me clavó. –Dije mientras señalaba la marca-. Ayer sangraba de una manera impresionante, la herida parecía profunda, pero fue quitarme el cristal y vendarme el pie y segundos después ya había cicatrizado.
Ambos se quedaron anonadados con mi historia, yo no me lo hubiese creído si hubiese sido a mí a quien se lo hubiesen contado.
-Pero eso es imposible, -dijo Jacob confuso-. Porque cuando te despertaste aquí empezaste a sangrar y no paró hasta pasados unos minutos.
-Ya, pero cómo explicas esto. –les dije mostrando la mano izquierda.
Las heridas ya no estaban, en su lugar había marcas rojizas. Estas eran suaves, la carne acababa de recomponerse sin dejar costra.
Bella me cogió la mano examinándola por todos lados, sabía que no podía creérselo.
-¿Puedo? –dijo Jake mientras cogía un cristal.
Yo sabía a lo que se refería y asentí con la cabeza.
-No, no, no. Jake, ¿estás loco? –dijo Bella cogiéndole a él también la mano.
-Tranquilízate Bella, no voy a apuñalarla. –dijo Jacob quitándose su mano de encima-. Solo la haré un corte.
Yo estaba segura de que no me dolería, ni siquiera lo notaría, tenía confianza en que se curaría muy rápidamente, estaba preparada.
Bella le dejó a regañadientes y no me soltó la mano. Jake cogió el cristal más afilado que vio y lo apoyó en la piel que cubría la parte exterior de mi antebrazo derecho. Hizo un corte de unos cinco centímetros, aproximadamente, y no muy profundo, lo suficiente como para que saliese un hilo grueso de sangre a medida que iba cortando. Lo limpió con un trozo de papel rápidamente y pudo verse la abertura en la carne de un tono rojizo algo más claro que el de la sangre. Esperamos unos segundos y el calor ya se iba apoderando de aquella zona herida, formando poco a poco el tejido hasta reconstruirlo de nuevo dejando solo una cicatriz muy difusa. Nunca había visto recomponerse tan rápido la piel, era asombroso, tanto que incluso asustaba. ¿Por qué de repente me ocurría aquello? Una vez, de pequeña, me corté con un azulejo en la pierna y tuvo una cicatrización de lo más natural. Entonces, ¿a qué venía todo aquello?
-Y si te parto un hueso… ¿se curará rápidamente? –dijo Jacob.
-No, no, no. Me niego a que hagas eso Jacob Black. –Respondió Bella levantándose de la silla-. Vale que esto es increíble, pero no vamos a llegar hasta ese extremo.
-Vamos, imagínate que sale bien. –dijo Jake poniéndose en pie.
-Pero, imagínate que sale mal. –Dijo Bella encarándose a él, a pesar de que este le sacaba casi dos cabezas-. Habría que llevarla al hospital.
-Tienes razón, Bella. Es mejor no seguir con esto. Eva, es impresionante tu don, pero no te arriesgues demasiado, de acuerdo. –dijo Jacob.
Asentí con la cabeza mientras me ponía el calcetín y metía el pie en la deportiva. “Vaya, yo también tengo un “don””, pensé cuando recogía los cristales que había encima de la mesa, fui a la cocina y los tiré a la basura. Ellos habían recogido lo que quedaba en la mesa y habían salido de la habitación, de pronto, un olor a quemado me vino desde el otro extremo del pasillo. Fui corriendo seguida por el olor que se iba intensificando al llegar a la habitación de Bella y Jacob, y allí se encontraban ellos dos, quemando los trozos de papel ensangrentados. Entonces recordé que a gente de por allí no les gustaba el olor a sangre y me vino a la cabeza directamente la imagen de Edward saliendo por la puerta.
-¿Es a Edward a quien no le gusta el olor a sangre? –pregunté.
-Sí, no es que no le guste. –Dijo Jacob girándose hacia mí-. No le gusta estar cerca, dejémoslo así.
-¿A dónde ha ido? –Dije mirando a Jacob-. No he oído el motor de su coche.
-A despejarse, lo más seguro. Le gusta estar en el bosque.
Los dos salieron de la habitación y yo les seguí hasta la cocina otra vez. Nos sentamos hasta que, por fin, Seth apareció por la puerta seguido de Edward. Se unieron a nosotros y pude darme cuenta de que todos observaban a Edward de un modo extraño, como si no estuviesen seguros de que él entrase allí.
