domingo, 5 de junio de 2011

Capítulo 5: Sueños

La imagen en mi cabeza se contemplaba difusa, una fuerte oscuridad sucumbió el lugar donde me hallaba, estaba completamente ciega. No quise moverme para no tropezar con nada, palpaba con las manos todo aquello que se encontraba a mi alcance. Levanté las manos y empecé a girar sobre mi eje, no había nada, salvo una pared que se encontraba a mi espalda, estaba totalmente atrapada. En medio de aquella oscuridad, una tenue luz fue asomando por lo que parecía un cristal, estaba amaneciendo y la luz del sol se filtraba por un vidrio. La estancia empezó a tener formas y pronto descubrí que estaba en el interior de una casa muy espaciosa, de paredes blancas con grandes cristaleras y muebles anchos: un sofá en “L” de color claro, una mesa baja de cristal entre este y una televisión plana de gran tamaño en una armario de madera, una mesa enorme pegando al ventanal que daba a un bosque todavía oscuro, y, frente a mí, una mesa alta pegada al suelo con marcos de fotos vacíos. No me moví de mi sitio, seguía contemplando aquella estancia, una escalera que conducía a un piso superior estaba a mi izquierda, volví la cabeza por encima de mi hombro y pude ver que había un hueco, seguramente la entrada a aquel salón, estaba en una casa desconocida, no sabía donde estaba la cocina ni el cuarto de baño ni cuantas habitaciones tenía. No distinguía el lugar. Seguí mirando cada una de las esquinas y en la pared contraria a la mía, alumbrado con la luz de la mañana se encontraba la persona más hermosa que había visto en la vida, la persona en la que había estado pensando para dormirme, allí estaba él. Inmóvil, totalmente quieto, no sabía si estaba vivo o era una estatua, no se oía su respiración en aquel silencio.
Me puse nerviosa, me miraba a los ojos y yo le miraba a él, aguantándole la mirada, como había hecho en una ocasión, pero esta vez sería él el que apartase la vista antes. El silencio se intensifico, y el ambiente se cargó de un aire tenso y agresivo. Podía ver que ahora sus ojos no eran dorados, sino negros. No pude distinguir si eran las pupilas totalmente dilatadas o es que se le habían vuelto los ojos del color del ónix. Después de un rato sin movernos, él esbozó una sonrisa torcida y cerró los ojos para respirar profundamente. Había ganado aquel pulso, íbamos uno a uno, pero aquel era mi sueño y sabía si contarlo o no. Volvió a mirarme y fue andando hacia mí, pasó por el sofá de color claro y lo levantó como si fuese un juguete, lo tiró por los aires hasta caer sobre la mesa de cristal rompiéndola y desparramando todos los trozos por el suelo, llenando el suelo de brillantes cristales a la luz del sol. Se fue hacia el mueble de la televisión y lo cogió sin gran esfuerzo, lo arrastro hacia la gran cristalera al lado de la mesa y lo empujó hacia fuera, rompiendo el gran ventanal. Luego se dirigió hacia la mesa y la destrozó a golpes, haciéndola astillas en cuestión de segundos. Volvió a respirar hondo y giró la cabeza en mi dirección, vino corriendo hacia mí y saltó por encima de aquel mueble clavado al suelo. Se acercó a mí y se colocó en frente de mí, tan cerca que su respiración fría me tocaba la cara como una caricia. Sus labios se acercaban y alejaban de los míos sin llegar a tocarlos. Ahora podía ver a la perfección sus ojos, no era la pupila eclipsando el iris como había visto una vez, era el color de sus ojos, negro, y alrededor de la pupila se encontraba una tonalidad tenue de color rojizo, pude ver en ellos deseo. No me dijo nada, y yo tampoco le dije nada. Se fue acercando más y más y yo retrocedí a cada paso que iba dando hasta tocar la pared. Estaba atrapada entre su cuerpo y aquel muro que no me dejaba huir. Cogió mis manos y las levantó hasta colocarlas en la pared, al lado de mi cabeza. Arrimó su cabeza a mi pelo y lo olió profundamente, pude sentir su aliento en mi cara cuando volvió a mirarme, acercó sus labios a los míos y al fin los presionó, una y otra vez, juntando su saliva y la mía repetidamente. Soltaba pequeños gruñidos feroces al despegar nuestros labios y cesaban cuando los volvía a juntar, no tenía miedo por aquellos ruidos. Su cabeza se deslizó por mi cuello y lo alojó allí, besándolo y suspirando fuertemente. En aquel momento me sentí acalorada, volvía el calor a recorrer mi espalda y todas mis extremidades, ahora me sentía poderosa. Me agarró de la cadera soltando mis manos y me empotró contra la pared de forma violenta, pero yo apenas sentí aquel choque. Rodeé con mis piernas su cuerpo y con mis manos -al fin libres- le agarré del pelo arrimándole a mi cara para que me