sábado, 3 de septiembre de 2011

Capítulo 11: Un pequeño error

Noté como mi mano se doblaba lentamente bajo la presión que ejercía Aro sobre ella. De súbito, el vampiro tiró de nuevo de mi hacia él mientras emitía un rugido intenso y fiero. Me colocó la espalda contra su pecho pétreo y frío y con la otra mano me cogió la cabeza y me hizo mirar a Edward.
Todo esto lo hizo en tan solo un segundo.
-¿Algo que decirle, Edward?- dijo Aro como en un suspiro.
-¿Lo vas a hacer tú?- le contestó el vampiro con una voz atronadora. -No podrás resistirlo, y si la matas...
Aro hizo caso omiso a su comentario y dirigió sus labios hacia mi cuello. Allí se quedó, olisqueando mi piel caliente, posiblemente escuchando el latir de las venas en mi cuello. Aquello me dio grima, yo no podía moverme porque ahora me tenía agarrada por la cintura sujetándome ambos brazos junto al tronco.
Veía como Edward iba avanzando lentamente, pero Aro no debía de darse cuenta. Parecía disfrutar con lo que estaba haciendo: iba de un lado a otro del cuello, se perdía en algunos mechones sueltos de mi pelo y volvía otra vez a pegar sus labios a la piel que se me estaba quedando congelada y ya no podía disimular los escalofríos que me hacía sentir.
-Tú no lo harás -dijo Edward en un tono más calmado.
-¿Y lo harás tú? -preguntó con ironía Aro sin levantar la cabeza de donde la tenía. Aquellas palabras salieron de su boca junto con un aliento helado seco que me hizo estremecer-. Será todo lo rápido que pueda.
Entonces, todo pasó muy deprisa.
Aro posó sus dientes sobre mi cuello, justo encima de donde se encontraba mi vena yugular y presionaba fuertemente hasta pegar aquel ansiado bocado que decidiría mi destino.
Noté como sus suaves dientes entraban por mi piel y desgarraban parte de ella. La sangre caliente caía por los bordes de la herida formada y resbalaba por el cuello hasta perderse y la succión que hacía el vampiro en ella para sacar todo el líquido espeso, caliente y apetecible posible. A la vez sentía una presión intensa y ardiente que parecía entrar en el momento en el que Aro sorbía la sangre.
Mis ojos estuvieron clavados en los de Edward que seguía frente a mi y contemplaba horrorizado la escena . El pánico y el terror se reflejaban en ellos quitando su antigua faz que resplandecía y ocultándola tras un grueso velo que lo desenmascaraba como una persona totalmente asustada.
Todo lo que vi después fue gente correr de un lado a otro del bosque, voces difusas y que no comprendía y tampoco quería comprender, ruidos atronadores, el aire iba descendiendo lentamente mientras yo terminaba cayendo al suelo, a la tierra del bosque, fría, húmeda y mullida, era como un colchón enorme, de gran grosor, un lecho confortable donde perecer para siempre; gotas de lluvia caían sobre mi rostro y me dejaban completamente empapada, y mi espalda estaba mojada por un liquido caliente y pegajoso que olía con gran intensidad a hierro.
Cerré los ojos para comprobar si aquella sensación tan extraña desaparecía, la sensación de estar allí, tumbada en el suelo, y a la vez estar como en un limbo en el que era dueña completamente de los pensamientos que se arremolinaban en mi cerebro y parecían desaparecer lentamente; todos los recuerdos acumulados durante mi vida se iban esfumando y solo quedaban algunos muy difusos, como empañados en una dulce neblina: los rostros de la gente a la que más quería, palabras de ánimo de mis padres, el “te quiero” de todos ellos dicho en los momentos más apropiados y más sinceros, las risas de mi hermana y mías de cuando éramos pequeñas. Los momentos más agradables bombardeaban fácilmente mi cerebro y las imágenes importantes pasaban despacio por el, pero de Edward, aquel vampiro del que me había enamorado en tan solo unas semanas, del que me había prendado sin quererlo y del que me había llevado a esa situación involuntariamente, pues era yo la que quería ser como él en vez de el propio vampiro, no había ni rastro. Ni su cara, ni sus ojos o sus labios que formaban la sonrisa más perfecta que yo hubiese visto jamás, ni su cuerpo pétreo y helado que simulaba la textura de una roca antigua, ni su voz dulce y aterciopelada en un tono monocorde y sensual al mismo tiempo, con su entonación inmutable. Nada.
