sábado, 3 de septiembre de 2011

Capítulo 11: Un pequeño error

Noté como mi mano se doblaba lentamente bajo la presión que ejercía Aro sobre ella. De súbito, el vampiro tiró de nuevo de mi hacia él mientras emitía un rugido intenso y fiero. Me colocó la espalda contra su pecho pétreo y frío y con la otra mano me cogió la cabeza y me hizo mirar a Edward.
Todo esto lo hizo en tan solo un segundo.
-¿Algo que decirle, Edward?- dijo Aro como en un suspiro.
-¿Lo vas a hacer tú?- le contestó el vampiro con una voz atronadora. -No podrás resistirlo, y si la matas...
Aro hizo caso omiso a su comentario y dirigió sus labios hacia mi cuello. Allí se quedó, olisqueando mi piel caliente, posiblemente escuchando el latir de las venas en mi cuello. Aquello me dio grima, yo no podía moverme porque ahora me tenía agarrada por la cintura sujetándome ambos brazos junto al tronco.
Veía como Edward iba avanzando lentamente, pero Aro no debía de darse cuenta. Parecía disfrutar con lo que estaba haciendo: iba de un lado a otro del cuello, se perdía en algunos mechones sueltos de mi pelo y volvía otra vez a pegar sus labios a la piel que se me estaba quedando congelada y ya no podía disimular los escalofríos que me hacía sentir.
-Tú no lo harás -dijo Edward en un tono más calmado.
-¿Y lo harás tú? -preguntó con ironía Aro sin levantar la cabeza de donde la tenía. Aquellas palabras salieron de su boca junto con un aliento helado seco que me hizo estremecer-. Será todo lo rápido que pueda.
Entonces, todo pasó muy deprisa.
Aro posó sus dientes sobre mi cuello, justo encima de donde se encontraba mi vena yugular y presionaba fuertemente hasta pegar aquel ansiado bocado que decidiría mi destino.
Noté como sus suaves dientes entraban por mi piel y desgarraban parte de ella. La sangre caliente caía por los bordes de la herida formada y resbalaba por el cuello hasta perderse y la succión que hacía el vampiro en ella para sacar todo el líquido espeso, caliente y apetecible posible. A la vez sentía una presión intensa y ardiente que parecía entrar en el momento en el que Aro sorbía la sangre.
Mis ojos estuvieron clavados en los de Edward que seguía frente a mi y contemplaba horrorizado la escena . El pánico y el terror se reflejaban en ellos quitando su antigua faz que resplandecía y ocultándola tras un grueso velo que lo desenmascaraba como una persona totalmente asustada.
Todo lo que vi después fue gente correr de un lado a otro del bosque, voces difusas y que no comprendía y tampoco quería comprender, ruidos atronadores, el aire iba descendiendo lentamente mientras yo terminaba cayendo al suelo, a la tierra del bosque, fría, húmeda y mullida, era como un colchón enorme, de gran grosor, un lecho confortable donde perecer para siempre; gotas de lluvia caían sobre mi rostro y me dejaban completamente empapada, y mi espalda estaba mojada por un liquido caliente y pegajoso que olía con gran intensidad a hierro.
Cerré los ojos para comprobar si aquella sensación tan extraña desaparecía, la sensación de estar allí, tumbada en el suelo, y a la vez estar como en un limbo en el que era dueña completamente de los pensamientos que se arremolinaban en mi cerebro y parecían desaparecer lentamente; todos los recuerdos acumulados durante mi vida se iban esfumando y solo quedaban algunos muy difusos, como empañados en una dulce neblina: los rostros de la gente a la que más quería, palabras de ánimo de mis padres, el “te quiero” de todos ellos dicho en los momentos más apropiados y más sinceros, las risas de mi hermana y mías de cuando éramos pequeñas. Los momentos más agradables bombardeaban fácilmente mi cerebro y las imágenes importantes pasaban despacio por el, pero de Edward, aquel vampiro del que me había enamorado en tan solo unas semanas, del que me había prendado sin quererlo y del que me había llevado a esa situación involuntariamente, pues era yo la que quería ser como él en vez de el propio vampiro, no había ni rastro. Ni su cara, ni sus ojos o sus labios que formaban la sonrisa más perfecta que yo hubiese visto jamás, ni su cuerpo pétreo y helado que simulaba la textura de una roca antigua, ni su voz dulce y aterciopelada en un tono monocorde y sensual al mismo tiempo, con su entonación inmutable. Nada.
¿Dónde estaba él?
Seguía escuchando ruido cerca de mi y notando la cara húmeda y fría y la espalda caliente y pegajosa. Era perfectamente consciente de lo que sucedía: me estaba desangrando, y lo que era tal vez peor, me estaba muriendo.
En mi cabeza estaba la idea de que moría para renacer de nuevo como una de ellos, un nuevo ser, pero en el fondo algo me decía que aquello no había salido bien, que me estaba quedando sin sangre y nada se podía hacer ya, no podría volver.
Los últimos recuerdos se desvanecieron como el humo y dieron lugar a un fondo oscuro, sin luz y sin esperanzas.
Era el fin. Me dejé caer en la penumbra de mis ojos y lentamente dejé de oír ruidos, dejé de notar el agua caer sobre mi cara y mi cuerpo, y el calor de mi espalda se disipaba suavemente. La tierra sobre la que descansaba yo no me parecía un colchón extremadamente ancho y confortable, ahora no era nada. Pero antes de caer en el olvido súbitamente, una sonrisa fugaz se dibujó en mi subconsciente, apenas duró la imagen, pero sabía que ya podía acabarse todo.
Fue más rápido que quedarse dormida.