volviese a besar. Estábamos los dos frenéticos, deseo corría por nuestras venas, ninguno se contenía, aquello llegaría en cuestión de segundos a algo más que caricias y besos. Me agarró de los muslos y me llevó en volandas hacia aquella mesa pegada al suelo. Me tumbó y él recorrió los botones de mi camisa con los dedos desabrochándolos uno por uno. Me abrió la camisa una vez desabotonada por completo dejando mi pecho cubierto por un sujetador de color negro al descubierto. Sus labios volvieron a mi cuello y fuero bajando lentamente, besando cada parte de mi torso. Pasó por mi escote y bajó por mi vientre deteniéndose en mi ombligo, sin poder bajar más debido al corte del pantalón. Me miró con sus profundos ojos negros y volvió otra vez a mis labios, besándolos sensualmente, yo me incliné hacia él y levanté mi cuerpo. Le quité su camiseta y dejé ver su pecho desnudo, su torso pálido quedaba expuesto a la luz del sol que entraba con más claridad a través de la ventana rota. Le acaricié con ambas manos y lo rodeé con los brazos y lo acerqué a mi cuerpo. Él se arrimó y pasó sus fuertes brazos por mi espalda, peleó con el broche de mi sujetador hasta desabrocharlo, me lo quitó y dejó mi busto al descubierto. Se alejó un momento de mi lado para cruzar la estancia hasta donde se encontraba el sofá tumbado y lleno de cristales. Lo colocó donde había estado en un principio y lo limpió con la mano arrastrando cualquier trozo puntiagudo que estuviese clavado allí. Lo manchó de sangre a medida que iba quitando todos los trozos de forma rápida, no parecía dolerle, pero los cristales se le habían clavado llenando su brazo de aquel líquido espeso. El olor a sangre inundó la estancia y una locura inmensa llenó todo mi cuerpo al entrar aquel aroma por mi nariz. Me controlé y esperé paciente a que Edward volviese, en cuestión de segundos ya se encontraba a mi lado. El brazo le sangraba, pero no le importó, se quitó todos los cristales que se le habían clavado antes de tocarme, llenándose los dedos de la otra mano de cortes no tan profundos, pero si que llegaban a sangrar abundantemente. Me agarró por la cintura manchándola de sangre y me acercó a él, puso su cara frente a la mía y me miró a los ojos. Aquello era como si me estuviese adentrando en el abismo desconocido, su mirada enigmática me atravesaba, como si pudiese ver más allá de mí, como si pudiese ver mis pensamientos. Bosquejó una sonrisa enseñándome sus dientes blancos, me besó con fiereza y me agarró de forma agresiva hasta unir nuestros cuerpos. Le agarré del pelo presionándole contra mis labios, él me cogió por los glúteos y me llevó al sofá, -ahora de color rojizo- tumbándome y luego tumbándose él encima de mí. Me quitó los pantalones y él se quitó los suyos, eso nos dejaba a los dos con la parte inferior de la ropa interior. Se abalanzó a mi cuello y empezó a besarlo y a pasar su lengua por el. Yo cerré los ojos, dejándome llevar por el momento, pendiente de cada movimiento que hacía, mis manos recorrían su espalda y su cabeza, las suyas recorrían todo mi cuerpo, desde mi espalda hasta mis nalgas, que apretaba con deseo. Puse los ojos en blanco y él apartó su boca de mi garganta, ahora sus manos se perdieron entre mis cabellos sudorosos, ambos estábamos llenos de un mador brillante expuesto a los rayos del sol. Mi boca buscaba la suya, pero él la apartaba, parecía estar jugando. Le apreté contra mi pecho y le suspiré al oído, eso le hizo poner los pelos de punta, se estremeció y le dio un escalofrío. Su sonrisa se intensifico y se lanzó a mis labios, pasando su lengua por la mía, acariciándome. En aquella sala solo se oían nuestras respiraciones nerviosas y desacompasadas. La ensoñación parecía real, y a medida que a la luz del astro rey avanzaba por el cuarto, se iba volviendo más lúcida. De pronto, el sonido de unos cristales rompiéndose y cayendo con gran estrépito en el suelo nos hizo detenernos. Estuvimos quietos unos minutos, yo levanté mi cuerpo y miré por el respaldo del sofá a la otra parte de la casa, por las escaleras bajaba una bruma espesa que se iba comiendo todo aquello por lo que pasaba, por el hueco que daba a otra habitación también salía aquella niebla densa, se iba acercando a nosotros, estonces supe lo que significaba aquello, el sueño se acababa. Yo no quería que terminase, no podía haber final en aquella historia. Le giré la cabeza a Edward hasta encontrarme frente a frente con sus ojos, más juntos que antes, le di un último beso con fiereza y él me lo devolvió con más ímpetu que nunca. La oscuridad se le fue llevando y un vacío llenó el hueco donde había estado él antes.