-Bueno, ¿qué ha ocurrido en nuestra ausencia? –dijo Seth sentándose a la mesa.
-Eva nos a mostrado su “don”. –le dijo Jacob.
-¿También tienes un don? Muéstranoslo. –me contestó Seth arqueando una ceja.
-No es buena idea que lo enseñe ahora, -dijo rápidamente Bella-, No estando él delante, ya sabes como le molesta el olor a sangre.
-Sí, claro. Ya entiendo. Entonces, cuéntanoslo. –insistió Seth.
-Dejémoslo en que tengo un poder de curación asombrosamente rápido. –le dije abreviando un poco la explicación.
-Vaya, como….-dijo Seth.
Este no terminó la frase y Jacob le miró con cara de pocos amigos, ¿podía suponer que había alguien que podía hacer lo mismo que yo?, no querían decírmelo y sus motivos tendrían, pero tanto ocultismo empezaba a mosquearme.
-Como…-dije instándole a seguir.
-Como las lagartijas, -dijo él cambiando rápidamente de asunto-. Ya sabes, esos animalillos pequeños que si les cortas la cola les vuelve a crecer.
Sabía que no quería decir aquello, pero no insistí en el tema, tendrían que darme explicaciones alguna vez, ¿no?

Pasé con ellos todo el día, era la segunda vez que me aprovechaba de su hospitalidad. Hablamos de todos los temas habidos y por haber, de mis pruebas para policía, de cómo se conocieron Bella y Jacob, de la familia de cada uno de los presentes, de los “dones” de Alice y Edward y de las leyendas de los lobos. Todos estos y muchos más los tocamos en la comida, ayudé a Bella a preparar unos filetes con guarnición para ella, Jacob, Seth y yo, algo que me extrañó muchísimo era que Edward no comió ni bebió nada en todo el día.
Me fijaba mucho en él, de vez en cuando le perdía de vista porque iba al cuarto de baño o le llamaban al móvil y tenía que salir a la calle para hablar.
Cuando empezó a oscurecer ya era hora de marcharme a casa, y enseguida se lo hice saber a ellos:
-Muchísimas gracias por todo. No tenía pensado salir hoy.
-Pero te lo has pasado bien, ¿no? –me dijo Seth desperezándose.
-Sí, ha sido un día muy agradable, ahora solo me queda volver a casa.
Miré por la ventana hacia el exterior totalmente negro, había oscurecido muy rápido, no sabía si sería capaz de adentrarme en el camino del bosque y no desviarme.
-Yo te llevaré, si quieres. –hoy decir a Edward que se levantaba de la mesa.
-Te lo agradecería mucho, si no te importa. –le contesté.
Él negó con la cabeza y salió por la puerta de la casa hacia el exterior. Me despedí de todos y salí a fuera para reunirme con Edward. Este se encontraba alumbrado por una inmensa luna llena que estaba en el cielo estática. Su piel pálida parecía brillar con el reflejo, si me parecía guapo con luz, en aquel momento me pareció misteriosamente encantador. Vi como sonreía y sus blancos dientes resaltaban con más intensidad, me dirigí hacia él guiada por aquel faro de luz tenue y le di las llaves de mi coche. Se subió por el asiento del piloto y yo entré por el otro, sentándome a su lado, me abroché el cinturón y él hizo lo mismo. Arrancó el motor y puso rumbo hacia el interior del bosque por el camino. Miré por el espejo retrovisor y pude ver como las luces del interior de la casa se iban extinguiendo a bastante velocidad. Giré la cabeza en su dirección y miré la aguja que marcaba la velocidad del cuentakilómetros. Íbamos muy deprisa para ir por un terreno algo escarpado y, a oscuras.
-¿Puedes ir un poco más despacio? La aguja va a dar la vuelta como sigas así. –dije mientras daba botes en mi asiento.
Me hizo caso y deceleró hasta llevar un ritmo más pausado. Vi como apoyaba sus manos en los dos huecos que había hecho Seth horas atrás cuando le contaba mi sueño. Asintió con la cabeza y supuse que me había leído el pensamiento.
-He intentado escucharte lo menos posible, -dijo a modo de disculpa-, pero es muy complicado. Piensas en muchas cosas cuando hablas.
-Y eso es malo o bueno.