* * *

Edward vio como Aro estrechaba la mano de Eva con tanto ímpetu que pensó que se la rompería. Aro soltó un rugido intenso y casi inaudible para el oído humano y tiró de la chica hacia él colocando su espalda contra el marmóreo pecho del vampiro. Con la otra mano la cogió de la mandíbula y la obligó a mirar a Edward que se esforzaba por no abalanzarse sobre él como había hecho Eva hacía varios minutos atrás. Esos movimientos que parecían haberse hecho con una violencia increíble fueron descritos en tan solo un segundo y con una gracilidad y suavidad sorprendentes.
-¿Algo que decirle, Edward?- dijo Aro como en un suspiro.
-¿Lo vas a hacer tú?- le contestó el vampiro con una voz atronadora. -No podrás resistirlo, y si la matas...
Aro ignoró por completo el comentario de Edward dejándole así con la palabra en la boca y arrimó sus labios al cuello de la chica. Respiraba con ansiedad y tan solo lo hacía para oler su fina piel. La posición de los brazos del vampiro más antiguo habían cambiado, ahora la sujetaba con un brazo que la aprisionaba por completo dejándola inmovilizada y con los brazos pegados a su cuerpo. Que Aro estuviese con la boca pegada a su cuello no pareció hacerla mucha gracia ya que compuso una cara de horror y desprecio que solo Edward pudo ver y esa imagen le hizo sacar una sonrisa fugaz que nadie pareció percibir tampoco.
Edward se decidió por fin después de mucho esperar y ver como Aro no paraba de olfatear el cuello y la melena de su amada. Caminó ligeramente, sin que se notase demasiado, unos cortos pasos para aproximarse a Aro y estar más alerta si sucedía algo inesperado. Las expresiones de Eva eran cada vez más claras, le daban escalofríos cada vez que Aro pegaba los labios a su piel.
-Tú no lo harás -dijo Edward en un tono más calmado.
-¿Y lo harás tú? -preguntó con ironía Aro sin levantar la cabeza de donde la tenía. Aquellas palabras salieron de su boca junto con un aliento helado seco que hizo estremecer a la chica-. Será todo lo rápido que pueda.
Entonces todo pasó muy deprisa.
Aro clavó sus dientes en el cuello perlado de sudor de Eva, justo encima de donde se encontraba la vena yugular, y mordió con agresividad hasta quedar hundidos en la piel. La sangre brotó del cuello con ferocidad, semejante al agua de un río que baja por la montaña con violencia, y caía por su cuello, llegando a su torso mientras teñía la ropa de un color escarlata. El vampiro sorbía la sangre e introducía su ponzoñoso veneno en Eva que tenía los ojos quietos en un punto fijo, parecía no mirar a nada, pero en realidad contemplaba la expresión asustada de Edward que ardía en deseos de abalanzarse sobre Aro para quitársele de encima. La chica yacía casi desmayada en los brazos del antiguo vampiro.
Pero algo sucedió en aquel momento.
Un repentina tormenta se apoderaba del lugar amenazando con poderosos y aterradores truenos. Todos miraron al cielo y lanzaron expresiones de desconcierto. Entonces Aro dejó caer a Eva que chocó contra el suelo con un ruido suave gracias a la tierra y hierba mullida del bosque. Pero ninguno de los vampiros se dio cuenta, excepto Edward que estaba el más próximo a la pareja, de por qué Aro había dejado caer a la chica, y era porque éste también había caído al suelo y ahora se arrastraba por él como una serpiente, mientras lanzaba gritos al aire. Eso hizo que los demás corriesen alarmados hacia su líder bajo una inmensa tromba de agua que estaba cayendo del cielo acompañada de fuertes truenos que parecían romperlo. Edward se acercó a Eva que yacía con los ojos cerrados en el suelo, rodeada de un charco inmenso de sangre que seguía brotándola del cuello, y barro creado por el agua de lluvia.
Veía todo lo que ella estaba pensando y sabía que su fin se acercaba lentamente y que la muerte la arroparía con su manto de oscuridad en cuestión de segundos. Con los ojos clavados todavía en su rostro, escuchó como los quejidos de dolor de Aro intentaban hacerse notar en aquel escandaloso claro: la voz de los truenos y el susurrante viento, la potente lluvia cayendo sobre la tierra, las hojas y troncos de los árboles, las rocas, los gritos de los desesperados súbditos de Aro y los pensamientos de Eva en la cabeza de Edward hacían que el vampiro no escuchase nada más allí, sin embargo, no se movió del lado de la chica, aunque tampoco la tocaba, simplemente estaba allí, con los ojos clavados en su rostro que iba palideciendo cada vez más y más a medida que iba perdiendo más sangre y el charco de esta se agrandaba a su alrededor.
-¡Es culpa de la humana! -gritó la voz de Jane, enloquecida por ver a su maestro yacer moribundo sobre la tierra- ¡Todo es culpa de ella!
La vampira dejó el grupo que rodeaba a Aro y se aproximó corriendo al cuerpo de Eva, entonces Edward se abalanzó sobre ella y la hizo retroceder de un empujón.
-¡Nadie va a acercarse a ella! -gritó Edward encolerizado-. ¡Aro se muere por su arrogancia y egoísmo!
-¡Si no queréis acabar como él, será mejor que os marchéis! -dijo de pronto una voz a su lado.
Era Alice, que se había acercado a su hermano y ahora intentaba proteger el cuerpo casi muerto de la humana. Edward giró la cabeza y vio acercase los gigantescos cuerpos de los lobos, todos, excepto uno que estaba tirado en el suelo mucho más atrás que ellos, se habían puesto a la altura de estos y ahora se enfrentaban a los otros con más ferocidad e intentaban gruñir más alto para que se escuchasen por encima de los truenos.
Jane no se lo pensó dos veces y dirigió su mirada hacia Alice que ahora se retorcía por el suelo de dolor. Para protegerla, uno de los lobos se lanzó hacia la vampira del clan Volturi y la expulsó hacia un lado. Esta cayó al suelo con un sonoro estruendo, como si de una roca de mármol puro se tratase. Esos movimientos fueron los detonantes para que diese comienzo una batalla campal en toda regla.
Alice se levantó rápidamente y fue hacia Jane que forcejeaba con el gigantesco lobo de cabello rojizo. Los demás lobos se catapultaron hacia los vampiros restantes para obligarlos a marcharse de allí, pero estos no retrocedieron y en su lugar respondieron con un ataque igualmente salvaje.
Todos luchaban ferozmente. Edward miró a un lado y a otro y pudo ver como peleaban. Reconoció a Bella forcejeando con Renata más cerca de él, esta le mordía un brazo a la vampira para acabar arrancándoselo y lanzándolo lejos de su posición. La vampira gritaba de dolor mientras se tocaba el muñón del hombro, pero se levantó con gran esfuerzo y agarró a la loba del cuello con el brazo sano. A su otro lado, más apartados, Alice se caía y levantaba del suelo, Jane la estaba controlando todo lo que podía, pero le era imposible hacerla daño ya que Jacob la empujaba y agarraba para que la dejase en paz.
Todos estaban dispersados por el claro, ya nadie hacia caso a los cuerpos que se cernían sobre el, y Edward vio su oportunidad para acercarse a Aro y ver como moría. Edward estaba encolerizado con él. Se merecía la muerte y el vería como, después de tanto años, la luz de los ojos del vampiro se apagaría; su iris de un escarlata sobrenatural iría palideciendo hasta convertirse en un gris blancuzco.
Edward se fue acercando lentamente mientras a su alrededor veía como lobos y vampiros luchaban hasta la muerte, escuchaba gritos, aullidos, gañidos y rugidos ensordecedores. Al estar junto a Aro se agachó, pero mientras miraba como Quill se lanzaba sobre Alec, Enzo tenía agarrado a Embry por una de las patas traseras y tiraba de ella para desencajársela, Alice sujetaba a Jane mientras Jacob iba a ayudar a Bella que tenía dificultades al enfrentarse a Renata; Seth, entre tanto, estaba manteniendo una fuerte pelea con Félix que finalmente acabó retrocediendo hasta un árbol cercano, subió por él hasta una de las ramas y se lanzó en picado hacia el lobo de color arena, pero este le hizo un quiebro, arremetió contra él y lo agarró con la boca para empujarlo contra el árbol por el que había subido, sin embargo, nunca llegó a chocar por completo contra él porque Seth ejerció tanta presión con sus mandíbulas que el sitio por el que lo había cogido se había quebrado y el cuerpo de Félix había quedado dividido en dos de manera asimétrica.
Edward miró a los ojos a Aro que agonizaba en el suelo y parecía tener una muerte horrorosa, aun así tubo la fuerza necesaria para preguntarle a Edward:
-¿Por qué?
-¿Por qué? -contestó Edward en voz baja y con tono soberbio- Tienes lo que te mereces, Aro. No sé por qué preguntas el motivo de tu muerte.
Aro negó débilmente con la cabeza y añadió:
-No me refiero a eso.
-Sé muy bien a lo que te refieres. No sabíamos qué era Eva, y no podíamos arriesgarnos a nada con ella, pero tú quisiste que fuese de los nuestros...
-Ella también lo quería -interrumpió Aro con un murmullo.
-Cierto, pero tú podrías haberte cerciorado antes de lo que era, y aunque no lo supieses algo intuías.
-Ella...no era normal.
-Claro que no lo era.
-Pero tú sabías más...y...aún así la dejaste aceptar y...que la mordiese.
-Yo no sabía nada hasta el momento en el que tú caíste al suelo -Edward se acercó más a Aro mientras sus ojos se clavaban en los del vampiro-. Ella era una metamorfa, como los lobos que ahora están destruyendo a tú aquelarre.
Vio el desconcierto en la expresión perdida del líder Volturi y una sonrisa se le pronunció en la cara.
-La ponzoña de los vampiros es tóxica para los lobos, pero en el proceso de cambio es al revés. Ella no será una vampira porque la ponzoña tuya no la ha afectado, su poder ha sido como un impermeable y eso ha hecho que tu propio veneno se vuelva contra ti.
-Pero ella está muerta...porque yo la he mordido y...mi veneno actúa sobre ella.
-No escuchas Aro -dijo Edward en tono de decepción profunda; se fue levantando lentamente sin apartar los ojos de él-. Lamentablemente, ella está muriendo desangrada.
La mirada de Aro se desvaneció por un momento mientras recorría el rostro de Edward. Este miraba al otro vampiro con repugnancia y dolor tras saber como había perdido a otra mujer a la que quería, pero aquello era infinitamente peor pues esta había terminado muerta.
Estando allí de pie todavía podía escuchar algunas de las voces que había en la cabeza de Eva, pero sabía que pronto se extinguirían, como su vida. Sabía que su muerte estaba siendo demasiado prolongada, pero por lo menos no sentía ningún tipo de dolor.
-Ha sido...un pequeño...error -dijo la voz de Aro, casi inaudible. Seguidamente, el iris el vampiro, que había ido cambiando del rojo al gris progresivamente desde que cayese al suelo, ahora estaba de un color plateado, casi blanco.
Aro, tras una vida de vampiro poderoso, que había perdurado a pesar de los miles de años de vida transcurridos, ahora estaba muerto tras intentar hacer aquello para lo que fue creado, convertir a la gente en lo mismo que él.
Al mismo tiempo que Aro moría, Edward vislumbró en su cabeza una sonrisa muy fugaz, como si de una estrella que surca el cielo se tratase, un leve resplandor. Eva acababa de morir y su último recuerdo había sido la sonrisa de aquel vampiro de ojos claros y pelo cobrizo.
Todos a su alrededor seguían luchando y apenas se percataron de la muerte de estos hasta que Edward soltó un fiero gruñido que hizo callar a todos, incluso la lluvia aflojó un poco su potencia y los truenos eran inexistentes ya.
-Aro está muerto -les dijo a los que quedaban del aquelarre Volturi.
Jane fue soltada por Alice, que la retenía contra el suelo. Esta fue hacia su amo y se arrodilló junto a él sin decir nada. Renata la siguió, todavía sin brazo, y quedó junto a Aro, tocándole el pecho con la mano que tenía. Alec y Enzo fueron lejos de allí para recoger los trozos del cuerpo de Félix que, lógicamente, ahora estaba muerto. Pero Thomas, el último en integrarse en el mundo de los vampiros había desaparecido, es más, Edward ni siquiera lo recordaba en la pelea. Este había huido al parecer.
-Será mejor que os marchéis -dijo Alice que se había acercado a ellos sigilosamente; estaba al lado de su hermano, contemplando el cuerpo inerte de Aro.
Todos los demás lobos se habían unido a ellos aunque no habían cambiado a su forma humana.
Alec y Enzo regresaron al grupo cada uno con una parte del cuerpo de Félix. Entonces Jane y Renata agarraron a la par el cuerpo de Aro y todos juntos se marcharon por donde habían venido sin decir ninguna palabra. Habían sufrido bajas muy fuertes, volverían a Volterra con los cadáveres de dos vampiros Volturi, uno de ellos el líder del aquelarre, y un vampiro neófito había huido en plena batalla, sin contar que a Renata le faltaba un brazo que dejó tirado en el claro. No se debían de sentir para nada orgullosos de su actuación.
Los lobos y Alice contemplaban en silencio también la marcha de los vampiros, pero Edward ya no estaba cerca de ellos, este se encontraba más alejado, junto al cadáver de Eva, la humana a la que había amado en tan solo unas semanas y a la que había perdido en tan solo unas horas.
Su cuerpo y su tez se habían vuelto blancas y sus facciones más duras. La rodeaba un gran charco de la sangre que había perdido tras su mordedura en el cuello. Esta brillaba con cada gota de lluvia que caía, parecía un tumulto de rubíes amontonados.
Poco a poco se le fueron acercando los otros. Bella y Jacob ya eran humanos, ambos llevaban un pantalón vaquero lleno de barro, totalmente empapado, y Bella un top igualmente sucio. Esa ropa se la habían quitado antes de transformarse en lobos, hacía ya algunas horas, y la habían dejado entre los árboles. Alice se encontraba al lado de su hermano, con la cabeza apoyado en su hombro y un brazo rodeándole la cintura. Esta miraba con dulzura el cuerpo de la chica. Embry y Quill también estaban allí, aun todavía con su forma lobuna.
Todos admiraban el cuerpo de la chica, apenados por su muerte. Compungidos por el dolor que les estaba provocando ver las heridas sangrantes de esta.
Se dieron todos la vuelta al cabo de un rato y vieron al Seth humano agachado al lado de una mole peluda y mojada que yacía inmóvil en el suelo, mucho más atrás.
Edward casi se había olvidado de que habían matado a uno de los lobos, y estaba totalmente seguro de que aquel animal que estaba allí tirado era la forma transformada de Leah, la hermana de Seth.
Edward cogió a la chica y se fue corriendo hacia Seth junto con los demás. Allí estaba la loba plateada. Con la boca entreabierta, totalmente empapada, con una herida en el costado que era igual de grande que un bebé recién nacido, abierta y en carne viva. Imposible de curar, había perdido demasiada sangre y, el poder curativo de los lobos no podía hacer nada en aquella situación. Con esa herida, varias costillas se habían astillado y hacían presión sobre la carne, lo que hizo que sangrase con más violencia y muriese al igual que Eva.
Todos quedaron sumidos en un silencio de dolor y pesadumbre. Aquellos que podían llorar lo hacían, los vampiros solo podían lamentarse por lo ocurrido.
Tras treinta minutos de un intenso silencio que pesaba incluso, los primeros rayos del amanecer se fueron filtrando por entre los árboles. El cielo se había vuelto más claro y la tormenta había dado lugar a una débil llovizna.
Quill y Embry se transformaron y fueron a por su ropa detrás de los matorrales y se disponían a llevar el pesado cuerpo de la loba a la casa de Jacob y Bella. Seth no se movió de donde se encontraba y dejó que los demás se marchasen para que le dejasen a solas. Pero Edward seguía allí, con el cuerpo de Eva en los brazos. Ambos se miraron a los ojos unos segundos y Seth rompió a llorar, pero no ya por su hermana, sino por Eva.
Seth no la había visto, había estado pendiente de Leah y le impresionó ver a Eva en los brazos de Edward, muerta.
Fue hacia él y la cogió ahora el joven lobo. Cayó al suelo con ella mientras lloraba desconsoladamente. La mecía entre sus brazos y la acariciaba su fría piel. No podía creerlo.
Edward entonces se dio cuenta de lo que Seth había sentido por ella. No se había imprimado, pero sí se había enamorado de la humana, al igual que él. Edward también se tiró al suelo y contempló como Seth abrazaba y lloraba el cadáver de Eva.
Ambos habían perdido a la chica de la que se habían prendado y jamás la volverían a ver.