Abrí los ojos y me encontraba tumbada en la cama de mi habitación, a oscuras.
-¡Joder! –Dije muy enfadada- ¡Qué oportuno!, ¿qué hora es?
Miré el móvil que estaba encia de mi mesilla, las cuatro de la madrugada. Todavía quedaba mucha noche, si me daba prisa en dormirme otra vez podría volver a pillar aquel sueño tan perfecto. Cerré el móvil y lo coloqué donde estaba, cerré los ojos otra vez, pero no pude dormirme tan deprisa como esperaba, el frío no me dejaba. Un aire álgido inundaba el cuarto, me incorporé en la cama y encendí la lámpara de la mesilla de noche. La habitación estaba igual que siempre excepto porque las cortinas se movían por el viento que entraba del exterior. No recordaba haber abierto la ventana antes de acostarme. Me levanté y anduve descalza hasta la ventana, el suelo estaba congelado, así que fui lo más rápido que pude.
-¡Uy, mierda! –dije gritando-. ¿Qué demonios…?
Miré al suelo y vi una huella de mi pie hecha de sangre, me había cortado con unos cristales que había allí desparramados. Fui hacia la cama andando únicamente con el pie izquierdo, me tumbé y puse el derecho encima de la rodilla contraria. Estaba totalmente ensangrentado, un cristal se alojaba en la planta de mi pie, parecía profundo. Me levanté y me dirigí al botiquín del cuarto de baño, cogí gasas y algodones, una venda, esparadrapo, tijeras y un bote de Betadine. Volví a la cama sin tocar el suelo con el pie herido. Me tiré en la cama y me senté en el borde como había hecho antes. Corté un trozo de venda que podría rodearme el pie unas cuantas veces, cogí el esparadrapo y corté un trozo pequeño para sujetas el vendaje. Dejé aquello a un lado y mojé una gasa con aquella disolución, coloqué varios algodones alrededor de mi pie y respiré hondo dispuesta a quitarme el cristal que me atravesaba. Tiré con decisión, sabía que me iba a doler, pero no pensé en aquello, el calor me recorrió la espalda y fue directo hacia el pie herido. Arranqué el pedazo de vidrio y contuve el grito en mi garganta arrastrándolo todo lo lejos posible de allí. La sangre salió a borbotones y manchó, no solo los algodones, sino también el suelo, las sábanas, mi ropa. Limpié la sangre del pie con una gasa limpia y después recubrí aquella parte con más líquido, coloqué la gasa manchada de Betadine en el pie y la envolví con la venda, luego la sujeté con el esparadrapo. El dolor estaba remitiendo a media que mi temperatura corporal subía, el pie me latía, como si el corazón estuviese ahí incrustado. El grito se fue ahogando y el dolor por fin cesó, allí no sentía absolutamente nada. Coloqué los dos pies en el suelo insegura por apoyar parte de mi peso en el lado derecho. Me levanté y anduve hacia delante lentamente, no sentí nada. Ni quemazón ni incomodez ni malestar en aquel pie que había sido herido hacía pocos minutos. Me volví a sentar en la cama y alcé la pierna para deshacer el vendaje. Quité la gasa empapada de sangre y, donde había tenido la herida producida por el cristal, había una cicatriz de color rosa claro, como si llevase ahí meses, como si la herida me la hubiese hecho hacía mucho tiempo.
No podía ser, ya había cicatrizado. La palpe repetidamente buscando algún dolor, apretándola por todos los sitios. No sentí nada, estaba acorchada, no la sentía, una cicatriz más como cualquier otra. Pensé en si seguía soñando porque aquello no podía ser cierto, no era real. Me levanté por segunda vez y anduve de un lado para otro pensando en alguna explicación lógica. No hallé ninguna.
Respiré profundamente y decidí recoger todo aquello y volver a la cama, a lo mejor cuando me despertase aquello no habría sucedido. Fui hacia la cama y recogí las tijeras, el esparadrapo, las vendas, los algodones y las gasas limpias, y el Betadine y lo llevé al cuarto de baño para guardarlo. Fui a la cocina a por un cepillo y un recogedor y regresé a la habitación para limpiar el suelo de cristales. Cuando no quedó ninguno, fui otra vez a la cocina y los tiré a la basura, cogí un cubo y lo llené de agua caliente, busqué un trapo y la lejía y lo llevé de vuelta al cuarto para limpiar la sangre que había caído en el suelo. Quité todas las manchas y vacié el agua sucia por el sumidero de la cocina. Aclaré el cubo y lo guardé junto con la lejía. Eché a la lavadora el trapo, las sábanas y mi ropa. Coloqué unas limpias en la cama y me vestí con un chándal viejo azul marino y una camiseta ancha de color blanco manchada con pintura.