¿Dónde estaba él?
Seguía escuchando ruido cerca de mi y notando la cara húmeda y fría y la espalda caliente y pegajosa. Era perfectamente consciente de lo que sucedía: me estaba desangrando, y lo que era tal vez peor, me estaba muriendo.
En mi cabeza estaba la idea de que moría para renacer de nuevo como una de ellos, un nuevo ser, pero en el fondo algo me decía que aquello no había salido bien, que me estaba quedando sin sangre y nada se podía hacer ya, no podría volver.
Los últimos recuerdos se desvanecieron como el humo y dieron lugar a un fondo oscuro, sin luz y sin esperanzas.
Era el fin. Me dejé caer en la penumbra de mis ojos y lentamente dejé de oír ruidos, dejé de notar el agua caer sobre mi cara y mi cuerpo, y el calor de mi espalda se disipaba suavemente. La tierra sobre la que descansaba yo no me parecía un colchón extremadamente ancho y confortable, ahora no era nada. Pero antes de caer en el olvido súbitamente, una sonrisa fugaz se dibujó en mi subconsciente, apenas duró la imagen, pero sabía que ya podía acabarse todo.
Fue más rápido que quedarse dormida.

* * *

Edward vio como Aro estrechaba la mano de Eva con tanto ímpetu que pensó que se la rompería. Aro soltó un rugido intenso y casi inaudible para el oído humano y tiró de la chica hacia él colocando su espalda contra el marmóreo pecho del vampiro. Con la otra mano la cogió de la mandíbula y la obligó a mirar a Edward que se esforzaba por no abalanzarse sobre él como había hecho Eva hacía varios minutos atrás. Esos movimientos que parecían haberse hecho con una violencia increíble fueron descritos en tan solo un segundo y con una gracilidad y suavidad sorprendentes.
-¿Algo que decirle, Edward?- dijo Aro como en un suspiro.
-¿Lo vas a hacer tú?- le contestó el vampiro con una voz atronadora. -No podrás resistirlo, y si la matas...
Aro ignoró por completo el comentario de Edward dejándole así con la palabra en la boca y arrimó sus labios al cuello de la chica. Respiraba con ansiedad y tan solo lo hacía para oler su fina piel. La posición de los brazos del vampiro más antiguo habían cambiado, ahora la sujetaba con un brazo que la aprisionaba por completo dejándola inmovilizada y con los brazos pegados a su cuerpo. Que Aro estuviese con la boca pegada a su cuello no pareció hacerla mucha gracia ya que compuso una cara de horror y desprecio que solo Edward pudo ver y esa imagen le hizo sacar una sonrisa fugaz que nadie pareció percibir tampoco.
Edward se decidió por fin después de mucho esperar y ver como Aro no paraba de olfatear el cuello y la melena de su amada. Caminó ligeramente, sin que se notase demasiado, unos cortos pasos para aproximarse a Aro y estar más alerta si sucedía algo inesperado. Las expresiones de Eva eran cada vez más claras, le daban escalofríos cada vez que Aro pegaba los labios a su piel.
-Tú no lo harás -dijo Edward en un tono más calmado.
-¿Y lo harás tú? -preguntó con ironía Aro sin levantar la cabeza de donde la tenía. Aquellas palabras salieron de su boca junto con un aliento helado seco que hizo estremecer a la chica-. Será todo lo rápido que pueda.
Entonces todo pasó muy deprisa.
Aro clavó sus dientes en el cuello perlado de sudor de Eva, justo encima de donde se encontraba la vena yugular, y mordió con agresividad hasta quedar hundidos en la piel. La sangre brotó del cuello con ferocidad, semejante al agua de un río que baja por la montaña con violencia, y caía por su cuello, llegando a su torso mientras teñía la ropa de un color escarlata. El vampiro sorbía la sangre e introducía su ponzoñoso veneno en Eva que tenía los ojos quietos en un punto fijo, parecía no mirar a nada, pero en realidad contemplaba la expresión asustada de Edward que ardía en deseos de abalanzarse sobre Aro para quitársele de encima. La chica yacía casi desmayada en los brazos del antiguo vampiro.