* * *

Habían pasado tres días desde la reunión en el bosque con los Volturis, pero muy pocos sabían lo que realmente había sucedido allí.
Toda la familia Cullen al completo y algunos miembros de la tribu Quileute habían asistido al velatorio después del funeral de Eva. Esta había sido incinerada y sus cenizas lanzadas al claro donde se la había encontrado muerta tras haber sufrido el ataque de un animal del bosque pero que fue encontrado muerto a varios metros de aquel lugar, o eso es lo que habían dicho los implicados que estuvieron el día de su muerte.
Todos se sentían compungidos por la pérdida de Eva pues esta había significado mucho para algunos de los presentes.
Su hermana Jessica había vuelto de Seattle con su novio y lo habían preparado todo en tan solo dos días. Muy pocos familiares más estaban allí, ni siquiera sus padres ya que estos vivían en España y no habrían estado allí a tiempo, además, estos eran muy mayores y su padre estaba gravemente enfermo así que ese también fue el motivo de su falta. En la casa donde vivían las dos hermanas estaban abarrotada de gente; había una chica que había asistido para darle un último adiós a pesar de su escasa relación, al parecer estas habían opositado a policía y solo se habían hablado en el último examen al que ella pudo ir. El padre de Bella, el jefe de policía Swan también estaba allí, acompañando a su hija al velatorio de su amiga.
Seth y Edward estaban apartados de los demás, pero ninguno de los dos decía nada. Tampoco había nada que decir, aunque les hubiese gustado decirle a Eva lo que realmente sentían, solo podían rendirla homenaje guardando silencio.
Ambos se miraron a los ojos y esbozaron al mismo tiempo una leve sonrisa al recordarla.

Dos sonrisas únicas que se habían juntado formando la imagen que a Eva le apareció en la cabeza justo antes de sucumbir a los deseos de la parca.