Estaba derrotada, regresé por última vez a mi habitación y me acerqué a la ventana, me pregunté que podía haber roto el cristal, bajé la persiana para que el aire no entrase en la casa y congelase el cuarto. Me tumbé en la cama y miré la hora del móvil, eran las cinco menos diez de la mañana y quería seguir durmiendo, no tendría que hacer nada aquel día, así que podía estar tumbada en la cama el tiempo que quisiese. Apagué la luz y me arropé hasta el cuello con la manta, no tardé mucho en quedarme dormida y volví a soñar que me encontraba en la habitación aquella colocada como en un principio lo estuvo, sin cristales ni muebles tirados.
Ahora, el exterior estaba totalmente a oscuras, pero en el cuarto estaban las luces encendidas. Yo estaba en el mismo sitio de antes, pegada a la pared, lo volví a mirar todo, estaba igual que antes, pero ya no estaba Edward Cullen, en su sitio había cinco personas con capas oscuras y grandes capuchas cubriéndoles las cabezas. Me acerqué a ellos y estos hicieron lo mismo, se movían al mismo tiempo, daban pasos muy sofisticados y lentos, con mucha gracilidad, coreografiados, iban en una formación perfecta –tres delante y dos cubriéndoles por detrás-. No todos eran de la misma estatura, el que se acercaba primero era alto, pero no tanto como el que tenía a su espalda, ese era gigantesco. A la derecha del primero había uno que era muy menudo, más bajo que yo, y a su izquierda, otro algo más alto que el de la derecha. Detrás de estos, el gigante y a su lado uno que podría ser casi igual de alto que el que iba a la cabeza.
Me detuve en el centro de la sala y los contemplé, vi como su formación se rompía al mismo tiempo, me iban rodeando, los que cubrían a los otros ahora estaban detrás de mí y los que estaban a derecha e izquierda se separaron un poco más del que pude deducir que era el líder, dejándome frente a él.
No se quitaron las capuchas, pero lo único que pude ver eran sus ojos porque todo el rostro se encontraba oculto entre sombras que no sabía de donde provenían.
El que se encontraba delante de mi levantó el rostro y clavé mis ojos en los suyos, estos eran de color rojo carmín pero estaban turbios y empañados, en su mirada pude ver que me miraba como si quisiese comerme. Giré la cabeza a todos lo lados y posé la vista en cada uno de los allí presentes, todos tenían los ojos rojos, algunos más brillantes que otros, pero a ninguno le pude ver el rostro.
Volví a mirar al encapuchado principal que levantó su mano izquierda para que el que se encontraba a ese lado se la cogiese. Este estuvo callado mirándome todavía a mi, pero yo ya no mantenía la vista en él, esta se había desplazado hacia el pequeño acompañante que estaba a su derecha. Sus ojos de un tono más brillante me atravesaban y no se apartaban de mí, parecía como si estuviese esperando una señal para atacarme. El silencio que allí reinaba fue interrumpido por una voz lene y agradable que, a su vez, denotaba fiereza.
-Paz, amigo. Jane se encargará. Veremos que hace esta vez.
Soltó su mano y acto seguido hizo un movimiento con la cabeza casi imperceptible. Entonces la persona menuda que se encontraba a su lado le tendió la mano y este se la agarró.
-Sí, maestro. –Dijo el pequeño encapuchado-. Así lo haré.
Su voz era la de una mujer, suave y frágil, casi como un canto. Así que ella era Jane, la que se ocuparía de hacer algo que, posiblemente me perjudicase.
Retiró su mano y la dejó caer a lo largo de su cuerpo. Entonces, sin apartar sus agresivos ojos de los míos dijo:
-Haber que haces ahora, Eva.
Ella sabía mi nombre y no sabía cómo.
Como había visto antes en sus ojos, estaba dispuesta a atacarme en cuanto recibiese una señal, y ya se la habían dado. Sus ojos me penetraron como si intentase matarme con ellos, y casi lo consigue.
Un dolor insoportable me hizo caer al suelo, no podía moverme, estaba totalmente paralizada. Aquel sufrimiento me podía haber hecho gritar de dolor, implorar perdón, pedir ayuda, me podía haber hecho llorar, pero no lo hizo. Era una tortura que me recorría el cuerpo, pero tenía localizado el foco de la angustia, este estaba concentrado en mi cerebro. Arrastré toda mi fuerza hacia allí como pude, con toda la energía de la que era capaz de mandar allí y empujé aquella insoportable presión de mi cabeza hacia abajo, pasándola por el cuello hasta llegar a la parte de atrás de mi espalda. Entonces, las llamas que solían abrasarme y llenarme de fuerza recorrieron mi columna y quemaron el dolor hasta volverlo inexistente. Sentí como aquella agonía desaparecía de mi cuerpo y el fuego se extendía por todo mi organismo, llenando cada célula de mi anatomía de aquel calor poderoso que me inundaba de poder. Me levanté lentamente y la miré a la cara cuando ya me encontraba en pie. Dibujé en mi cara una sonrisa de superioridad y pude ver en sus ojos una frustración interna, deseaba aniquilarme y volvió a clavar aquella mirada en mi cuerpo.