Pero algo sucedió en aquel momento.
Un repentina tormenta se apoderaba del lugar amenazando con poderosos y aterradores truenos. Todos miraron al cielo y lanzaron expresiones de desconcierto. Entonces Aro dejó caer a Eva que chocó contra el suelo con un ruido suave gracias a la tierra y hierba mullida del bosque. Pero ninguno de los vampiros se dio cuenta, excepto Edward que estaba el más próximo a la pareja, de por qué Aro había dejado caer a la chica, y era porque éste también había caído al suelo y ahora se arrastraba por él como una serpiente, mientras lanzaba gritos al aire. Eso hizo que los demás corriesen alarmados hacia su líder bajo una inmensa tromba de agua que estaba cayendo del cielo acompañada de fuertes truenos que parecían romperlo. Edward se acercó a Eva que yacía con los ojos cerrados en el suelo, rodeada de un charco inmenso de sangre que seguía brotándola del cuello, y barro creado por el agua de lluvia.
Veía todo lo que ella estaba pensando y sabía que su fin se acercaba lentamente y que la muerte la arroparía con su manto de oscuridad en cuestión de segundos. Con los ojos clavados todavía en su rostro, escuchó como los quejidos de dolor de Aro intentaban hacerse notar en aquel escandaloso claro: la voz de los truenos y el susurrante viento, la potente lluvia cayendo sobre la tierra, las hojas y troncos de los árboles, las rocas, los gritos de los desesperados súbditos de Aro y los pensamientos de Eva en la cabeza de Edward hacían que el vampiro no escuchase nada más allí, sin embargo, no se movió del lado de la chica, aunque tampoco la tocaba, simplemente estaba allí, con los ojos clavados en su rostro que iba palideciendo cada vez más y más a medida que iba perdiendo más sangre y el charco de esta se agrandaba a su alrededor.
-¡Es culpa de la humana! -gritó la voz de Jane, enloquecida por ver a su maestro yacer moribundo sobre la tierra- ¡Todo es culpa de ella!
La vampira dejó el grupo que rodeaba a Aro y se aproximó corriendo al cuerpo de Eva, entonces Edward se abalanzó sobre ella y la hizo retroceder de un empujón.
-¡Nadie va a acercarse a ella! -gritó Edward encolerizado-. ¡Aro se muere por su arrogancia y egoísmo!
-¡Si no queréis acabar como él, será mejor que os marchéis! -dijo de pronto una voz a su lado.
Era Alice, que se había acercado a su hermano y ahora intentaba proteger el cuerpo casi muerto de la humana. Edward giró la cabeza y vio acercase los gigantescos cuerpos de los lobos, todos, excepto uno que estaba tirado en el suelo mucho más atrás que ellos, se habían puesto a la altura de estos y ahora se enfrentaban a los otros con más ferocidad e intentaban gruñir más alto para que se escuchasen por encima de los truenos.
Jane no se lo pensó dos veces y dirigió su mirada hacia Alice que ahora se retorcía por el suelo de dolor. Para protegerla, uno de los lobos se lanzó hacia la vampira del clan Volturi y la expulsó hacia un lado. Esta cayó al suelo con un sonoro estruendo, como si de una roca de mármol puro se tratase. Esos movimientos fueron los detonantes para que diese comienzo una batalla campal en toda regla.
Alice se levantó rápidamente y fue hacia Jane que forcejeaba con el gigantesco lobo de cabello rojizo. Los demás lobos se catapultaron hacia los vampiros restantes para obligarlos a marcharse de allí, pero estos no retrocedieron y en su lugar respondieron con un ataque igualmente salvaje.