FIN

martes, 23 de agosto de 2011

Capítulo 10: Trato

-Tienen que estar al caer, no debe quedar mucho –contestó Edward a mi impaciente pregunta sobre la llegada de los Volturis. Nos encontrábamos en medio del bosque de la reserva, justo en el claro donde me encontraron inconsciente hacía ya unas semanas. No hacía mucho que la luz naranja del sol del atardecer nos había dejado en penumbras, pero debía de ser yo la única que lo estuviese pasando mal por el hecho de no ver nada porque los demás no hacían más que moverse de un lado para otro, pasando muy juntos y sin llegar a rozarse. Yo me encontraba al lado de Edward que no se separaba de mí en ningún momento, si yo me movía él me seguía, si me agachaba para atarme los cordones de los zapatos el adoptaba la misma forma. Era algo incómodo.
-Ya llegan –dijo Alice minutos después.
El ambiente se cargó de un ánimo tenso y todos permanecieron quietos, dudaba si allí había alguien más aparte de mí. Miré para todos los lados intentando ver a mis compañeros, pero no pude verles con claridad, solo veía las sombras inmóviles de los dos vampiros que me flanqueaban y a los gigantescos lobos que formaban la manada de Jacob algo más atrás. Podía escuchar sus respiraciones suaves, aunque tensas, y vislumbraba el vaho caliente entre la oscuridad en aquella noche fría.
-Que agradable que nos estuvieseis esperando -dijo alguien desconocido-. Pensaba que tendríamos que ir a buscaros.
Su voz sonaba fría y débil, pero se iba notando cada vez más cercana a nuestra posición.
Vi aparecer unas nuevas siluetas -conté siete- que se acercaban sigilosa y lentamente hacia nosotros. Iban muy bien alineados y caminaban todos de forma acompasada, menos los dos que se encontraban en los extremos -supuse que serían los dos nuevos vampiros que habían creado, Enzo, el antiguo amigo de Ben, una persona a la que yo ya había conocido, y Thomas-, pero todos los demás parecían deslizarse sin hacer ningún ruido sobre las hojas que había por el suelo, no se oía absolutamente nada.
-Edward –volvió a decir la voz de un principio, a quien yo ya había reconocido como Aro- ¿no te parece que hay mucho silencio en tú cabeza?, ¿no te preguntas a qué es debido, o ya te has acostumbrado?
No sabía a lo que se estaba refiriendo, pero pude intuir que se trataba de su poder para leer las mentes.
-¿Quién es tú escudo, Aro? –contestó el vampiro que tenía a mi lado, Edward- ¿Renata?
-¡¿Cómo has podido adivinarlo?! –percibí euforia en la contestación de Aro. Se rió sarcásticamente y siguió:- Es maravilloso que los vampiros podamos desarrollar aún más nuestros poderes, ¿no lo crees? Ella se ha convertido en mi nuevo escudo mental, con mucho esfuerzo y tiempo libre para practicar.
Pude escuchar algunas risas desganadas detrás de él, intentando seguirle la gracia que acababa de hacer, pero pronto cesaron y nos vimos sumidos en un silencio asfixiante que pronto rompió el líder de los Volturis.
-¿Es necesario que hagamos presentaciones?, porque creo que Alice os habrá dicho quiénes y qué hacen nuestros dos nuevos amigos –dijo mientras señalaba a las dos personas que estaban a los extremos de su formación perfecta, -tal y como yo había deducido-.
-No, ya os conocemos a todos –dijo Edward secamente a los otros-. Ahora decidnos para que habéis venido y después os marchareis.
-Yo también me alegro de verte, Edward. -dijo Aro con un tono de sarcasmo monocorde-. Y ya sabéis a lo que venimos, una primera impresión de la chica y una posterior transformación que, espero la hayáis informado de todo y después nos marcharemos...con ella.
-Pues déjame que te aclare, Aro, que no irá con vosotros, -dijo Edward saliendo en mi defensa-. Y menos siendo uno de nosotros.
Pero, después de decir eso volvió el silencio, monótono, cargado y frío, más frío incluso que antes. Los alientos calientes de los lobos se oían a nuestras espaldas junto con algunos gruñidos, mi corazón era el que podía sonar con más fiereza –o por lo menos era lo que sentía- en mi pecho.
Mi vista se fue adaptando a la penumbra del claro, pero, pude darme cuenta de que esa noche no había luna, y si la había, allí no se encontraba. Entre tinieblas pude ver los cuerpos mejor formados de los vampiros que teníamos enfrente, sus ojos oscuros relucían y algunas bocas enseñaban dientes blancos perfectos que iluminaban sus rostros increíblemente pálidos, incluso para estar en una noche tan oscura.
Giré la cabeza hacia mi izquierda, allí se encontraba Edward, su figura alta y esbelta protegiéndome de algún posible ataque del aquelarre Volturi. Volví la cabeza hacia el otro lado en el que se encontraba Alice, pequeña y fiera a la vez, con una posición tensa.
-Eso a tenido mucha gracia, Edward –dijo Aro con el mismo tono eufórico-, mucha gracia, y sabes por qué, porque no es verdad y ni tú te lo crees, por tanto, -dijo mientras levantaba su mano derecha- Jane, querida.
Nada más terminar de pronunciar aquella última palabra, Edward se tiró al suelo retorciéndose y gimiendo, saliendo de su boca gritos ahogados y tensos, llenos de angustia y dolor. No me lo pensé dos veces, ni siquiera una, me tiré al suelo con él y me coloqué delante, dándoles la espalda a los otros vampiros. Entonces sentí como un dolor penetrante y agudo me atravesaba la espalda como un puñal ardiendo y se fundía lenta y dolorosamente en mi cuerpo. Ahora Edward estaba totalmente quieto, paralizado, y yo me agitaba con violencia en el suelo. Ya no podía ver nada, el dolor me había cegado, pero ese dolor ya me resultaba vagamente familiar; ya lo había sentido con anterioridad, en aquel mismo lugar hacía ya un tiempo. La misma persona me lo había infligido. De un momento a otro, paró. Había perdido la noción del tiempo. ¿Cuánto tiempo habría pasado retorciéndome?, ¿cuánto tiempo había estado sufriendo? Aquello ahora no importaba, lo que realmente me satisfizo fue que, al girar momentáneamente la cabeza hacia la dirección en la que se debía de encontrar Jane vi, entre las sombras, como el desconcierto y la exasperación cubrían su rostro pálido. Miré a Aro y en su cara había la misma expresión que en la de Jane, pero este seguía encontrándose extrañamente eufórico, ni siquiera había bajado la mano para detener la señal. Eso significaba que Jane todavía estaba ejerciendo sobre mi toda aquella cantidad de energía cruenta y yo no sentía absolutamente nada.
Poco a poco me fui levantando del suelo, volvía a sentirlo todo de nuevo. Me incorporé y escuché algunas expresiones de asombro entre los vampiros. Miré hacia la izquierda y pude ver a Edward de pie junto a mi, mirándome con asombro y ternura.
Respiré hondo y volví la cabeza hacia Aro que ya había bajado la mano y observé una pequeña mueca de agrado en su rostro; Jane seguía con los ojos clavados en mi, con un odio en la mirada imperante, aunque ya había cejado en su intento de hacerme daño.
-No te preocupes, Jane –dijo Aro con jocosidad- no ha sido tu culpa. Por favor, Eva, -era la primera vez que le oía decir mi nombre y aquello me asustó-, podrías venir y prestarme…tu mano, si a Edward no le incomoda.
Le miré y vi como me asentía sutilmente, luego me cogió la mano y los dos anduvimos hacia el centro del pequeño claro.
-“Bloquea tu mente para que no pueda ver tus pensamientos”, -me susurró mientras caminábamos-, “de la misma forma que me haces a mí”.
De acuerdo”, pensé, y después me concentré en el fuego que recorría mi cuerpo normalmente y que formaba un muro en mi cerebro, para que así lo hiciese, ahora mi cabeza era una fortaleza impenetrable.
Aro se acercó los metros suficientes hacia nosotros y me tendió su mano derecha, yo se la cogí con recelo, y, nada más tocar su gélida y suave piel, me arrastró hacia su pecho con un leve tirón. Me sentí muy incómoda, tocaba mi mano intentado sacar algo de ella, entonces me acordé de un comentario que hizo Edward sobre él. Este podía leer las mente de las personas a través del contacto con la piel, pero no solo lo que estaban pensando en ese instante, sino también, lo de días, meses o años atrás.
Hice todo lo que pude para que el fuego siguiese en mi cabeza y bloquease mi mente, pero notaba como si alguien tuviese un enorme martillo y estuviese golpeando el muro formado. Aquello era molesto porque nadie lo había intentado jamás, aparte de Edward, pero él no lo hacía con tanta agresividad.
Miré a los ojos a Aro y pude ver el color rojo intenso de su iris, parecía irritado, lleno de ira porque su poder estaba fallando. Mi mano sentía mucha presión debido a que Aro la estaba apretando muy fuerte, pero lo estaba resistiendo aunque sabía que si él no soltaba, los huesos de mi mano quedarían rotos.
-Yo creo que ya está bien- oí decir a Edward en voz alta.
En ese momento, el muro dejó de dar tumbos, ya nadie estaba martilleándome, y la mano estaba libre de presión, pero Aro ahora me estaba agarrando por la cintura y me tenía contra su cuerpo.
-Es muy bella, Edward- dijo Aro con suavidad, aunque podía apreciarse algo de rencor.- ¿Dónde las encuentras?, primero Bella, ahora Eva... Claro que tú no eres ningún tonto ¿verdad?, las buscas interesantes.
Ahora que mi vista se iba adaptando cada vez más a la oscuridad, pude ver a Edward acercarse un poco más hacia donde Aro y yo nos encontrábamos.
-Pues, déjame que te diga, Edward, que no me parece bien -soltó de pronto en un tono de voz gélido y cortante.- Vienes de vampiro leal, agradable. Pero no puedes cambiar lo que eres, Edward.
Hubo un silencio incómodo en el que yo, sutilmente, intenté zafarme de sus opresoras manos, pero él parecía no sentirlo porque ni siquiera se movió por mis leves impulsos.
-Thomas -dijo Aro seco.- Acércate.
El chico que se encontraba a la izquierda de Aro se acercó rápidamente hasta estar frente a mí. No me gustaba el olor que desprendía, era una mezcla extraña, entre humo y sangre putrefacta. Los dientes le brillaban, de su boca salía un hedor repulsivo. Este se acercaba cada vez más a mí. Tocaba su nariz con mi pelo y aspiraba fuertemente. En su pecho se oían rugidos cada vez más fieros. Me cogió de la cintura con las dos manos y se fue acercando lentamente para, finalmente bajar la cabeza del pelo al cuello, pero antes de que pudiese él tocar mi piel, este salió despedido hacia un atrás. Vi que había sido Edward el causante de aquel movimiento, se había abalanzado sobre él y lo había lanzado varios metros hacia un lado para alejarlo de mi.
-¡No la vuelvas a tocar! -dijo Edward mientras él me agarraba y colocaba de nuevo al lado de Alice.
Thomas se levantó súbitamente y con una mirada amenazadora, se colocó acechante y se dispuso a atacarle, pero Aro le lanzó una mirada mucho más fría y soberbia que la de él y volvió a su lado sumiso.
-No te preocupes, Thomas. -dijo Aro intentando consolarlo-. Cuando venga con nosotros será para ti.
Yo me quedé atónita. ¿Cuando fuese con ellos?, era increíble, parecía aquello un mercado y yo una pieza que se vendía y compraba. Tuve que salir en mi defensa.
-¿Ir? ¿Yo? ¿Dónde? Yo no voy a ninguna parte.
-Tú irás donde se te ordene -saltó una voz femenina más atrás, a la izquierda de Aro.- ¿Cómo se te ocurre contestarle?
-Renata, tranquila- dijo Aro dulcemente.- Creo que ella no lo decía enserio ¿verdad?
-No. -dije rotundamente-. No voy a marcharme de aquí, ni siendo humana ni siendo vampiro. Tengo pensado convertirme, pero me quedaré donde estoy.
-Ya la has oído, Aro.- soltó Edward con un tono triunfante.- Ya podéis marcharos, ella se queda.
-Según una de las leyes que tenemos los vampiros -dijo la voz de un chico que también estaba a la izquierda de Aro-. Si un vampiro convierte a un humano, el primer período de neófito lo debe pasar con su creador, hasta que este se encuentre en condiciones óptimas para su andanza en solitario o para crear un nuevo aquelarre.
Tras decir aquello último noté como Edward se acercaba un poco más y Alice se iba colocando lentamente detrás de mi, escuché como las pisadas de los lobos iban aproximándose despacio. Alice colocó su cabeza cerca de mi hombro hasta que noté su aliento frío y seco en mi nuca, pensé que sería ella quien lo haría y solo se me pasaba una cosa por la cabeza: “Hazlo, hazlo ya. Antes de que sea demasiado tarde”. Él podía escucharme y era lo que quería, pero no movía ni un solo músculo, tan solo estaba allí. Notaba los fríos labios de la vampira tocándome la piel del cuello y sus ojos clavados en Aro.