Una fuerza lo tumbó en el suelo, lo aplastaba contra este. Un pequeño gemido salió de mi garganta y supe que debía de hacer algo. El fuego volvió a desbordarme y esta vez no solo quemó aquel dolor, sino que me hizo subir rápidamente hasta estar de pie frente a ella y cogerla por la capa que la envolvía, la alcé para tirarla, pero una risa interrumpió mi acción, haciéndome soltarla de nuevo en el suelo. Giré la cabeza hacia el encapuchado de mi derecha, hacia el líder, era él el que se estaba carcajeando.
-Es asombroso, ¿no creéis? –dijo riéndose más sosegadamente y aplaudiendo-. Realmente asombroso. Me gustaría tenerla, pero yo no seré quien la una a nosotros.
Aquello que decía no tenía ningún sentido para mí, yo seguía sin hablar, prefería escuchar su relato para ver a dónde llevaba su conversación.
-Nos mantendremos al margen, quiero ver cómo reaccionan los otros ante esto. Su aroma me pone frenético, y seguro que a vosotros también, nunca en toda mi existencia había olido algo tan maravillosos. Además, parece poseer un don, imaginaos cuando se una a nosotros las grandes cosas que podrá hacer.
-¿Y si no la convierten?, maestro. –dijo la chica con voz intranquila, parecía algo irritada.
-Ya estaremos nosotros para que lo hagan. –Volvió a decir el jefe-. Alec, tú turno.
-Sí, maestro. –dijo el que estaba a su izquierda con una voz suave y agradable-. Dulces sueños, Eva.
De él salía una nube blanquecina que empezó a inundar el cuarto. Llegó hasta mí y la inhalé, noté como entraba por mi cuerpo y dormía todas mis extremidades. Las piernas me fallaron y me caí, no pude mover los brazos para apoyarme en ellos y así no caerme de bruces. Estaba boca arriba, viendo como aquellos encapuchados de ojos rojos se desvanecían con la bruma. Seguía sin habla, tampoco escuchaba nada y poco a poco la vista se me fue cansando hasta que dejé de ver todo lo que allí había. Cerré los ojos abandonando mi cuerpo, cuando los volví a abrir me encontraba de vuelta otra vez en mi cama, acurrucada entre las sábanas.
La habitación se encontraba a oscuras debido a que la persiana de la habitación se encontraba bajada para que el frío no entrase allí. Me senté en el borde de la cama y coloqué los pies en el suelo, agarré el móvil para mirar la hora, las once y cuarto. Me puse en pie y me dirigí a la ventana para levantar la persiana y dejar que el sol entrase por ella. El cristal estaba roto y tendría que llamar a un vidriero.
Hice la cama y fui a la cocina a desayunar lo mismo de todas las mañanas. Lavé el tazón que había utilizado para comer los cereales y volví a la habitación para vestirme. No tenía pensado salir de casa, así que me puse unos pantalones vaqueros anchos y una camiseta blanca de manga corta con una chaqueta, y unas deportivas, cuando me disponía a ponerme unos calcetines blancos, vi en la planta de mi pie derecho una cicatriz blanca, casi inexistente.
-De modo que el contratiempo con los cristales había sido real. –dije mientras tocaba con el pulgar de la mano derecha la marca del pie.
Estuve un rato pensando en aquella noche pasada, me preguntaba cómo había podido ocurrir aquella milagrosa curación. Había estado sangrado durante largo rato y, segundos después ya no había herida, era inexplicable.
Me puse el calcetín y luego las zapatillas y asomé la cabeza por la ventana que daba al patio delantero y vi aparcado mi Ford Kuga blanco –que ahora no parecía nada blanco- manchado por completo de barro. Ya tenía algo que hacer, lavaría mi coche, como me había dicho el día anterior Mike Newton, el chico al que conocí en el arcén de la carretera hacia la Push.
Bajé la persiana por completo y fui hacia la cocina para coger una esponja, el cubo y el jabón para lavar el coche. Salí al exterior y llené el cubo de agua con la manguera del garaje, lo coloqué en las escaleras del porche y remojé el coche con la manguera. Una vez mojado y quitado el barro casi por completo lo enjaboné bien y lo aclaré utilizando nuevamente la manguera. Luego me metí dentro para limpiar el interior, puse la radio y fui pasando emisora por emisora hasta llegar a una que me llamó la atención por el tema del que estaban hablando:
*-Háblanos Phil Harris White, llénanos con tu sabiduría. Ilustra nuestras mentes con tus vocablos complejos. –dijo un hombre que hablaba con sarcasmo.