Todos luchaban ferozmente. Edward miró a un lado y a otro y pudo ver como peleaban. Reconoció a Bella forcejeando con Renata más cerca de él, esta le mordía un brazo a la vampira para acabar arrancándoselo y lanzándolo lejos de su posición. La vampira gritaba de dolor mientras se tocaba el muñón del hombro, pero se levantó con gran esfuerzo y agarró a la loba del cuello con el brazo sano. A su otro lado, más apartados, Alice se caía y levantaba del suelo, Jane la estaba controlando todo lo que podía, pero le era imposible hacerla daño ya que Jacob la empujaba y agarraba para que la dejase en paz.
Todos estaban dispersados por el claro, ya nadie hacia caso a los cuerpos que se cernían sobre el, y Edward vio su oportunidad para acercarse a Aro y ver como moría. Edward estaba encolerizado con él. Se merecía la muerte y el vería como, después de tanto años, la luz de los ojos del vampiro se apagaría; su iris de un escarlata sobrenatural iría palideciendo hasta convertirse en un gris blancuzco.
Edward se fue acercando lentamente mientras a su alrededor veía como lobos y vampiros luchaban hasta la muerte, escuchaba gritos, aullidos, gañidos y rugidos ensordecedores. Al estar junto a Aro se agachó, pero mientras miraba como Quill se lanzaba sobre Alec, Enzo tenía agarrado a Embry por una de las patas traseras y tiraba de ella para desencajársela, Alice sujetaba a Jane mientras Jacob iba a ayudar a Bella que tenía dificultades al enfrentarse a Renata; Seth, entre tanto, estaba manteniendo una fuerte pelea con Félix que finalmente acabó retrocediendo hasta un árbol cercano, subió por él hasta una de las ramas y se lanzó en picado hacia el lobo de color arena, pero este le hizo un quiebro, arremetió contra él y lo agarró con la boca para empujarlo contra el árbol por el que había subido, sin embargo, nunca llegó a chocar por completo contra él porque Seth ejerció tanta presión con sus mandíbulas que el sitio por el que lo había cogido se había quebrado y el cuerpo de Félix había quedado dividido en dos de manera asimétrica.
Edward miró a los ojos a Aro que agonizaba en el suelo y parecía tener una muerte horrorosa, aun así tubo la fuerza necesaria para preguntarle a Edward:
-¿Por qué?
-¿Por qué? -contestó Edward en voz baja y con tono soberbio- Tienes lo que te mereces, Aro. No sé por qué preguntas el motivo de tu muerte.
Aro negó débilmente con la cabeza y añadió:
-No me refiero a eso.
-Sé muy bien a lo que te refieres. No sabíamos qué era Eva, y no podíamos arriesgarnos a nada con ella, pero tú quisiste que fuese de los nuestros...
-Ella también lo quería -interrumpió Aro con un murmullo.
-Cierto, pero tú podrías haberte cerciorado antes de lo que era, y aunque no lo supieses algo intuías.
-Ella...no era normal.
-Claro que no lo era.
-Pero tú sabías más...y...aún así la dejaste aceptar y...que la mordiese.
-Yo no sabía nada hasta el momento en el que tú caíste al suelo -Edward se acercó más a Aro mientras sus ojos se clavaban en los del vampiro-. Ella era una metamorfa, como los lobos que ahora están destruyendo a tú aquelarre.
Vio el desconcierto en la expresión perdida del líder Volturi y una sonrisa se le pronunció en la cara.
-La ponzoña de los vampiros es tóxica para los lobos, pero en el proceso de cambio es al revés. Ella no será una vampira porque la ponzoña tuya no la ha afectado, su poder ha sido como un impermeable y eso ha hecho que tu propio veneno se vuelva contra ti.
-Pero ella está muerta...porque yo la he mordido y...mi veneno actúa sobre ella.
-No escuchas Aro -dijo Edward en tono de decepción profunda; se fue levantando lentamente sin apartar los ojos de él-. Lamentablemente, ella está muriendo desangrada.
La mirada de Aro se desvaneció por un momento mientras recorría el rostro de Edward. Este miraba al otro vampiro con repugnancia y dolor tras saber como había perdido a otra mujer a la que quería, pero aquello era infinitamente peor pues esta había terminado muerta.