-Amigo mío. -dijo de pronto Aro en un tono más jovial-. Que la muerda ella, que sea uno de nosotros. O mejor, muérdela tú, pero ¿serás capaz de hacerlo? Ya no solo me refiero al autocontrol, de eso estoy totalmente seguro de que podrás lograrlo. Me refiero...-se paró unos instantes mientras cogía un aire que no necesitaba-, al dolor.
Súbitamente, la inútil respiración de Edward se disipó en el claro y solo quedó un silencio sepulcral que dañaba los tímpanos. Y, ahora mi mente se vio invadida por una única frase que se repetía de forma incesante y que solo Edward podía escuchar: “No le hagas caso”
-Sí, querido. -continuó, la voz de Aro se había vuelto más fría si podía-. Tú has sido mordido, tú sabes el dolor que se siente, y tú, supongo que la amas, ¿no? Podrás soportar ver cómo sufre la chica a la que quieres. Lo oirás en tú cabeza...
El calor empezó a trepar por la espalda. Seguía pensando en que Edward no le hiciera caso pero en breve el muro se construiría en mi cabeza y la fuerza me recorrería por completo.
-Retumbar dentro de ti...
Esta se apoderó de mis músculos y mis extremidades, sintiéndolos yo más poderosos.
-Martillear en tus oídos...
No era capaz de concebir que me estaba sucediendo con exactitud pues, como siempre, el fuego estaba otra vez en mi cuerpo pero no era como el de siempre, ahora parecía alimentarse de rabia contenida y sabía que atacaría en breve si Aro no callaba. Él sería el primero en caer, y después todos los demás.
-Gritos de dolor...
Fin.
Y aquello fue el detonante para que las brasas estuviesen por completo en mi cuerpo. Pensé: “No me frenes, lo siento”, pero no confiaba en que Edward lo escuchase, pues ya habría hecho el muro en mi cabeza para tapar mis pensamientos.
Respiré profundamente, intenté contar, pero seguía escuchando la voz de Aro diciendo cosas como: “No serás capaz..., ella no vale tú dolor..., morirá antes de transformarse...” Estaba más que harta y preparada para abalanzarme sobre él, pero entonces escuché como la voz de Alice susurraba a mi espalda, pegada a mi oído.
-No lo hagas, por favor. Tranquilízate.
Lo había visto. Fuera lo que fuera lo que iba a hacer, ella ya lo había visto y, a juzgar por el deje de su voz, tenía bastante miedo.
Volví a respirar, pero no funcionaba. Iba a saltar.
-Lo siento.- dije volviendo la cabeza hacia atrás dirigiéndome a Alice.
Vi como Edward también miraba de soslayo, pero este seguía pendiente del interminable, aburrido y desgraciado monólogo de Aro.
-Morirá gente.- dijo Alice cortante.
¿Quién?... esa era la gran duda.
Me lo pensé dos veces y controlé mi instinto, pero era muy complicado porque Aro seguía con su extenso discurso y aquello ponía las cosas difíciles.
-En definitiva...-dijo Aro pareciendo que iba a terminar-...Edward, no sirves para nada.
La gota que colmó el vaso. Allí iba a morir gente, lo sabía, pero ya estaba cansada. Arremetió contra él sin ningún motivo y lo iba a pagar muy caro.
Dejé que el calor llenase mi cuerpo y en cuestión de segundos ya estaba que echaba humo. Me preparé para saltar por encima de Edward y Alice me agarró del brazo intentando controlarme, pero me desasí de ella y aparté a Edward de mi camino.
Fui corriendo hasta donde estaba Aro con la intención de placarle, pero otra persona se encontraba en su posición. Un hombre extremadamente grande, como un armario empotrado estaba allí plantado, con una sonrisa de satisfacción. No lo pensé, me dirigí hacia él y en el momento justo salté encima suya. Ni yo misma me lo creía, debía de medir por lo menos dos metros y medio, y, aún así, conseguí tumbarlo. Me encontraba encima de él, con las manos agarrándole el cuello para intentar estrangularle, pero caí en la cuenta de que se trataba de un vampiro y no de un humano, así que eso no serviría de mucho. Mis manos se cerraron y se convirtieron en puños que ardían con ferocidad. Comencé a golpearle la cara, pero esta estaba muy dura, aunque mis manos no sentían ningún tipo de dolor, sabía que a él tampoco le estaba causando muchos daños. Paré, y le olvidé allí en el suelo para dirigirme otra vez hacia mi objetivo, Aro.
Corrí otra vez, pero algo me hizo detenerme. Un intenso dolor estaba perforando mi cabeza. Entonces supe que era Jane la que lo hacía porque ya lo había sentido con anterioridad. Luché con todas mis fuerzas, pero aquello era demasiado. Ella debía de sentir un profundo odio hacia mí porque lo estaba volcando todo ahora. Mientras estaba en el suelo tirada, intentando avanzar y oponerme a aquella fuerza, me dio tiempo a pensar dónde se encontraban todos los demás, todos los de mi bando: Edward, Alice, los lobos...¿Dónde?
Giré poco a poco la cabeza, como pude, y vi que Alice estaba tirada en el suelo y Edward se encontraba atrapado por el vampiro que yo antes había derribado. Un vampiro se encontraba frente a Alice, dando la espalda hacia mi posición, pero supuse quién era. Alec, sin duda, el vampiro que adormilaba los sentidos de los demás estaba controlando la situación.
Pero, ¿dónde estaban los otros Volturis?
Aquellos que faltaban: Renata, Enzo y Thomas no estaban allí.
Me ladeé hacia un lado a pesar de seguir con aquel repentino dolor y vi a la manada de lobos retenida por los Volturis restantes para que aquellos no se acercaran.
Volví la cabeza y recuperé el contacto visual con Aro, que ahora se encontraba más cercano a mí.
-Tú ingenuidad me conmueve -soltó de pronto con esa gélida y sombría voz-. Pero, a la vez, me sorprende -decía mientras andaba hacia mí con un contoneo ligero-. Me sorprende porque, te has querido abalanzar sobre mí para, seguramente, matarme. Y has sido tan osada que, incluso cuando Félix se ha puesto delante de tú objetivo, lo has derribado y lo has agredido sin ninguna compasión para después dejarlo tirado y seguir con tu plan. Me sorprende.
Aro estaba frente a mí, ahora se había detenido y agachado para estar los dos cara a cara.
-Serás de gran ayuda -dijo arrimando su rostro al mío-. Tienes un gran potencial y no será desperdiciado.
Mantuve la mirada, escrutaba sus fríos ojos rojos. Me sumergí en ellos, pero solo encontré un oscuro fondo profundo. Jane seguía con los suyos clavado en mí, volcando aún más odio si cabía sobre mí, y yo, inmóvil en el suelo, seguía debatiéndome, luchando por salir del perímetro de su mirada.
De fondo se escuchaban los aullidos de los lobos de la manada de Jacob, no sabía lo que ocurría tras de mí, pero debía de ser algo horrible a juzgar por los quejidos de estos.
Saqué fuerzas de donde pude y levanté la cabeza del suelo para enderezarmen y ponerme en pie. Una vez arriba, sentí cómo Jane agudizaba más la vista y el dolor aumentaba por momentos, pero yo me resignaba a volver al suelo.
-Déjelos...en...paz-dije entrecortadamente.
-Félix, por favor, podrías acercar a Edward-. Dijo Aro mientras se levantaba también.
No podía moverme, así que esperé a que aquel vampiro enorme trajese a Edward. Segundos después, Edward ya estaba a mi lado, pero era flanqueado por Félix.
-Félix, ayuda a los otros a mantener a raya a los perros- dijo Aro mirando ahora a Edward.
Félix se marchó rápidamente, cuando quise darme cuenta ya se oía su voz en la lejanía.
-Edward, vamos a negociar -dijo Aro levantando algo más la voz porque los aullidos y gañidos de los lobos había aumentado.
-No hay nada que negociar Aro -contestó Edward con algo de dificultad.
-No lo has entendido, parece ser- Aro se acercó mucho más a mi hasta quedar mi rostro y el suyo casi pegados, entonces, subió su fría y dura mano por mi cabeza y sus dedos se engancharon fuertemente en mi pelo, tiró levemente hacia atrás para que yo echase también la cabeza-. Ella no sufrirá las consecuencias, pero, a lo mejor, algún amigo o familiar tuyo sí.
Edward estaba muy tenso, su mandíbula estaba apretada y le daba un aspecto mucho más duro a su rostro.
-¿Y bien? -insistió Aro.
Yo estaba irritada, mientras una me taladraba con aquella mirada infernal, otro me tiraba del pelo arrastrando mi cabeza hacia atrás. En aquel momento deseé volver a sentir el calor para zafarme de aquellas agresiones por parte de los Volturis.
-No hay nada que negociar -.Contestó Edward fríamente.
-Muy bien, -respondió Aro impávido-. Hasta ahora, no hemos querido hacer daño a nadie, pero ya que insistes. ¡Matad a un lobo, me es indiferente! -gritó Aro sin apartar la vista de los ojos de Edward.
Entonces se oyó un gran aullido de dolor que sobresalió por encima de los otros. Después, hubo un silencio sepulcral.
No pude evitar sentirme culpable. ¿Habrían matado en realidad a algún lobo?, si era así, ¿a cuál?
Unas lágrimas empezaron a caer de mis ojos y descendieron por mis mejillas. Pensé en como le afectaría aquello a los demás, pero en el fondo no quería admitir que hubiese muerto nadie.
Ya me lo había avisado Alice, si me lanzaba, alguien moriría. Por qué no la hice caso.
De pronto, noté que algo frío tocaba mi rostro y recogía las lágrimas que iba soltando.
Ladeé la cabeza un poco y vi que Aro había sacado su dura lengua y la paseaba por mi cara secándola.
Aquello me hizo estremecer, y entonces el calor volvió a subir con mucha más fuerza que nunca. El dolor que implantaba Jane en mí se había ido, y ya no notaba la fuerza que ejercía Aro sobre mi cabeza.
Me revolví como pude y noté como Aro soltaba su mano de mi cabeza. Yo estaba libre y ahora él pagaría por lo ocurrido.
El fuego que se escondía en mi pecho, repentinamente se expandió por el cuerpo y notaba que era una bola caliente de fuerza y poder renovados. Levanté el brazo y agarré a Aro por el cuello y le tumbé en el suelo. Él se resistía, pero yo me encontraba con mucha más energía que él. Enseñaba los dientes con voracidad desde el suelo mientras soltaba ruidos feroces por su garganta, me golpeaba los costados con aquellos puños marmóreos, pero apenas sentía dolor. Apreté mi mano mucho más fuerte y el duro y frío cuello del vampiro se estremecía bajo mis dedos. Además de sus gañidos podía oír de fondo como los que se encontraban detrás de mí gritaban y gemían. Alcé la vista y miré hacia atrás para ver que sucedía y vi cómo los vampiros y los lobos se habían enzarzado en una gran batalla en la oscuridad de la noche. Todos estaban luchando entre sí menos Edward que seguía allí quieto, donde había estado antes de mi acción, mirándome con ojos profundos. Su mirada fue la que me hizo soltarle el cuello de Aro, pero seguía sujetándole las manos. Arrimé la cara a la suya y le susurré:
-Di a tus vampiros que dejen de luchar.
-Tienes agallas para enfrentarte al vampiro con más poder de la Tierra -dijo haciendo caso omiso a mi petición-. Cuando vengas con nosotros te mantendremos encerrada y amordazada y te sacaremos en ocasiones especiales.
Agarré sus manos con una sola y la otra la dirigí de nuevo al cuello. Esta vez le cogí del mentón con la palma de la mano y empujé duramente contra el suelo su cabeza y le volví a repetir, ahora algo más fuerte:
-¡Di a tus vampiros que dejen de luchar!
Le solté la cabeza y el abrió la boca de nuevo, esta vez para decir lo que yo le había mandado.
Súbitamente, los gritos y aullidos dejaron de sonar. En su lugar, volvió a haber un silencio tenso.
-Voy a soltarte -le dije despacio-. Voy a confiar en ti, pero como hagas un solo movimiento en falso me lanzaré sobre ti de nuevo y esta vez pagarás la vida que te has cobrado antes.
Así hice, le solté las manos y me incorporé sin dejar de mirarle. Me coloqué al lado de Edward mientras Aro se ponía de nuevo en pie de frente a él.
-Vigílala -.dijo Aro refiriéndose a mí-. Ella sola siendo vampiro dará más problemas que ningún otro aquelarre. Eres la primera en enfrentarte a mí de esa manera -.siguió dirigiéndose ahora a mí.
-Te ha bastado para saber que no se marchará -dijo de pronto Edward.
-Sí...aunque es muy tentadora la idea de llevárnosla. Pero, haremos una cosa -dijo Aro mientras miraba por encima del hombro de Edward para buscar con la mirada a alguien-. Nos marcharemos de aquí cuando la hayas convertido. Trato.
Edward me miró, pero antes de que él pudiese hablar contesté a Aro:
-Trato.
Y le estreché la mano con firmeza.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Capítulo 9: Frío y Calor