-Ben Davis Brown, deja de burlarte y cíñete a las preguntas que quieres hacerles a los oyentes de la KGRK 89.9. –le contestó otro con tono más serio.
-Phil, te has dado cuenta de que nuestros apellidos son colores. Esto podría resultar ridículo. –le contestó el otro riéndose de aquello-. Bueno, oyentes, esto no importa porque lo realmente importante es qué pensáis vosotros.
-Son las doce en punto y están escuchando la KGRK 89.9. –dijo una voz de mujer.
-Están escuchando a sus locutores favoritos de radio, Phil White y Ben Brown, esto es “Tierra de Todos”. –dijo uno de ellos, todavía no les distinguía las voces.
-Llamen 253-833-5004 si nos quieren contar cualquier cosa que les haya ocurrido.
-Y si no se les ocurre nada, aquí va una pregunta para abrir temas: ¿Qué habéis soñado?, lo niños se encuentran en los colegios, los adultos trabajando, pero todavía nos queda la gente joven que, seguramente, se acaban de levantar.
-Encended la radio y divertiros un rato con nuestro humor sarcástico. Llamad al 253-833-5004.
-Phil, nos comunican que tenemos una llamada. ¿Hola?, ¿cómo te llamas?
-Hola chicos. Soy Elías Martínez y quería contaros lo que he soñado. –dijo el oyente, tenía acento, pero este apenas se notaba.
-Bueno Elías, cuéntanos.
-Lo que quiero decir es que tengo veinticinco años y, a mi edad, es normal tener sueños eróticos, ¿no?
-Por supuesto, Elías. Todo el mundo tiene esos sueños, yo el primero.
-Phil, córtate, de acuerdo. Elías, si nos cuentas el sueño, ahórrate los detalles subidos de tono, por favor.
-Está bien. Estaba yo con una chica en el coche de mis padres y empezamos a acariciarnos y a besarnos y nos poníamos a hacerlo.
-No cuentes los detalles porque a mi compañero no le gusta, chico.
-Bueno, estábamos ya casi en pleno apogeo cuando, de pronto aparece mi madre en camisón.
-Dios, tío que corte. Menos mal que es un sueño. Yo me hubiese muerto de la vergüenza. Ben, estoy seguro de que tú te hubiese meado en la cama.- Phil empezó a reírse y Elías también.
-A mí eso no me ha ocurrido nunca, no como a ti, Phil. Eso de que te encontrase tu madre practicando el sexo SOLO. Toma ya. –dijo Ben vengándose con aquella contestación sagaz. No pude reprimir una risa, al igual que Elías.
-Ja ja. Eres muy gracioso, Elías puedes continuar por favor.
-Solo era eso, quería preguntar si eso significaba algo.
-¿Vives con tu madre, Elías?
-Mmm..., sí.
-Pues eso significa que tienes que independizarte ya, chico. Gracias por llamar, ¿tenemos alguna llamada más? –dijo Phil algo enfadado.
-De momento no tenemos más llamadas, así que vamos a dar paso a unos anuncios muy interesantes.
-Si son de crece-pelo podrías apuntar el número Ben. Adelante compañeros*
Sonó la música de una publicidad radiofónica que ya había escuchado alguna vez en otras emisoras. Apagué la radio y me senté tranquilamente en el asiento del piloto pensando en la pregunta que habían hecho, entonces me lo pregunté:
-¿Qué has soñado, Eva?
Repasé el primer sueño que tuve, aquel en el que aparecía Edward Cullen y teníamos aquel encuentro erótico-festivo. Los dos fervientes de deseo, nos acariciábamos y besábamos mutuamente, desnudos en aquella casa desconocida. Pensé como la realidad me lo había arrebatado de entre mis brazos, despertándome aquel ruido de cristales rotos -cómo se habían roto era una incógnita más- me sentí realmente ofuscada por aquella interrupción tan inoportuna. Pasé de aquella ensoñación a la otra, una en la que había cinco personajes de ojos rojos que me miraban con rabia e irritación, especialmente una de ellas, Jane. Recordé su nombre, y también el de Alec, los dos me habían hecho cosas extrañas. La primera me había causado tanto dolor como para hacerme caer al suelo solo con mirarme, aunque yo había sido más fuerte y me había enfrentado a ella, eso la hizo enfurecer. El segundo me había hecho despertar de una manera un tanto singular, había dormido todas y cada una de las partes de mi cuerpo, también había anulado mis sentidos hasta tal punto de dejarme muda, sorda y ciega, aquel último fue el que me hizo despertar.
Aquellas imágenes vinieron con una claridad sobrecogedora, llegaron con luces de neón que me indicaban que aquello no había sido solo un sueño, sino que las había vivido. Todo aquello era real salvo por una única cosa, el escenario.