Estando allí de pie todavía podía escuchar algunas de las voces que había en la cabeza de Eva, pero sabía que pronto se extinguirían, como su vida. Sabía que su muerte estaba siendo demasiado prolongada, pero por lo menos no sentía ningún tipo de dolor.
-Ha sido...un pequeño...error -dijo la voz de Aro, casi inaudible. Seguidamente, el iris el vampiro, que había ido cambiando del rojo al gris progresivamente desde que cayese al suelo, ahora estaba de un color plateado, casi blanco.
Aro, tras una vida de vampiro poderoso, que había perdurado a pesar de los miles de años de vida transcurridos, ahora estaba muerto tras intentar hacer aquello para lo que fue creado, convertir a la gente en lo mismo que él.
Al mismo tiempo que Aro moría, Edward vislumbró en su cabeza una sonrisa muy fugaz, como si de una estrella que surca el cielo se tratase, un leve resplandor. Eva acababa de morir y su último recuerdo había sido la sonrisa de aquel vampiro de ojos claros y pelo cobrizo.
Todos a su alrededor seguían luchando y apenas se percataron de la muerte de estos hasta que Edward soltó un fiero gruñido que hizo callar a todos, incluso la lluvia aflojó un poco su potencia y los truenos eran inexistentes ya.
-Aro está muerto -les dijo a los que quedaban del aquelarre Volturi.
Jane fue soltada por Alice, que la retenía contra el suelo. Esta fue hacia su amo y se arrodilló junto a él sin decir nada. Renata la siguió, todavía sin brazo, y quedó junto a Aro, tocándole el pecho con la mano que tenía. Alec y Enzo fueron lejos de allí para recoger los trozos del cuerpo de Félix que, lógicamente, ahora estaba muerto. Pero Thomas, el último en integrarse en el mundo de los vampiros había desaparecido, es más, Edward ni siquiera lo recordaba en la pelea. Este había huido al parecer.
-Será mejor que os marchéis -dijo Alice que se había acercado a ellos sigilosamente; estaba al lado de su hermano, contemplando el cuerpo inerte de Aro.
Todos los demás lobos se habían unido a ellos aunque no habían cambiado a su forma humana.
Alec y Enzo regresaron al grupo cada uno con una parte del cuerpo de Félix. Entonces Jane y Renata agarraron a la par el cuerpo de Aro y todos juntos se marcharon por donde habían venido sin decir ninguna palabra. Habían sufrido bajas muy fuertes, volverían a Volterra con los cadáveres de dos vampiros Volturi, uno de ellos el líder del aquelarre, y un vampiro neófito había huido en plena batalla, sin contar que a Renata le faltaba un brazo que dejó tirado en el claro. No se debían de sentir para nada orgullosos de su actuación.
Los lobos y Alice contemplaban en silencio también la marcha de los vampiros, pero Edward ya no estaba cerca de ellos, este se encontraba más alejado, junto al cadáver de Eva, la humana a la que había amado en tan solo unas semanas y a la que había perdido en tan solo unas horas.
Su cuerpo y su tez se habían vuelto blancas y sus facciones más duras. La rodeaba un gran charco de la sangre que había perdido tras su mordedura en el cuello. Esta brillaba con cada gota de lluvia que caía, parecía un tumulto de rubíes amontonados.
Poco a poco se le fueron acercando los otros. Bella y Jacob ya eran humanos, ambos llevaban un pantalón vaquero lleno de barro, totalmente empapado, y Bella un top igualmente sucio. Esa ropa se la habían quitado antes de transformarse en lobos, hacía ya algunas horas, y la habían dejado entre los árboles. Alice se encontraba al lado de su hermano, con la cabeza apoyado en su hombro y un brazo rodeándole la cintura. Esta miraba con dulzura el cuerpo de la chica. Embry y Quill también estaban allí, aun todavía con su forma lobuna.
Todos admiraban el cuerpo de la chica, apenados por su muerte. Compungidos por el dolor que les estaba provocando ver las heridas sangrantes de esta.
Se dieron todos la vuelta al cabo de un rato y vieron al Seth humano agachado al lado de una mole peluda y mojada que yacía inmóvil en el suelo, mucho más atrás.