La siguiente semana fue la peor de toda mi vida, la pasé tumbada en la cama tan solo levantándome para ir al baño, y muchas de esas veces eran para vomitar.
Estuve alojada en casa de Bella mientras que los lobos de la manada de Sam junto con Jacob y Seth arreglaban el butrón que había en la pared de mi casa, pero lo debieron de pasar realmente mal puesto que todos los días de esa semana hubo lluvias incesantes acompañadas de estrepitosos truenos y llamativos relámpagos, además, no solo se encargaban de reconstruir mi casa, también tenían que vigilar el bosque y los alrededores, tenían que cumplir sus obligaciones de lobo.
Mientras los licántropos estaban fuera, yo me encontraba dentro de la casa de Bella bajo la estricta vigilancia de Seth-que se ofreció a quedarse conmigo algunos días-, Bella y Edward. Pude unir más lazos con cada uno de ellos, ya me consideraban una más a pesar del escaso tiempo que llevábamos juntos.
Las conversaciones que mantuve con Seth eran todas muy divertidas, siempre estaba de buen humor y conseguía sacarme una sonrisa todos los días que estaba conmigo, hacía lo imposible para que yo no me centrase en el increíble dolor que se estaba produciendo en mi interior. Pero a pesar de sus palabras llenas de entusiasmo y su tez aparentemente tranquila, sabía que él también estaba librando una batalla en su interior y sabía que en aquel momento estaba perdiendo, pero no me contó nada acerca de él y sus problemas, siempre hablaba de cosas buenas.
-Ser lobo no está nada mal –dijo la mañana siguiente después de quedarme a dormir la primera noche-. No tienes que preocuparte, y el dolor es pasajero, todos lo hemos pasado.
-Espero que valga la pena –dije con la voz apagada-. He pasado una noche horrible, no pude pegar ojo.
-¿Qué es lo que has hecho?, ¿retaste a Edward para ver quién aguantaba más sin dormir? –dijo entre risas.
-Eso hubiese estado interesante, pero seguro que si hubiese sido eso, ahora mismo, tendría mejor color de cara.
-Entonces, ¿por qué te has levantado con tan mal color de cara? –dijo con tono de preocupación.
-Dormí una o dos horas, pero luego me despertó una gran presión en el pecho, como si una enorme roca me aplastase contra el colchón, y a partir de ahí todo fueron vómitos.
-No hace falta que me cuentes más, de acuerdo- dijo con sarcasmo- Mi misión contigo va a ser la de hacerte olvidar tus insoportables noches. Mientras que la misión de Bella es cuidarte y la de Edward es darte cariñitos, la mía será esa, ¿te parece bien?
-Me parece perfecta –dije entre risas débiles que me raspaban la garganta-. Ahora cuéntame, ¿qué ventajas tiene ser un hombre lobo?
-Para empezar, no somos hombres lobo, sino metamorfos –aclaró él mientras intentaba imitar a un profesor de Lengua.
-Vale, podría deducir que…-paré un momento para coger aire, notaba que me ahogaba, pero fue solo un momento- sois cambiantes de forma, en vuestro caso lobos.
-Exacto, pero las explicaciones las da el menda, entendido –dijo con sarcasmo.
Junté las palmas de las manos y mientras bajaba y subía varias veces la cabeza en señal de disculpa.
-Como has dicho, somos cambiantes de forma, nos transformamos en gigantescos lobos protectores. Podemos entrar en fase, que es como llamamos a la conversión, cuando queramos, en el momento que queramos. Te contaré las ventajas de ser como nosotros: fuerza y velocidad increíbles, todos los sentidos desarrollados, vista nocturna, he de decirte que no vemos en blanco y negro como los lobos de verdad, seguimos percibiendo los colores, oído sensible, olfato refinado, gusto…creo que el gusto es el mismo, en fin, resistencia física más desarrollada y no envejecemos si no queremos, es decir, podemos ser o no ser lobos, en el momento en que dejemos de lado nuestra parte animal, volveremos a envejecer.
-Vaya, también tiene inconvenientes, ¿no? –pregunté casi en un susurro, me dolía la garganta después de toda una noche vomitando.
-Yo todavía no he encontrado ninguna –dijo despreocupado-. A lo mejor dentro de algún tiempo empiezo a planteármelo, pero de momento, ser lo que soy me hace muy feliz.
-Se nota…-me entró la tos y tuve que interrumpirme.
Tosía fuertemente y me estaba quedando casi sin respiración. Notaba un sabor férrico en la boca, Seth se levantó de la cama y fue a por algo de papel. Llegó con un pañuelo y me lo tendió para que me limpiase.
Como supuse, estaba sangrando.  
-Perfecto –dije una vez acabé- Seth, ¿esto es normal?
-A mí no me pasó, no sé si a los otros… –paró un momento, su cara se volvió triste y se quedó mirando al suelo, luego, volvió en sí y siguió hablando-. Pero tú no te preocupes porque, a lo mejor, no te transformas en lobo.
-¿A no? –dije sin comprender qué quería decirme.
-Nosotros nos trasformamos en lobos, pero tú podrías ser otra cosa, un gato, un ciervo o, incluso, un águila.
-Me saldrán alas y pondré huevos, que divertido –dije bromeando.
Intentaba sacarle una sonrisa de aquella boca y lo conseguí, me preocupaba su estado de ánimo, parecía ausente.
-Seth, me he dado cuenta de que tu cuerpo ha cambiado –dije dejando el otro tema de conversación atrás.
-Te has fijado, muchas gracias –dijo mientras ponía sus brazos a noventa grados entre su cabeza y hacía fuerza para mostrarme sus nuevos bíceps- Me estoy desarrollando, me ha dicho Jake que en pocos días seré casi tan alto como él y más grande que Paul.
-Vaya, Sr. Musculitos, -dije con una sonrisa- me gusta verte feliz.
Nos quedamos hablando de todos los temas que se nos ocurrían, y yo me sentía mucho mejor cuando no pensaba en el desagradable dolor que, de vez en cuando irrumpía en mi cuerpo como un torbellino.
Cuando llegó la noche Edward vino para sustituirle.
-Hasta mañana Eva, espero que lo pases mejor esta noche –dijo despidiéndose.
-Gracias Seth, adiós.
-Vaya, os estáis haciendo muy amigos –dijo Edward una vez se cerró la puerta de la calle.
-Sí, realmente es un chico muy simpático, pero me preocupa, estaba distante hoy.
-No le ocurre nada, tranquila –dijo sentándose en la cama- ¿Qué tal te encuentras hoy?
-No muy bien, pero no quiero hablar de ello. ¿Qué has hecho tú?
-Pasé por tu casa para ver que tal iba la obra, no la acabarán hasta dentro de dos semanas si sigue lloviendo. También fui a cazar con Alice y Carlisle, no te voy a explicar ahora que es eso –dijo contestando por adelantado mi pregunta-. No lo haré por la sencilla razón de que tú no te encuentras bien y no quiero que empeores si te cuento los horribles detalles de nuestras cacerías familiares.
-De acuerdo, ¿Alice ha visto algo nuevo en sus visiones? –dije cambiando de tema rápidamente.
-Sí –se quedó callado y contempló la pared varios minutos hasta que por fin volvió a abrir la boca-. Ha visto al amigo de Ben.
-¿Está vivo? –era la única pregunta que podía hacerle.
No me contestó, volvió a quedarse inmóvil y en silencio. Yo estaba expectante, necesitaba saber si aquel chico estaba bien o no, si lo estaba no podría decírselo a nadie al igual que si no lo estaba, era muy complicado.
-Está con ellos –dijo con un tono de voz apesadumbrado.
-Es un… -algo en mi me impedía decir la siguiente palabra, obvia en aquel caso.
Asintió con la cabeza muy suavemente. Sabía de lo que hablaba, lo sabía muy bien.
No podía creerlo, alguien a quien conocía, a quien conocía mi hermana y su novio, no le volverían a ver jamás porque este se había convertido en un vampiro, o sí que lo verían pero de una manera atroz, con una sed de sangre casi insaciable. Estaban en grave peligro y tenía que hacer algo.
-Están bien –dijo Edward con la misma voz de pesadumbre.
-¡¿Cómo lo sabes?! –dije con un tono de voz mucho más alto de lo que quería.
-Los Volturis ya no están en Seattle… –dijo el vampiro reduciendo el tono de voz a medida que hablaba- vienen hacia aquí.
Me sentí aliviada tan solo unos segundos al saber que no estaban cerca de Jess y de Ben, pero esa tranquilidad se esfumó en cuanto Edward dijo que se acercaban aquí. Mi corazón se aceleró todo lo que pudo y otra vez el fuego inundó mi cuerpo y mi sangre se volvió a convertir en lava que sentía correr por mis venas, pero, aquella vez no me quedé sin sentidos, al contrario, se habían agudizado. Lo veía, olía y oía todo, con una claridad mayor a la de antes, y aquello me mareaba.
-¿Eva? Eva, cariño te encuentras bien –oí decir a Edward en un tono de voz dulce y preocupado.
Pero, además de su voz, pude oír como se acercaba un coche a la casa, los neumáticos pisando la tierra mojada del camino, la lluvia rebotando en la carrocería, oía, incluso, respirar a la persona que se encontraba dentro del coche y su corazón latir acompasadamente. Era todo tan extraño, tan sobrenatural.
-Bella, ¡por favor! –dijo Edward en voz alta- Ven, necesito tú ayuda.
Era Bella la que había escuchado llegar en el coche.
Noté como se cerraba la puerta de su camioneta vieja y como unos pies corrían por el barro hasta llegar a la casa. Bella cerró la puerta de esta al entrar y en segundos estaba a mi lado. Nunca me había dado cuenta de que ella olía de un modo extraño, tenía dos olores que no combinaban del todo bien pero que tenían cierto encanto, olía a fresa y a perro mojado. Entonces caí en la cuenta de que ella podía cambiar su forma por la de un enorme lobo y, afuera estaba lloviendo, lógica pura.
-¿Qué la ocurre? –dijo con la voz ahogada.
-Sus sentidos, -contestó Edward con suma claridad- son muy agudos. Ha escuchado el latido de tu corazón cuando estabas en el coche.
-¡Viene alguien más! –dije convencida, aunque no supe por qué.
Ambos se quedaron callados, como si estuviesen esperando algo, los dos con la mirada perdida, hasta que Edward rompió el silencio:
-Es Alice, te ha visto.
¿Cómo podía saber yo quien venía?
Era todo muy desconcertante. El fuego seguía dentro y mi corazón bombeaba sangre cada vez más y más deprisa, este saldría de mi pecho si no se controlaba pronto.
Mientras todo aquello sucedía en mi interior, Bella tenía agarrada mi muñeca izquierda con dos dedos, estaba controlándome el pulso, y Edward decía el recorrido que estaba llevando Alice para llegar a la casa. Entonces empecé a escuchar pisadas suaves y rápidas por la hierba y la tierra mojadas, como el viento pasaba a ambos lados de un cuerpo duro y menudo que se desplazaba con gracilidad, escuchaba el pelo fino y alocado de la vampira que iba siendo calado por las frías gotas de agua que se filtraban por las copas de los árboles.
Alice atravesó la puerta de la habitación, empapada, en cuestión de segundos y, como Bella había hecho antes, corrió hacia mí y se sentó en el suelo a mi lado.
-¡Edward Cullen! –gritó mirando a su hermano con el ceño fruncido-. ¿Cómo se te ocurre decirle ahora lo de los Volturis? Tú tranquila, hablaremos con ellos y no pasará absolutamente nada de lo que tengas que preocuparte –dijo más pausadamente dirigiéndose a mi.
-Tenía que contárselo, ella necesita saberlo todo –contestó el vampiro sin levantar la voz.
-Pero no ahora, sabiendo como se encuentra. ¿Por qué se alteró tanto la última vez? –le recordó Alice- Por una noticia a destiempo.
-Tienes razón, pero, ¿cuándo iba a contárselo? –preguntó Edward con el mismo tono de voz.
Alice no contestó, ella empezó a acariciarme la cabeza con aquellas manos gélidas y duras como la piedra pero eran sumamente suaves y agradables al tacto.
Respiré hondo y un nuevo aroma estaba en la habitación, justo donde se encontraba la diminuta vampira. Era dulce, muy dulce, casi quemaba la nariz, pero poco a poco me fui acostumbrando a el, a aquel olor a flores y a cabello húmedo. Pero todo aquello se fue desvaneciendo lentamente, los olores de la sala se entremezclaban, ya no los podía captar por separado, aunque seguía oliendo bien la habitación. La luminosidad que allí reinaba empezaba a desaparecer y la estancia adoptaba un tono más oscuro y lúgubre, y ahora solo podía percibir el sonido de la lluvia cayendo al suelo de tierra-ahora barro-del exterior, ya no escuchaba cada una de las gotas chocar contra todas las superficies de alrededores, tan solo el sonido de una inmensa tromba de agua caer al suelo y al tejado de piedra de la casa y el salpicar en la ventana.
Volvía a ser yo, una corriente humana de sentidos vulgares, pero me sentía algo distinta. El calor no había remitido, pero era soportable.
-Eva…-dijo Edward inquieto- necesitas dormir.
Me quedé pensando en sus palabras, esas tres palabras me sonaban extrañas, amenazadoras. De algún modo pensaba que él quería atacarme, pero solo había dicho tres palabras vanas, ¿cómo podía sentirme amenazada por ello?, además, él me quería, nunca podría hacerme daño.
Todo este sin sentido pasaba por mi cabeza a una velocidad impresionante, yo no quería reaccionar de forma violenta puesto que no me habían hecho nada malo las personas que allí estaban, pero la llama que se alojaba en mi espalda se iba avivando y eso me hacía enfurecer.
Empecé a sentirme confusa y frustrada, necesitaba aire, necesitaba respirar, me estaba agobiando. Movía la cabeza de un lado a otro, buscando una salida con la mirada, y allí encontré la puerta de la habitación, abierta, y algo me incitó a salir. Me coloqué en pie encima de la cama con un movimiento grácil y luego salté al suelo y miré a todos los que allí se encontraban. Vi sus caras confusas y expectantes, pero nadie decía ni hacía nada. Me coloqué de espaldas a la puerta y fui retrocediendo lentamente hacia ella sin perderles de vista. Ellos me seguían con los mismos movimientos leves, parecían imitarme y eso me enfureció aun más. Me volví y salí por la puerta corriendo para salir a la calle. Atravesé la puerta de la casa que llevaba al exterior y en segundos me encontraba ya fuera, calada por el frío agua de la lluvia, y mis sentidos volvieron a agudizarse. Otra vez todo brillaba de un modo especial, podía oler la tierra húmeda del bosque y también, el asfalto mojado de la carretera que llevaba a Forks, que estaba a varios kilómetros de allí, también podía oír los coches que circulaban por ella. Entre todas aquellas sensaciones tan nuevas y tan gratificantes, no me había dado cuenta de que estaba pisando el barro con los pies desnudos y aquello era perfecto, metía y sacaba los pies de la tierra y la notaba fresca y suave, me hacía sentir libre. Pero aquello acabó con el molesto ruido que sonó a mi espalda, la voz de Edward ya no resultaba tan bonita como antes, tal vez porque estaba enfadada con ellos no me apetecía escuchar a nadie.
-¡Eva, vuelve a casa!
Ignoré sus palabras, no quería estar encerrada entre las cuatro paredes de una habitación sombría, no era lo que me apetecía hacer, notaba que mi sitio no era aquel, que tenía que estar allí afuera, mojándome, siendo libre. Por eso no me volví, por ese motivo no entré de nuevo en casa y por ese motivo empecé a correr en dirección al bosque sin que nada me importase y sin que nada me preocupase.
Entré los árboles me encontraba corriendo sin ninguna dirección, tan solo corría y corría tan rápido que los árboles pasaban a mi lado como difusas manchas verdes y marrones, como ya lo hicieron cuando corrí junto a Edward, pero aquello no me cansaba, no me sentía agotada y, por supuesto, no pensaba parar sin un motivo lo bastante grande como para detener mi euforia.
Pero no estaba sola allí, podía escuchar a los dos vampiros hermanos corriendo detrás de mí, y también olía y oía a varios lobos persiguiéndome, estaba segura de que uno de ellos era Bella, con aquel inconfundible olor a fresa y a chucho.
No estaba pendiente de ellos, no me importaban en absoluto, yo tenía una meta, no sabía cual era, pero lo descubriría.
Me concentra en otras cosas: el sonido de algún animal o de la lluvia al chocar contra todos los objetos por los que iba pasando velozmente, todos los nuevos aromas que se filtraban por mi nariz era sublimes y los colores y formas que distinguía con un detalle increíble a pesar de mi rápida carrera, pero ninguna de esas cosas podía impedir que escuchase con más claridad la voz de Edward y de Alice diciéndome que parase y que volviese a casa. Eso me hacía enfadarme más porque me intentaban obligar a hacer algo que yo no quería hacer.
Me alimenté de mi propia rabia y el calor se hizo más intenso y me volví más fuerte y vi la oportunidad, un inmenso río de algunos metros de ancho que no se podían saltar así como así, pero yo me sentía con suerte en aquel momento y me arriesgué. Apreté más el paso y, al llegar al borde de cauce salté con todas mis fuerzas, era asombroso, me sentía como si estuviese volando, pero sabía que no llegaría hasta el final y que me hundiría en el agua del río y ellos me atraparían si no hacía algo. Pensé en pleno vuelo con toda la rapidez que pude y entonces me fijé en la rama de un árbol enorme que sobresalía en dirección al río y que estaría justo a mi alcance en pocos segundos. En cuanto tuve la oportunidad, me aferré a ella con las dos manos y con un salto tan sumamente refinado que me sorprendí incluso yo de aquel movimiento, me coloqué encima de la rama y me puse en pie sin perder en ningún momento el equilibrio. Me volví y vi a Edward, Alice, un lobo de color rojizo, otro amarillo claro y otro que tenía una mezcla de ambos, podía saber que eran Jacob, Seth y Bella los que allí estaban.
Les sonreí y giré sobre mis pies para llegar hasta el tronco del árbol. Andaba como nunca antes lo había hecho, era como si me estuviese pavoneando pero con movimientos lentos y acompasados, diría que incluso felinos. Llegué hasta el tronco y apoyé las manos en el, entonces sentí la corteza del árbol desvanecerse de estas y también de mis pies, y vi como el árbol empezaba a alejarse desde una perspectiva que me asustó demasiado y me di cuenta de que estaba cayéndome de este y, que pronto toparía contra el suelo y todo terminaría, y todo pasó por mi cabeza, había sido una estúpida al haberme enfadado con ellos sin motivo alguno, había sido estúpida al salir corriendo de la casa de Bella, había sido estúpida al ignorar sus constantes llamadas y avisos, había sido estúpida al haber hecho aquel salto y, había sido estúpida por haber dejado a un vampiro que me amaba y moriría de una forma estúpida y merecida.
Cerré los ojos, dejé la mente en blanco y me abandoné, no importaba ya nada porque el fin se acercaba. El fuego había cesado y mi mente quedaba libre ya, entonces pensé en que Edward estaba cerca de allí y que seguro que podía oír mi mente.
-Edward, te quiero –pensé-. Lo siento.
Y esperé la llegada de la muerte con una sonrisa porque estaba segura de que él me había escuchado, ya sabía los que sentía.