Mi sueño había tenido lugar en el bosque, el mismo día que Seth y Edward me encontraron. Los cinco encapuchados me atrajeron hasta el bosque y allí me hicieron sentir aquel dolor y me dejaron inconsciente, esperando que alguien me encontrase. Bajé del coche, cogí el cubo y lo metí dentro de casa, luego, cogí las llaves, cerré la puerta de casa y me metí en el coche para dirigirme a la Push.
Llevaba el móvil encima y antes de arrancar llamé al número que me había dado Jake, el número de Bella. Esperé a que alguien lo cogiese, hasta que al fin:
-¿Diga? –dijo alguien a través del auricular, le reconocí enseguida.
-¿Seth? Oye, soy Eva Jones, la chica que encontrasteis el otro día en el bosque, -dije alterada-. ¿Me recuerdas?
-Claro, Eva. ¿Vienes hacia aquí? –dijo efusivamente.
-Sí, voy hacia la Push, te importaría recogerme allí. Es que no sé llegar hasta la casa de Bella.
-Sí, sí, por supuesto. Te esperaré en la entrada de la reserva. Nos vemos ahora.
-Muchas gracias Seth, hasta ahora.
Colgué el teléfono y puse rumbo hacia la reserva Quileute.
Todos mis sentidos se centraron en la carretera, no había nada que pudiese alejarme de mi destino, tenía que llegar allí para informarles y saber si les sonaban de algo, alguna banda nueva o un grupo de pirados, tal vez.
Pasé por delante de un cartel que rezaba: “La tribu Quileute le da la bienvenida a La Push”, seguí recto hasta encontrarme con las pequeñas casas rojizas de la zona. Aparqué el coche en una zona pegada a un camino cerca del bosque, bajé y busqué a Seth con la mirada, allí no estaba. Esperé recostada en el capó limpio de mi Kuga, con el móvil en la mano dispuesta a llamar si no aparecía. No hizo falta porque llegó allí haciendo su aparición de entre los árboles del bosque, vino directo hacia mí y me saludo con la mano, yo le imité.
-Que bien que te veo, Eva –dijo parándose frente a mi.- ¿Por qué no viniste ayer?
-Estuve muy cerca de aquí.
-Me tienes que contar qué cosas te sucedieron, de acuerdo.
-Vale, me llevas a casa de Bella. –le dije entregándole las llaves del coche.
-Bonito cacharro. Lo acabas de limpiar, ¿verdad? –me preguntó entrando por la puerta del piloto.
-Ayer se manchó de barro mientras venía hacia aquí. –le contesté subiendo por la otra parte.
Arrancó el coche y se metió por un camino casi inexistente, no pasaban muchos coches por aquella zona.
-¿Puedes conducir? –le pregunté abrochándome el cinturón.
-Claro que puedo, no tengo carné, pero he recorrido esta zona miles de veces.
-Deberías ponerte el cinturón de seguridad. –le dije algo nerviosa.
Seth volvió la cabeza para mirarme y dibujó una sonrisa de satisfacción ignorando mi propuesta. El coche iba dando botes por el camino, y Seth no ayudaba para que el paseo fuese más tranquilizador, me parecía que iba a mucha velocidad. Bajé la ventanilla y saqué la cabeza para no marearme por el traqueteo. El coche giró y allí vi una sombra de color rojizo, parada en medio de los árboles. Era enorme, y a su lado había otra algo más pequeña de color gris. A simple vista y con aquel movimiento no pude determinar que eran, pero juraría que eran dos animales, como si fuesen osos. Metí la cabeza otra vez en el coche, pero no subí la ventanilla.
-Me alegro de verte bien, Seth. Me preocupé mucho cuando os fuisteis, ¿por qué salisteis Bella y tú?
-Bueno, nosotros formamos parte de “la banda” de Jacob. –dijo levantando las manos para dibujar comillas en la palabra “la banda”.
-No sueltes el volante Seth. –dije alarmada.
-Vale. Bueno y como banda tenemos que ayudar a todo ser que se aloje en estas tierras, o que venga de paso por aquí.
-Que sois, como guardas forestales.
-Más o menos, pero, si existe un animal al que tenemos que proteger con nuestras vidas, es al lobo.
A medida que iba diciendo esas palabras, iba poniendo más seria su voz y su cara, y apretaba con fuerza el volante, estaba segura de que cuando quitase las manos de allí iba a tener las marcas de las manos.
-¿Por qué al lobo? –pregunté intrigada.
-Si pones “leyendas Quileutes” en Google te aparecerá que nuestra tribu proviene de los lobos. Y, como favor, tenemos que protegerlos siempre, de cualquier atacante.
-¿Pero ellos no os atacan a vosotros?, a lo mejor se piensan que también vais a por ellos.
-No, los lobos son muy listos, saben quien es el enemigo.