-Es curioso. Te habrás dado cuenta de que Jacob no quiere que te cuente nada del asunto. –dijo cambiando de tema rápidamente.
-No creerá necesario que me contéis las cosas, es su modo de pensar. No me molesta, pero si hay algo relacionado conmigo me gustaría saberlo.
-En mi opinión, yo creo que tú ya estás implicada en esto, pero coincido en que cuanto más tarde te enteres de lo que ocurre mejor.
-Pero, ¿qué es lo que ocurre? –dije algo confusa-. Es decir, tiene que ver con los cinco personajes que me llevaron al bosque, ¿no?
-Exacto, recuerdas la conversación que mantuvieron.
-Sí, toda. –dije mientras inspiraba dispuesta a relatársela por completo:
*Paz, amigo. Jane se encargará. Veremos que hace esta vez. –dijo Aro.
-Sí, maestro. Así lo haré. –Dijo Jane después de haberle dado su mano-. Haber que haces ahora, Eva.
-Es asombroso, ¿no creéis? Realmente asombroso. Me gustaría tenerla, pero yo no seré quien la una a nosotros. -dijo Aro riéndose-. Nos mantendremos al margen, quiero ver cómo reaccionan los otros ante esto. Su aroma me pone frenético, y seguro que a vosotros también, nunca en toda mi existencia había olido algo tan maravillosos. Además, parece poseer un don, imaginaos cuando se una a nosotros las grandes cosas que podrá hacer.
-¿Y si no la convierten?, maestro. –preguntó Jane.
- Ya estaremos nosotros para que lo hagan. Alec, tú turno. –ordenó Aro.
-Sí, maestro. Dulces sueños, Eva. –concluyó Alec.*, fin del relato. Entretenido, ¿verdad?
No contestó, se quedó inmóvil, pensativo. Estaría analizando lo que le había dicho, o simplemente se había quedado traspuesto.
-Lo primero. –Dijo después de un rato-. Estoy pensando en la conversación.
-¿A qué conclusión has llegado? –le pregunté pausadamente.
-Se refieren a ti, en todo.
-Entonces, me quieren a mí para entrar en su “club”, llamémoslo así, -dije haciendo comillas en la palabra club-, y es mi olor el que les pone frenéticos y saben que poseo un don.
-Sí, eres siempre tú. –dijo con una sonrisa en los labios.
Nos quedamos callados durante unos minutos, pude ver que salíamos del bosque y salíamos a la reserva Quileute por un camino de entre los árboles, cruzó la zona y salió por la carretera dejando La Push detrás de nosotros.
-¿Por qué mi olor? –dije repentinamente-. No sé a qué viene todo esto ahora, siempre me han dicho que huelo muy bien, pero no para exaltar a nadie.
-Tienes un olor muy dulce, puede volver frenético a cualquiera. –dijo en un susurro.
-¿A ti te vuelve frenético? –dije con curiosidad.
-Es probable que sea a mí a quien más le pone frenético. –contestó con una sonrisa.
No supe reaccionar, él se quedó totalmente callado, mirando la carretera, yo le miré a él y esbocé una pequeña risa de satisfacción. El calor interno me desbordó sobremanera y dejé que vagara por mi cuerpo hasta llegar a mi mente cercando mis pensamientos con un muro de llamas vivas, esto no le dejaría ver mis pensamientos. Solo hice aquello para hacerme una pregunta: ¿se había insinuado? Apagué las llamas y supe que él ya podía adentrarse en mi cabeza. Decidí cambiar de tema para no volver aquella situación algo incómoda.
-Vale, pero, ¿a qué viene eso de que le pongo sediento?, o ¿por qué utiliza la expresión de “en toda su existencia”?, a lo mejor no tiene nada que ver, pero podía haber utilizado vida, es más normal. –dije exaltándome-. Y, ¿quiénes son los otros?, es decir, ¿por qué no me unen ellos, dijo que se encargarían otros?