Desperté a los dos días en la misma cama que abandoné sin previo aviso. Pero no me desperté de la manera que yo hubiese querido.


Abrí los ojos porque el fuego había vuelto y, aquella vez, solo podía fijarme en ello. Los sentidos no se habían ido, ni se habían agudizado, estaba completamente paralizada por el dolor, mi cuerpo estaba totalmente entumecido y solo podía gritar con toda mi alma, era lo único que podía hacer.
Y así los días restantes hasta el domingo.
Mis alaridos atraían la atención de las personas que se encontraban cerca de la casa, algunos de ellos no hacían absolutamente nada allí y aquello me enfurecía, pero me percaté de que, como hice una vez, esa rabia producida era la que generaba el dolor y lo hacía estallar en mi cuerpo como una bomba de relojería, pero la otra vez que lo hice me llené de fuerza, ahora deseaba no haberlo hecho nunca.
Edward no se alejaba de mi en ningún momento, estaba siempre a mi lado, acostado en la cama junto a mi, pero mi temperatura era totalmente inestable y cambiaba cuando quería y de forma inesperada. Tan pronto era capaz de alcanzar los 50 ºC como, de repente, entraba en estado de hipotermia. En esos casos, él no podía estar muy cerca de mí por culpa de su gélido cuerpo y le relevaba Bella, pero aquello de que por culpa del frío no pudiese estar a mi lado me mataba, era incluso más doloroso que mi propio dolor interno.
Después de la caída del árbol no pude moverme para nada –además de estar paralizada por el dolor-, tampoco era capaz de articular ninguna palabra por culpa de los llantos y los gritos que mi malestar me provocaba. Solo podía escuchar –si podía- a los que hablaban en la habitación y si la conversación me interesaba, cerraba la boca para poder oírles con más claridad, pero acababa sangrando por la nariz sin saber el motivo de este ataque, podía ser la presión que había en mi cuerpo, porque, no solo mi anatomía se transformaba en un horno o un congelador, también era una prensadora.  
Pero solo con escucharles no me bastaba, necesitaba conversar con ellos porque yo era el tema principal de todas las charlas. Qué iban a hacer conmigo era la pregunta que se hacían todos los días varias veces, cuándo hablarían con los Volturis estaba en el puesto número dos.
Pero, por lo menos, estaba siendo informada de todo lo que ocurría. Alice venía siempre para decirnos lo que había visto relacionado con ellos. Sabíamos las cosas más importantes y relevantes, Enzo, el nuevo vampiro reclutado por los Volturis y antiguo conocido mío, tenía un poder increíble, tenía la fuerza de un neófito –al tener tanto tiempo libre me habían explicado varias cosas sobre ellos como por ejemplo, que los nuevos vampiros son más fuertes porque su propia sangre sigue estando en sus tejidos- y que aquella fuerza la tendría para siempre, incluso, Edward especulaba sobre su inmensa fuerza y estaba seguro de que sería mucho mejor que Félix, -otro vampiro de los Volturis que se encargaba de las ejecuciones más cruentas- y aquello era un grave problema, además, Alice también había visto otro nuevo vampiro con ellos, otro que también tenía un don que a Aro le era de gran utilidad. Aquel nuevo vampiro era un chico joven de diecinueve años que se llamaba Thomas y que podía percibir el don que podría tener cada vampiro si se convirtiesen en uno de ellos, y aquello también era un problema porque lo llevarían a Forks para que determinase si yo iba a tener o no algún don especial con mi transformación, pero era obvio que yo no era normal, y si lo era, estaba sufriendo en vano.


Llegó el sábado por la noche y en el ambiente había muchísima tensión, el dolor era más potente y yo estaba conteniéndome para no gritar, pero era muy difícil, puesto que aquello era comparable con un peso de seis toneladas cayendo sobre mi cuerpo congelado –aquel era un día en el que mi cuerpo estaba igual que el de Edward- y era insoportable, no se lo deseaba a nadie. Pero, a pesar de aquel sufrimiento, fue el único día después de que me cayese del árbol, que pude hablar, pero deseé no haberlo hecho porque estaba furiosa y el comportamiento de Edward lo empeoró más, aunque el final de la discusión fue gratificante aunque no llegó a culminarse.