Nos quedamos callados varios minutos, yo reflexionaba sobre la leyenda de los lobos y él ya había cambiado la cara y volvía a tener su sonrisa de siempre. Sabía que ellos estaban bien y eso era lo importante, aunque ya me lo hubiese dicho el padre de Bella el día anterior, estaba mucho más segura ahora que había visto a Seth tan feliz.
-Y, ¿por qué vienes? –preguntó él sacando otro tema de conversación.
-Bueno, me acuerdo perfectamente de lo que ocurrió la noche que me encontrasteis.
-Y solo en dos días, que memoria. –Dijo soltando una pequeña risa-. ¿Qué es lo que te pasó?
-Recuerdo a cinco personas con capas oscuras y capuchas que no me dejaban verles las caras, aunque si vi sus ojos.
-¿De qué color eran sus ojos?
-Eran rojos, como si llevasen puestas lentillas.
-¿Qué más? –dijo borrando ahora toda expresión de alegría.
-La voz del que parecía el líder era aterciopelada y frágil, era alto, pero había otro mucho más alto que él. También había dos personas bajitas, un chico y una chica, esta última era la más pequeña. Recuerdo que dijeron sus nombres, Alec y Jane, respectivamente.
Vi el perfil de Seth rígido y hostil, sus manos estaban tensas agarrando el volante que parecía plastilina bajo estas. Me estaba marcando el volante, pero me preocupaba más la velocidad que llevaba, aceleró en cuestión de segundos, el exterior era un borrón verde y marrón, ya no pude distinguir nada.
-Ya estamos llegando. –dijo con una voz muy seca, como si le costase hablar.
-¿Te encuentras bien? –pregunté asustada.
Él asintió con la cabeza y fue frenando poco a poco. Ya se veía el final del camino que llevaba a casa de Bella, por allí ya había pasado montada en el coche de Jacob, pero aquella vez iba en dirección contraria.
Llegó a un claro donde había una cabaña de piedra oscura. Aparcó cerca de una camioneta Chevy antiquísima de color rojizo. Me fijé que no solo había aquel coche, un Volkswagen viejo, un coche patrulla del pueblo de Forks –¿estaría allí el padre de Bella?, pensé- y un Volvo S60R plateado muy limpio se encontraban también allí.
Bajamos del coche y Seth me tiró las llaves por encima de este, las cogí sin problemas puesto que me las había lanzado a las manos. Me reuní con él al otro lado de coche y vimos salir a Bella y al jefe de policía, su padre, Charlie Swan. Se dirigieron hacia nosotros y una vez que estuvimos los unos frente a los otros, Bella hizo unas presentaciones casi innecesarias:
-Papá, ella es Eva, la chica de la que te hablé. Seguramente ya os conoceréis.
El jefe Swan me tendió la mano y yo se la estreché con firmeza.
-Sí, ya nos conocíamos, pero de un modo menos formal, ¿verdad Eva? –dijo él.
-Claro, jefe Swan. –contesté no muy segura.
-Aquí puedes llamarme Charlie, no te preocupes. Yo ya me iba, siento no quedarme un rato más.
-Voy contigo, papá. Podéis ir entrando, voy a acompañarle al pueblo, tengo que comprar algunas cosas. –dijo Bella mientras se abría la puerta del copiloto del coche de policía.
-Yo voy a ver a Jake, le he visto antes en el bosque. –dijo Seth andando despacio hacia el camino.
-Eva, no estarás sola en casa. –gritó Bella desde el coche ya arrancado-. Está Edward dentro.
En aquel momento Seth se paró y miró a Bella algo desconcertado.
-Estarás bien, es un chico muy amable. Nos vemos ahora.
Seth siguió andando y una vez en el bosque empezó a correr, le perdí de vista entre aquella arboleda tan espesa. El coche patrulla, a su vez, también se había marchado por el camino pedregoso.
De modo que me encontraba sola en aquel lugar, en medio de un bosque repleto de lobos y con un desconocido, miré el lado positivo de todo aquello, había una casa, el desconocido era muy guapo y ahora estaba consciente.
Subí las escaleras del porche y toqué con los nudillos en la puerta. Antes de que pudiese bajar la mano, la puerta ya estaba abierta y al otro lado se encontraba aquel hombre extraordinariamente bello, esbozando una sonrisa torcida.

Espero que haya merecido la pena haber esperado tanto. Deseo leer vuestros comentarios.

jueves, 2 de junio de 2011

Parón!!!

Disculpad por este pequeño parón de unos días, pero he estado muy ocupada con exámenes en el instituto, estudiando mucho y todo lo demás, no obstante, en breve volveré ha subir nuevos capítulos de esta trama y otras nuevas historias.

No os alarméis y alerta permanente al blog por si queréis segui leyendo historias, y, no os olvidéis de dejar vuestras opiniones o comentarios.

Gracias y un abrazo.