Edward casi se había olvidado de que habían matado a uno de los lobos, y estaba totalmente seguro de que aquel animal que estaba allí tirado era la forma transformada de Leah, la hermana de Seth.
Edward cogió a la chica y se fue corriendo hacia Seth junto con los demás. Allí estaba la loba plateada. Con la boca entreabierta, totalmente empapada, con una herida en el costado que era igual de grande que un bebé recién nacido, abierta y en carne viva. Imposible de curar, había perdido demasiada sangre y, el poder curativo de los lobos no podía hacer nada en aquella situación. Con esa herida, varias costillas se habían astillado y hacían presión sobre la carne, lo que hizo que sangrase con más violencia y muriese al igual que Eva.
Todos quedaron sumidos en un silencio de dolor y pesadumbre. Aquellos que podían llorar lo hacían, los vampiros solo podían lamentarse por lo ocurrido.
Tras treinta minutos de un intenso silencio que pesaba incluso, los primeros rayos del amanecer se fueron filtrando por entre los árboles. El cielo se había vuelto más claro y la tormenta había dado lugar a una débil llovizna.
Quill y Embry se transformaron y fueron a por su ropa detrás de los matorrales y se disponían a llevar el pesado cuerpo de la loba a la casa de Jacob y Bella. Seth no se movió de donde se encontraba y dejó que los demás se marchasen para que le dejasen a solas. Pero Edward seguía allí, con el cuerpo de Eva en los brazos. Ambos se miraron a los ojos unos segundos y Seth rompió a llorar, pero no ya por su hermana, sino por Eva.
Seth no la había visto, había estado pendiente de Leah y le impresionó ver a Eva en los brazos de Edward, muerta.
Fue hacia él y la cogió ahora el joven lobo. Cayó al suelo con ella mientras lloraba desconsoladamente. La mecía entre sus brazos y la acariciaba su fría piel. No podía creerlo.
Edward entonces se dio cuenta de lo que Seth había sentido por ella. No se había imprimado, pero sí se había enamorado de la humana, al igual que él. Edward también se tiró al suelo y contempló como Seth abrazaba y lloraba el cadáver de Eva.
Ambos habían perdido a la chica de la que se habían prendado y jamás la volverían a ver.

* * *

Habían pasado tres días desde la reunión en el bosque con los Volturis, pero muy pocos sabían lo que realmente había sucedido allí.
Toda la familia Cullen al completo y algunos miembros de la tribu Quileute habían asistido al velatorio después del funeral de Eva. Esta había sido incinerada y sus cenizas lanzadas al claro donde se la había encontrado muerta tras haber sufrido el ataque de un animal del bosque pero que fue encontrado muerto a varios metros de aquel lugar, o eso es lo que habían dicho los implicados que estuvieron el día de su muerte.
Todos se sentían compungidos por la pérdida de Eva pues esta había significado mucho para algunos de los presentes.
Su hermana Jessica había vuelto de Seattle con su novio y lo habían preparado todo en tan solo dos días. Muy pocos familiares más estaban allí, ni siquiera sus padres ya que estos vivían en España y no habrían estado allí a tiempo, además, estos eran muy mayores y su padre estaba gravemente enfermo así que ese también fue el motivo de su falta. En la casa donde vivían las dos hermanas estaban abarrotada de gente; había una chica que había asistido para darle un último adiós a pesar de su escasa relación, al parecer estas habían opositado a policía y solo se habían hablado en el último examen al que ella pudo ir. El padre de Bella, el jefe de policía Swan también estaba allí, acompañando a su hija al velatorio de su amiga.
Seth y Edward estaban apartados de los demás, pero ninguno de los dos decía nada. Tampoco había nada que decir, aunque les hubiese gustado decirle a Eva lo que realmente sentían, solo podían rendirla homenaje guardando silencio.
Ambos se miraron a los ojos y esbozaron al mismo tiempo una leve sonrisa al recordarla.

Dos sonrisas únicas que se habían juntado formando la imagen que a Eva le apareció en la cabeza justo antes de sucumbir a los deseos de la parca.

FIN

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