Me encontraba tumbada en la cama arropada hasta arriba y con Bella a mi lado dentro de ella, Edward estaba en la esquina de la habitación, lo más alejado de mi que podía, y Seth también estaba a mi lado, sentado a los pies del lecho.
Nadie hablaba, solo se oían mis gemidos ahogados, estaba con la boca y los ojos cerrados conteniéndome para no gritar como una energúmena, pero las lágrimas se escapaban de mis ojos y corrían por mis mejillas hasta llegar a la boca, entonces aquello me hacía recordar lo que estaba sucediendo y pequeños quejidos se filtraban por las comisuras de mis labios, no tardaría en sangrar y Edward tendría que irse, y aquello no podía soportarlo.
En aquel silencio agobiante se oía solo eso, pero de pronto se escuchó el ruido de un gruñido que sonó aterrador, y se volvía más intenso y terrorífico. Yo me olvidé de mi agonía y abrí los ojos para buscar de dónde provenía aquel sonido, y miré a Bella y las dos miramos a Seth y los tres miramos a Edward y caímos en la cuenta de que aquel sonido era producido por el vampiro.
Este dirigía su mirada hacia Seth y lo contemplaba con unos ojos de profundo odio, le estaba matando con aquella mirada fría.
-Edward, lo siento –dijo Seth muy despacio-. Se me ha ido la cabeza, perdona colega.
-¡No vuelvas a pensar eso NUNCA! –contestó Edward mientras se levantaba y dirigía hacia él-. ¡Me has oído, chucho!
-¿Qué ha ocurrido? –dijo Bella saliendo de la cama para ponerse en medio de ambos- Seth, ¿qué has pensado?
-No ha sido adrede, lo siento de veras. Tío perdóname –dijo Seth también levantándose de la cama con las manos extendidas para que Edward no se acercase.
-Será mejor que te vayas Seth –dijo Bella agarrándole y empujándole hacia la puerta.
Él no contestó y se dejó arrastrar por ella hacia la salida, no hizo ningún impedimento para que no le echase. Después se escuchó la puerta de la casa como se abría y cerraba detrás del joven hombre lobo.
Bella y yo nos volvimos hacia Edward, este miraba hacia el suelo todavía con aquella mirada vacía y seca, con el ceño fruncido.
Mi dolor ya no existía, pero no porque se hubiese ido ya que todavía seguía latente, ya no existía porque una gran ira se había apoderado de mí ser y pesaba más que los dolores que podía sentir.
-Edward, ¿qué demonios acaba de ocurrir aquí? –pregunté en un tono apagado.
-Estaba pensando cosas que no me han gustado –dijo él bajando la voz- Eso es todo.
-¿Qué era? –intervino Bella-. ¿Estaba pensando cosas sobre Eva?
Asintió con la cabeza.
Aquel movimiento me hizo llenarme rápidamente del calor abrasador que solía estar en mi cuerpo. Solté un quejido leve y me senté en el borde de la cama preparada para levantarme y dirigirme hacia el vampiro.
-¡Tiene que ser muy complicado ser tú, ¿verdad?! –dije poniéndome en pie muy suavemente, sin alterar todavía mi pausado tono de voz-. Es decir, ¡escuchando todo el tiempo las opiniones de la gente, tanto si te gustan como si no!
-No…-intentó decir él, pero le interrumpí:
-Muy duro –dije yendo hacia él despacio-. ¡Pues escúchame bien, Edward Cullen, no puedes obligar a la gente a cambiar lo que piensa porque a ti no te guste, tan solo por el simple motivo de que lo estás escuchando tú también! ¡No puedes! ¡Habrá cosas que piensen unos sobre mi que a ti no te agraden pero no puedes cambiar las cosas porque tú quieras!
-Estaba pensando en…
-¿En qué estaba pensando Seth?, ¿en algo subido de tono sobre mi? –dije acercándome cada vez más a él.
-En parte –dijo posando sus dulces ojos amarillos en los míos.
-No me molesta, es muy posible que a ti sí, pero… -me detuve.
-Pero…-dijo él todavía con los ojos puestos en mí.
-Bella, por favor. Puedes salir de la habitación –dije girándome hacia ella.
-Sí, por supuesto –me contestó ella mientras salía y cerraba la puerta.
Volví a la cama sin decir ninguna palabra y Edward vino detrás de mi callado también. Me senté en el borde y él me imitó quedándose justo a mi lado, ya no sentía frío, así que él podía estar a mi lado perfectamente. Yo tenía los ojos clavados en el suelo, pero, de vez en cuando le miraba por el rabillo del ojo.
-Compréndeme –dijo él en tono de disculpa mirándome el perfil de la cara.
-Bella me contó lo de la imprimación –dije en voz muy baja, todavía sin mirarle a los ojos-. Era eso en lo que pensaba Seth, ¿verdad?
-¿Cómo lo has sabido? –preguntó él muy desconcertado.
-En estos días he podido observar y conocer muchas de tus expresiones vacías, y eso que yo no sé leer ni la mente ni las caras de los demás –dije manteniendo los ojos en el suelo de piedra negra-. Sé que no te hubieses enfadado tanto porque Seth hubiese pensado algo lascivo sobre mí, sé lo mucho que te molestó la imprimación de Jacob. Pero de todo esto me he dado cuenta ahora y te iba a regañar por eso, y lo siento de veras.
-No tienes por qué disculparte, tienes toda la razón, pero tengo serias dudas sobre tu naturaleza y sobre si te puedes imprimar tú también, y dejarme, y no podría soportar otra más –dijo cogiéndome con sus congeladas manos las mías.
-Edward, te quiero –le contesté mirándole a los ojos directamente.
Y sin dejarle decir ni una sola palabra más, me lancé a sus labios robándole todos los besos que no me pudo dar en esa semana.
Caímos los dos lentamente sobre la mullida cama y girábamos de un lado a otro mientras nuestros labios se unían y se separaban continuamente y nuestras manos acariciaban dulcemente el cuerpo del contrario. Las mías subían por su espalda y se quedaban largo rato enganchadas entre su pelo cobrizo mientras que las suyas se quedaban en la curvatura mi espalda, inmóviles.
Ya no me acordaba del dolor, ni de la quemazón, ni del frío, ahora me sentía llena de fuerza, otra vez con vida, otra vez como antes.
Edward empezó a respirar algo más fuerte y, entonces supe que se estaba poniendo algo nervioso y que no tardaría en perder el control, pero no me importó porque lo que yo quería era eso, quería saber qué sucedería si él se volvía agresivo contra mí. Pero, a pesar de su respiración nerviosa, no separó mi cuerpo del suyo como ya hizo una vez, no, continuamos juntos, rodando por la cama de un sitio a otro sin que cesaran las caricias ni los besos.
Empecé a desabrocharle la camisa azul cielo que llevaba nueva aquel día y yo levanté los brazos para que me quitase la parte superior de aquella camiseta ancha que utilizaba para dormir. Nos tumbamos en la dirección correcta de la cama y seguimos besándonos apasionada y acaloradamente –aunque yo era la única de los dos que podía sentir aquel sentimiento-.
-Déjalo Eva –dijo de pronto Edward.
Me empujó de su cuerpo muy despacio y me posicionó en la cama lentamente mientras él se levantaba de esta y se colocaba su camisa, después me entregó la mía y se volvió a sentar a mi lado en la cama.
Yo estaba poniéndome la camiseta cuando oí como se cerraba la puerta de casa y una voz aguda preguntaba a Bella dónde estaba Edward. Luego, oí los pasos suaves, rápidos y acompasados de Alice que acababa de entrar por el umbral que conducía a la habitación en la que nos encontrábamos el vampiro y yo.
-Gracias –pensé mientras le miraba indirectamente.
Pude ver una sonrisa torcida en el perfil derecho de su cara.
-He visto lo que estabais haciendo –dijo Alice sentándose en el otro lado de la cama- No pasa nada. ¡Ven Bella! –gritó girando la cabeza en dirección a la puerta.
Bella apareció y entró en la habitación con una sonrisa de satisfacción en la cara. Se acercó a Alice y le dio un golpecito muy suave en la espalda a esta. La vampira asintió y la sonrisa de Bella se intensificó aun más. Entonces miré a Edward que seguramente las estaba leyendo la mente, y vi exasperación en su rostro y supe inmediatamente lo que estaban pensando.
-Los Volturis han estado en casa –dijo de pronto Alice con un tono preocupado-. Han hablado con Carlisle y él me ha enviado aquí para que os cuente lo sucedido.
-No la convertiré, Alice –dijo Edward mirándola fijamente a los ojos.
-Eres muy pesado –le contestó Bella sustituyendo su anterior sonrisa por una más seria-. Deja que ella elija.
-No discutáis porque los Volturis quieren verla siendo lo que es ahora, así que, de momento nada de transformaciones. –dijo Alice ahora mirándome a mí-. Carlisle ya les ha dado una fecha y hora.
-El miércoles de la semana que viene a las ocho de la tarde –dijo Edward en voz baja-. Me parece muy pronto, además, ella no se encontrará en condiciones de asistir a ninguna parte.
-No te preocupes, ya no siento lo mismo que antes, seguramente ya me esté recuperando –dije intentándole convencer en vano porque sabía que él no iba a acceder-. Bella, mañana haré el examen para policía, puedes decírselo a tu padre.
-Eva, si quieres ser un vampiro, no podrás desempeñar tu trabajo como policía, -dijo Alice acariciándome la mano dulcemente- por lo menos hasta que estemos seguros de que puedes estar al lado de humanos sin comértelos.
-Entonces renunciaré a ser policía, por el momento –contesté algo triste por la idea de no poder ejercer como policía al convertirme en vampiro-. Espero que merezca la pena.
Edward no me miró, ni a mi ni a nadie, simplemente, se quedó callado y con la cabeza bajada, posando sus ojos en el suelo. Sabía que no se encontraba bien por lo que se vería obligado a hacer en unos días, pero tenía que entender que yo quería ser lo mismo que él y que su familia, que quería formar parte de ellos, que siempre había soñado con ser un vampiro –aunque solo fuesen imaginaciones- y ahora podría conseguirlo y no iba a renunciar a aquel cuento de hadas –o de terror, según cómo y quién lo mirase-, lo conseguiría.
-Eva, será mejor que descanses y que te recuperes –dijo Alice sonriente.
-¿Quiénes van a asistir a la reunión? –dijo Edward en un tono muy serio, seguía sin levantar la cabeza.
-De los Volturis irá Aro, Jane, Alec, Félix, Renata y los dos nuevos fichajes: Enzo y Thomas. Carlisle, Esme, Rosalie, Emmett y Jasper no pueden ir, ellos no soportan el olor de Eva y ellas intentarán alejarles de la zona todo lo que puedan ya que nos veremos en el bosque, cerca de nuestra casa, y si la manada de Jacob quiere asistir sería conveniente, los Volturis ya no tienen nada contra ellos.
Vi algo de exasperación en el rostro de Edward, realmente no quería que se celebrase aquella reunión por el destino tan funesto que pensaba que iba a tener yo, pero era lo que deseaba.
-De acuerdo, -dijo finalmente el vampiro-. Eva, cielo, acuéstate y descansa.
Todos fueron saliendo de la habitación dejándome allí sola para dejarme dormir, algo que necesitaba.