Nos volvimos a quedar callados, me había puesto nerviosa y eso se notaba en el ambiente. Una atmósfera extraña llenaba el coche y supimos los dos que era mejor no hablar por un rato, más que nada, por mi reacción. Ahora el fuego abrasador que solía cubrir el interior de mi cuerpo se había propagado por cada una de mis extremidades sin control alguno. Tenía que empezar a controlar aquel calor que solía llenarme de vitalidad o de furia, dependiendo del momento. No sabía por qué ahora, qué había ocurrido nuevo en mi vida para que, de repente, tuviese tantos dones extraños: curación inmediata, calor que se extendía por mi cuerpo alterando mi humor o mi resistencia –como fue el caso del examen para policía-, el poder controlar aquel fuego para que no me pudiesen leer la mente. Siempre había sido una chica de lo más normal, pasando desapercibida y sin llamar mucho la atención, no era mi estilo, me sentía incómoda si yo era el centro de todas las miradas, lo pasaba fatal.
Pude ver que ya estábamos cerca de mi casa, y en cuestión de segundos, Edward ya había aparcado el coche enfrente de mi garaje.
-Se me ha hecho muy ameno el viaje. –Dijo Edward desabrochándose el cinturón-. Piensas muchas cosas, y muchas de ellas también están en mi cabeza.
-Vaya, me alegra haberte entretenido. –Dije imitando su acción-. Lo siento mucho, he sido muy estúpida.
-¿A qué te refieres? –dijo extrañado.
-¿Cómo vas a volver a casa? No tenías que haberme acompañado, ha sido por mi culpa. –dije apoyando los codos en las rodillas.
-Voy andando hacia mi casa, no vivo muy lejos.
No le creí, se le escapó una pequeña sonrisa que decía lo contrario.
-Edward, ¿quieres pasar adentro? –dije sin pensármelo dos veces.
Le pilló desprevenido, empecé a construir un muro de hormigón armado alrededor de mi cabeza para protegerme.
-Si no te molesta…
-No me molesta, por eso te he invitado a entrar. –dije sin dejarle terminar.
Él asintió con la cabeza y bajamos a la par del coche. Cerró la puerta y me tiró las llaves, las cogí fácilmente y me dirigí junto a él hacia el porche. Abrí la puerta y le invité a pasar, él cruzó el umbral y fue directamente hacia el salón. Le acompañé.
-Estás en tu casa, siéntate donde te apetezca. ¿Quieres algo de beber o de comer? –le grité mientras salí hacia la cocina.
-No, muchas gracias. –respondió él desde el salón.
-De veras, -dije entrando en el cuarto con un vaso de Pepsi con hielo-, no te he visto comer ni beber nada en casa de Bella.
-Sí, soy de poco comer.
-Y, ¿qué comes?
-Sigo una dieta especial.
Yo le sonreí y me senté a su lado en el sofá de tres plazas, pero me arrimé lo bastante a él como para notar su aliento en la cara al hablar, un aliento agradable y frío.
-Es muy tarde, ¿no crees? –Dijo él alejándose un poco-. Tú tendrás que madrugar mañana.
-No, tengo una semana libre, el lunes que viene es el último examen y creo que podré superarlo. Y sino, siempre puedes preguntárselo a Alice. –le contesté.
Dejó ver sus dientes blancos y ahora se arrimó a mí poniéndose a la misma altura del principio.
-Apenas te conozco y sé que eres una buena persona. –dijo mirándome a los ojos.
-Juegas con ventaja, me lees la mente, tengo que procurar no pensar en nada malo.
-Sabes que puedes bloquearme cuando quieras. –Dijo, noté su aliento más cerca-. Estoy aprendiendo a controlarme.
Le miré a los ojos y vi que el color de estos había variado de forma repentina, el color dorado había desaparecido, ahora había en ellos un tono castaño, este se volvía más oscuro por la zona más cercana al iris.
-Tienes unos ojos muy bonitos, ¿lo sabías? –dije acercándome un poco más a él-. Te cambian de color.
-Te has dado cuenta. –contestó él en un susurro.
-No es muy difícil de observar si te gusta fijarte en los pequeños detalles.
-¿Hay más detalles de mi en los que te hayas fijado? –dijo poniendo su cara casi rozando la mía.
-Tienes una sonrisa increíblemente bonita, y una piel extraordinariamente blanca. Por cierto, hueles tan bien que me pones frenética. –dije casi rozando sus labios con los míos.
-¿Te pone frenética?
- Es probable que sea a mí a quien más le ponga frenética. –dije repitiendo las mismas palabras que había dicho él antes.
Edward sonrió levemente y luego tocó mis labios con los suyos y los dejó allí, moviéndose, despegándose y juntándose una y otra vez, sin llegar nunca a terminarse aquel beso que había soñado.